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Domingo, 19 de septiembre de 2004

Rosas en tu pecho

LA DIVISA PUNZO
Paul Groussac

Editorial Quadrata
Buenos Aires, 2004
156 págs.

POR PATRICIO LENNARD

Si la representación literaria de la historia, en la literatura argentina del siglo XX, se constituye fundamentalmente alrededor del peronismo, en la figura de Rosas está el origen histórico de toda representación literaria. La Argentina rosista es la literatura, y en la subyugación por el mal se juega, quizá, la parte más interesante de la tradición que tiene como núcleo al Restaurador y su época. En este sentido, se podría pensar que, a causa de la villanía que le han endilgado varios de los que en sus obras han hecho sobre él una indagación estética y política, Rosas es uno de los personajes que han sido más abundantemente reescritos. Puesto que allí donde éste se vuelve literariamente interesante, emergen los puntos de vista que lo presentan como una alteridad más o menos indecible: si Rosas es uno de los más grandes villanos de la historia literaria argentina (o, en última instancia, el artífice de una tipología de villanos reproducida, por ejemplo, en los mazorqueros y en sus históricos sucedáneos), es porque el mal que encarna constituyó siempre un desafío para quien pretendiera escribirlo. Un enigma fascinante.
En La divisa punzó, Paul Groussac se inserta en esa tradición que comienza con Echeverría y Sarmiento, y rescribe el mito haciendo hincapié en un suceso histórico determinado: el complot que en 1839 Ramón Maza organizó en contra del Restaurador, en el marco de las corrientes antirrosistas que surgieron con motivo del bloqueo que la armada francesa había dispuesto sobre Buenos Aires. El asesinato de Manuel Vicente Maza, padre de Ramón y presidente de la Legislatura en aquel entonces, y el fusilamiento del conspirador –ambos ordenados por Rosas– fueron los efectos que tuvo la fallida conjura. Acontecimientos éstos que habían sido narrados, previamente, en Amalia de José Mármol.
Estrenado en 1923 por la compañía teatral Quiroga (ironía debida al apellido del dueño de la misma), el drama en cuatro actos que es La divisa punzó tiene a Rosas y a Manuelita, su hija, como personajes centrales. El amor prohibido de ella por un unitario y las tensiones que entre ambos suscita el péndulo del que Rosas suspende la vida de Maza colocan a los protagonistas en una estructura más o menos maniquea por la que la “civilización” y la “barbarie” son (una vez más) los valores que trasuntan esta tardía expresión de “literatura antirrosista”. Tardía si se tiene en cuenta que Groussac la escribe en los umbrales del nacionalismo restaurado por el golpe militar de 1930, momento en que la revisión apologética del caudillo hace de su figura la cifra de lo auténticamente argentino, en función del paradigma que concibe a los inmigrantes como la fuerza disolutoria de la nación en marcha.
La obra de Groussac, de este modo, no puede dejar de ser vista a la luz del rol preponderante que él mismo jugó entre los intelectuales argentinos de la generación del ‘80, en circunstancias en que el europeísmo era la perspectiva hegemónica. Modelo del intelectual trasplantado, parafraseando al alter ego de Piglia en Respiración artificial, Groussac –en su calidad de árbitro del campo intelectual de su tiempo– es el síntoma en que se expresan los valores de una cultura dominada por la superstición europeísta. Así, en La divisa punzó, los franceses y hasta los británicos están detrás del complot que se pergeña en contra de Rosas, lo que le permite al autor hallar en la Historia una justificación de la ideología que su texto amplifica. Ideología que, en los tan literarios tiempos delrosismo, bien le hubiera valido a Groussac el mote de “salvaje e inmundo unitario”.

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