Un águila guerrera
ARQUEOLOGIA DE LA
VIOLENCIA: LA GUERRA EN LAS SOCIEDADES PRIMITIVAS
Pierre Clastres
Trad. Luciano Padilla López
Fondo de Cultura Económica
Buenos Aires, 2004
79 págs.
POR VERONICA GAGO
La imagen guerrera de las pueblos originarios de América transmitida por las crónicas de los colonizadores fue el relato que amparó una de las metáforas más fundamentales de la política moderna: en el estado “natural”, los hombres están en plena guerra de todos contra todos. Al borde entre la ficción y la constatación empírica, Hobbes argumentaba que “en no pocos parajes de América, los salvajes (...) no tienen gobierno alguno, y en estos días viven de la manera casi animal que antes mencioné”. Sin Estado –es la conclusión del autor de Leviatán–, la guerra se generaliza y la sociedad se vuelve imposible. Lévi-Strauss concluye en una perspectiva opuesta pero simétrica a la hobbesiana: la sociedad primitiva es el intercambio de todos con todos y la violencia sólo adviene cuando ese intercambio fracasa.
La hipótesis del antropólogo francés Pierre Clastres –desarrollada en este breve y luminoso ensayo– quiere ir más allá: la violencia no es lo que impide la constitución del ser social (ser-político-estatal en Hobbes y ser-para-el-intercambio en Lévi-Strauss) sino su ser mismo. La guerra en las “sociedades primitivas”, continúa Clastres, es causa y efecto de una finalidad política buscada: la dispersión. No se trata de una violencia por la supervivencia –biologización de la violencia, le llama el autor–, tampoco la perpetuación de una torpeza para alcanzar la unidad política. Más bien lo contrario: la capacidad propia de cada comunidad de hacer la guerra es la condición de su autonomía. Guerra permanente para preservar la propia ley, es decir, para lograr un tipo de unidad política que no se base en la relación entre quienes mandan y quienes obedecen. ¿Qué tipo de “unidad” es posible fuera de la dinámica de la sumisión? Tal es la pregunta que parece ver Clastres en la “lógica de la diferencia” con la que nombra el modo de organización de las sociedades primitivas. Lo que hace de cada comunidad una “totalidad-unidad”, dirá el autor, es un territorio. No sólo en el sentido puramente literal (porque eso equivaldría a dejar de lado a los cazadores nómades) sino en tanto “espacio exclusivo de ejercicio de los derechos comunitarios”.
Pero tal exclusividad en el uso del territorio implica siempre un “movimiento de exclusión” de los grupos vecinos. El vínculo político es la exclusión del otro: cada uno se sostiene como comunidad irreductible, imposible de ser anexada o subsumida. En estas “sociedades de ocio” (a cada quien conforme sus necesidades) no hay voluntad de acumulación, concluye Clastres. Y despliega, desde aquí, una interesante argumentación de por qué estas sociedades organizan una economía de la abundancia y no, como solía creer cierta óptica marxista, una pura economía de la miseria. Sin embargo, la multiplicidad de comunidades separadas, cada cual afirmando su diferencia frente a las demás, no implica que estén encerradas en sí mismas: se abren a los otros en la intensidad de la guerra. El “estatuto estructural” de la violencia consiste en no abandonar esa diferencia radical entre cada “nosotros”, en no identificarse con los otros.
Pero, entonces, ¿con quién se intercambia? ¿Con quiénes se practica la reciprocidad? Con las redes de alianzas: “Los compañeros de intercambio son los aliados”. El intercambio es un efecto táctico de la guerra. Las figuras del enemigo y del aliado organizan a la vez la política interior yexterior de cada comunidad. Pero el problema, insiste Clastres, no es tanto con quiénes se intercambia sino cómo mantener la independencia política, cómo conservar el propio ser.
Aparece entonces la obsesión que atraviesa los distintos textos del antropólogo: ¿cómo es posible el Estado? El Estado surge cuando se impone la idea de unificación. Cuando es vencido el conservadurismo primitivo: esa voluntad política de permanecer como comunidad autónoma. El Estado es el mayor enemigo de la guerra, dice Clastres, porque sólo la guerra asegura la dispersión, la lógica centrífuga, de las sociedades primitivas. Hobbes no dudaría en afirmar lo mismo. Las sociedades primitivas son máquinas de guerra contra el Estado. Es ésta la tesis central de Clastres. Máquinas de guerra que ponen de cabeza el discurso hobbesiano.