LOS INTELECTUALES Y EL PRESENTE
Democracia, ética y desigualdad
El filósofo francés Alain Badiou estuvo nuevamente en Buenos Aires, invitado por la embajada de su país. Actualmente es profesor en la Universidad de París VIII. A continuación, un diálogo con Radarlibros que se suma a la serie de entrevistas con intelectuales europeos que discurren sobre la escena contemporánea.
Por Verónica Gago
En su primera juventud, Alain Badiou fue sartreano hasta toparse con Althusser, con quien mantuvo una relación discipular. También Lacan dejó marcas en su formación. Badiou es autor de una vasta y compleja obra (¿Se puede pensar la política?, Manifiesto por la filosofía, San Pablo, Condiciones y Rapsodia por el teatro) en la que se destaca su monumental ontología El ser y el acontecimiento, traducida al castellano por el filósofo argentino Raúl Cerdeiras.
Usted ha realizado una crítica radical a las políticas humanitaristas por el modo en que identifican la ética con los derechos humanos. ¿Podría explicarnos en qué consisten sus objeciones?
–Creo que la cuestión fundamental en el mundo hoy es, en realidad, la cuestión de su reparto entre una parte minoritaria de la población que es rica y vive confortablemente y una gran mayoría de personas que se encuentran en una situación muy difícil. Por lo cual, la gran cuestión política contemporánea es la igualdad. Es de aquí de donde debemos partir y debemos encontrar una orientación política para este problema. Si no hay una política sobre este problema de la igualdad, tendremos –ya tenemos– grandes violencias, injusticias y egoísmos. Los derechos humanos y el respeto al hombre deben ser tratados en el interior de una política de la igualdad; y cuando no es el caso, termina expresando, pura y llanamente, la voluntad conservadora de las potencias. Es impresionante ver que todas las fuerzas militares que intervienen en nombre de los derechos humanos finalmente terminan siendo las fuerzas militares de las grandes potencias. Y no podemos sino sospechar que están defendiendo su posición dominante.
Usted sostiene que no puede existir una ética abstracta: entonces, ¿en qué situaciones concretas imagina esta vinculación de una ética con la igualdad?
–En todas las situaciones políticas, extremadamente diferentes, hay ante todo un punto de igualdad. Tomo un ejemplo de mi país: la gente más maltratada, los más perseguidos y los más pobres en Francia son los obreros de origen extranjero, africanos o árabes. Hacer una política de la igualdad consiste en organizarse con ellos para que puedan tener los mismos derechos que todos los demás: para que puedan caminar por la calle sin que los detengan, para que puedan tener una vivienda digna. Es una batalla política igualitaria. Dentro de esto hay una posición ética que puede consistir, por ejemplo, en decir “todo el mundo debe ser respetado en un país”. Pero si no hay un vínculo real con esta gente, si para vos son tan abstractos como lo son para el gobierno, no vale la pena hablar de ética. Entonces, hay que partir de la situación concreta de la gente, definir una orientación política y recién ahí se puede resaltar el principio ético. Es un simple ejemplo, pero lo podríamos multiplicar. Hay ética cada vez que hay una situación que se está transformado y cuando uno participa de esa transformación. Y esto vale para la política pero no solamente: pienso, por ejemplo, que hay una ética artística. El artista, desde el interior de su obra o invención, va a manifestar una exigencia, una continuidad que es una ética de la creación. Pero esta ética de la creación nace a partir de su trabajo. Y es por eso que pienso que la ética existe dentro de situaciones y no son las situaciones las que existen a partir de la ética.
En ausencia de una ética abstracta, entonces, se disuelven los criterios universales del Bien y el Mal. En relación a esto: ¿cómo analiza la imagen generalizada por el discurso de Bush de la existencia de un “Eje del Mal”?
–A mis ojos, la posición “moral” de Bush es una posición absolutamente anti-ética. Porque justamente parte de una definición del Bien y del Mal que es bastante simple: los intereses norteamericanos son el Bien y todo lo que se le opone es el Mal. Ahí tenemos un ejemplo muy claro de la transformación de una situación de dominación económica y política en una falsa situación moral. No creo que haya un eje del mal: eso no designanada, mas que algunos enemigos de la potencia norteamericana tal como los ve Bush. Las consecuencias de esto son absolutamente terribles porque está declarando qué son el Bien y la democracia y están practicando la ocupación y la tortura. Sería difícil encontrar una definición más flagrante.
Usted ha dicho que la oposición entre tolerancia y fanatismo o, incluso terrorismo, está condenada a fracasar de antemano. De hecho, parece ser lo que sucede en la guerra actual. ¿Por qué?
