ENTREVISTA
Europa bajo llave
En Esclavos. Informe urgente sobre la inmigración en España (Sudamericana), Cristina Civale investiga y denuncia el trato al que se somete, bajo la máscara de la inmigración ilegal, a esos muertos en vida que son los que padecen el éxodo. A continuación, una entrevista con la autora.
POR MARTIN DE AMBROSIO
La tesis del libro de Cristina Civale Esclavos. Informe urgente sobre la inmigración en España es potente: a España le conviene que los inmigrantes llamados clandestinos (o “sin papeles”) sigan en esa condición y por eso no hace nada para legalizarlos ni para acabar con la llegada masiva de extranjeros. Las razones para mantener esa situación serían dos: por un lado, porque los inmigrantes están dispuestos a hacer trabajos que los naturales a esta altura ya rechazan –como en áreas de gastronomía, el servicio doméstico, la prostitución, etc.–; y por otro lado, porque cada euro que es utilizado para pagarle un subsueldo a un empleado en negro vuelve casi automáticamente al mercado en blanco, ya lavado. “Existe una voluntad bastante fuerte para generar una bolsa de clandestinos que permanezcan siempre siendo clandestinos para alimentar el mercado negro de trabajo”, asegura Civale, entrevistada por Radarlibros. ¿Plan sistemático? “Plan sistemático me suena un poco fuerte, pero sí puedo hablar de una voluntad bastante poderosa de no acabar con la clandestinidad sino promoverla como mano de obra mucho más barata que la de los españoles o comunitarios.” Según Civale, hay muchos datos que pueden alimentar la suspicacia. Sin ir más lejos, las deportaciones que no se ejecutan. “Cuando atrapan a un clandestino, la actitud es incoherente: te echan pero no te echan, te echan pero te dan un papel en el que figurás como deportado y donde dice que te tenés que ir en 15 días, pero a la vez te dan una lista de ONG a las que podés recurrir para quedarte...”
Civale –periodista, escritora y guionista de televisión– vivió dos años en Madrid antes de mudarse a Génova, donde ahora vive, y fue entonces que comenzó a advertir lo que estaba sucediendo con los inmigrantes. “Viví en el barrio de Lavapiés y noté que no nos dejaban ‘hacer la España’, tal como ellos sí habían hecho la América. Yo no era clandestina, porque soy ciudadana italiana gracias a mi abuelo, pero vi que la gente era discriminada y empecé a investigar el tema. Y después me sorprendió la mano dura en el plano discursivo, y vi que eso no se llevaba a cabo en la práctica sino que los dejaban pasar siempre que quedaran como mano de obra barata, en ese limbo de vida, de existir pero más o menos.”
Otra idea poderosa de Esclavos... es que la situación de los inmigrantes ilegales de todas las nacionalidades (“si uno no tiene papeles, da lo mismo ser argentino, colombiano o nigeriano”) en muchos puntos no difiere de la que sufrieron los esclavos africanos hasta bien entrado el siglo XIX. “Algunas modalidades han cambiado, pero al no tener elección las personas para trabajar, o al no poder moverse de la situación en la que están, o al tener que saldar deudas, la esencia de la esclavitud se mantiene. Curiosamente, este año la ONU está recordando aquella esclavitud: me parece entonces muy oportuno hablar de los nuevos esclavos y recordar que en Europa siguen existiendo.”
Ahora, los inmigrantes incluso son obligados a pagar sus faltas administrativas (no tener los papeles en regla) con la pérdida de la libertad: en España, estos “delincuentes” sin papeles son encarcelados en los denominados Centros de Internamiento de Extranjeros, donde incluso llegan a ser torturados (“la tortura no es algo esporádico en España”, sentenció un veedor de la ONU, según cita el libro). “Esos lugares –asegura Civale– me hacen acordar bastante a los centros clandestinos de detención de la dictadura argentina.”
El libro también dice que cada año son traficadas 4 millones de personas en el planeta. Después de las armas y las drogas, es el tráfico que más dinero produce (según la ONU, unos 21 mil millones de dólares). ¿De dónde sale esa cifra?
–Ese número se calcula de la gran cantidad de gente que va de América latina hacia Europa y Estados Unidos; de toda América hacia Australia; y del Africa magrebí y el Africa subsahariana hacia Europa, y de Europa Oriental a Europa Occidental. Es la suma de esos desplazamientos en formano oficial, ilegal. El mercado surge en el transporte, porque esta gente no usa transportes ortodoxos; ni aviones, ni barcos de línea. Entonces inventan nuevos medios de transporte. Si vas de Afganistán a Londres, viajás sucesivamente en una gran cantidad de camiones que te meten en la parte de atrás, o entre las gomas y los acoplados. Eso cuesta mucho dinero: hacer la ruta Afganistán-Londres así puede salir 10 mil dólares. Y sucede que de cien personas que salen, quedan vivas dos; el resto se va perdiendo en el camino. Pasar de Africa a Europa a través de España y cruzando en una patera (barcos neumáticos, especie de gomones de marca Zodiac) cuesta entre 3 mil y 5 mil euros. Hay billetes más caros que implican que si te agarra la policía y te deporta, igual tenés derecho a tomar la siguiente patera e intentarlo de nuevo. También hay pateras que van por Italia.
¿Cómo se hace el ingreso a España desde Africa?
–En cada una de las pateras entran 40 personas, pero llegan a cargar hasta el doble. Cruzan desde un punto del norte de Africa hasta un punto de España. Son entre 3 y 50 kilómetros, pero lo que pasa es que la zona más fácil de entrar ya está muy vigilada y se buscan alternativas. El tipo que maneja las pateras, llamado “Tiburón”, no es una buena persona que te lleva de onda. Es un traficante de personas, cobra dinero, y si se pone peligrosa la cuestión y puede ir preso, no tiene problemas en tirar al agua a sus “pasajeros” y volverse solo al punto de partida.
¿La opinión pública española conoce lo que sucede o está todo soterrado?
–La gente no sabe mucho. Los diarios cuentan: “Llegaron las pateras y murieron 14”, “Otro aluvión”. Eso es lo único que se dice. Y yo pienso: “Bueno, llegó el aluvión... Pero, ¿qué hicieron con los sobrevivientes?”. Después de eso, los diarios no dicen nada. Sin embargo, ya hay mucha gente que, enterada del maltrato, trabaja a favor de los derechos de los inmigrantes. Porque es claro que hay violaciones a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Parece mentira que algo así pueda suceder hoy en España, pero sucede de un modo escondido. Aunque hay también municipios como el de Barcelona que tienen una actitud muy progre y alientan a que el inmigrante no se deje pillar por la Ley de Extranjería, que sólo trata de reprimirlos y criminalizarlos.