–Pienso que la guerra actual es resultado de la ausencia de una gran política de igualdad en el mundo. Generalmente se produce una guerra cuando la política es débil. Estamos en una gran época de crisis de la política. En realidad, de crisis de la política revolucionaria. Durante un poco más de un siglo, hubo fuertes ideas de política de emancipación alrededor de la idea de revolución, de proletariado, de pueblo. Hoy todas estas ideas están en crisis. De modo que estamos ante una gran debilidad de la política de la igualdad: todos se han aliado al capitalismo. Y no hay que olvidar que el capitalismo es una política violenta, muy intolerante a todo lo que no es él mismo, dominada por intereses muy brutales. Las violencias actuales son tanto más terribles puesto que no son el conflicto claro entre una política y otra, son más bien las consecuencias violentas y negativas de la situación de desigualdad que existe en el mundo. Por lo tanto, tenemos y tendremos situaciones violentas de este tipo, salvajes y oscuras, de los dos lados, hasta que no hayamos resuelto el problema de la crisis política. Y esto es trabajo de toda una generación al menos porque la historia muestra que la creación de una nueva forma de política de la igualdad supone mucha experiencia, muchas ideas nuevas, y un gran trabajo de organización y, por el momento, es algo que está muy disperso y a título experimental. Hay una especie de carrera de velocidad entre la creación política nueva y las fuerzas de destrucción. Pero no tenemos que perder la confianza.
¿En qué experiencias encuentra estos elementos de política nueva?
–Hay experiencias muy diferentes unas de otras, muy múltiples. Podemos citar el movimiento antiglobalización con las manifestaciones en Seattle y Génova, podemos citar algunas experiencias locales muy fuertes como Chiapas o algunas más limitadas como la que comentaba que hacíamos en Francia en relación a los obreros extranjeros. Y hay muchas experiencias que no conozco porque justamente no tenemos un marco general para poder conocer todas estas experiencias, no tenemos lo que desde Marx se llamaba una “Internacional”.
¿Y eso es una ventaja o una desventaja?
–Por el momento, no tenemos una idea unificadora lo suficientemente fuerte. Incluso Marx tuvo que disolver su propia Internacional después de 1870, lo cual prueba que es una situación muy complicada. Por el momento, estamos dentro de lo múltiple de las experiencias y hay que seguir adelante.
¿Esta multiplicidad sería diferente a esa “fascinación turística” por la multiplicidad que se expresa en ciertos modos de multiculturalismo?
–Exactamente. Se trata de una multiplicidad que, por el contrario, trata de ser universal y que busca vincular situaciones y gente diferente. Lo que puede reunir a gente diferente es un proyecto común como, por ejemplo, una política común. De otro modo, es cierto, lo que hay es un interés turístico por los otros, que mantiene la situación actual.
Alguna vez definió la política como aquello que toma distancia del Estado. Con esta premisa, ¿qué crítica de la democracia se despliega?
–Primero hay que definir bien qué es la democracia. La democracia puede querer decir la igualdad, el proyecto político común; en ese caso diremos que se trata de una democracia real, activa. Democracia también puede designar cierto régimen político: es una definición más bien del lado delEstado. En el fondo, se puede definir la democracia desde el Estado o desde la gente. No es lo mismo. Hoy sabemos que la democracia del lado del Estado es compatible con la guerra, la opresión, la desigualdad y la injusticia. Por eso es quizás un régimen menos malo que la tiranía, pero es la forma moderna de la gran opresión. Cuando una escucha decir que Estados Unidos o que India es una democracia, nos vemos obligados a constatar a Estados Unidos como la mayor potencia imperial y a India como una sociedad de castas. En estos casos, democracia es una palabra muy limitada. Pienso que toda política hoy tiene que tomar distancia de la democracia en el sentido del Estado. Y, en particular, nunca debemos hacer propaganda por la instalación por la fuerza de la democracia en otras partes. Es como una especie de cruzada: convertir a la gente a la democracia, como antes se quiso convertir al cristianismo.
¿Considera que Europa tiene cómo oponerse al unilateralismo norteamericano?
–Creo que Europa tiene esta posibilidad si se reúne alrededor de su núcleo duro, si se constituye en algo más, diferente, de una federación sin unión política. Hoy hay países de Europa que están muy ligados a los intereses norteamericanos: Inglaterra, claro, pero también una cantidad de países del Este como Polonia y Hungría. Esta es, entonces, una situación sin fuerza. Yo lo que propuse es partir de los países que tienen la capacidad de oponerse al unilateralismo norteamericano: fundamentalmente, Francia y Alemania y, quizás algún día, también Italia y España. Si vamos en esa dirección, va a haber un equilibrio con Estados Unidos, pero si hacemos una Europa con los veinticinco países vamos a tener a Estados Unidos dentro de Europa.
Es decir, que usted llama núcleo duro de Europa a este conjunto de países...
–Creo que el núcleo duro de Europa son los países que tienen un deseo de independencia con respecto a los Estados Unidos. Y esta independencia tiene que ver con dos puntos fundamentales: la política exterior contra aventuras como la guerra de Irak o a favor de una paz real en Palestina y, a la vez, con una política interior que tiene que ver con el rol del Estado en la justicia social. Y sobre estos dos puntos los países de Europa pueden encontrar un camino original, pero tienen que querer resistir y para eso se necesitan hombres políticos sólidos.