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Domingo, 12 de diciembre de 2004

Novelista con Europa de fondo

POR JUAN VILLORO

Madonna se negó a ser entrevistada por Martin Amis por considerarlo “demasiado famoso”. Hijo del novelista Kingsley Amis, el autor de Dinero y otras prosas de alta inventiva ocupó desde muy joven un sitio central en la escena literaria inglesa sin ocultar un talante competitivo (“todo autor admira a sus precursores y detesta a sus sucesores”). La provocación intelectual del novelista ha recibido respuestas tan ultrajantes y desproporcionadas por parte de la prensa que su libro de memorias Experiencia desemboca en una reflexión crítica sobre el cuarto poder. Cuando la Feria del Libro de Madrid nos propuso sostener un diálogo público, Amis pidió que le enviara un cuestionario por correo electrónico. Aunque en su caso la paranoia está justificada, el protocolo enfrió algunos temas. Sin embargo, sirvió para ahorrar preguntas inútiles. Amis vive en Uruguay, pero no habla español y no ha leído a Onetti.
El objetivo de los organizadores consistía en discutir el trabajo literario “con Europa al fondo”. Este propósito íntimo y paisajístico nos llevó a dividir la conversación en dos tiempos. Como suele ocurrir, fallamos en los asuntos que creíamos tener mejor preparados. Amis ha escrito sobre Jagger y Madonna, y nos pareció interesante discutir a David Beckham, que a fin de cuentas es Jagger más Madonna. Nuestra aportación a la hagiografía del capitán inglés no pasó de considerarlo un icono gay. Cuando le pregunté sobre la autora más leída del Reino Unido, J.K. Rowling, mi interlocutor se limitó a decir que sus hijos la consideraban uncool, pero que él le deseaba suerte y millones en el negocio. Los asuntos laterales, pensados para evitar el sesteo de los asistentes en tarde de domingo, se evaporaron rápidamente. Como en las banderas piratas, quedaron dos huesos duros: política y literatura.

JUAN VILLORO: En tu libro de relatos Los monstruos de Einstein incluyes un prólogo en el que te refieres a la gran amenaza que hace unos años se cernía sobre el mundo, la conflagración nuclear. La carrera atómica representaba para ti lo “inimaginable”, una forma abstracta, poderosa, incontrolable del terror. Hoy en día nos encontramos ante otro desafío de lo inimaginable: el terrorismo. ¿En qué medida el terror colectivo de la amenaza nuclear ha sido sustituido en Europa por el terrorismo?
MARTIN AMIS: Me gustaría decir, ante todo, cuán horrorizado me sentí el 11 de marzo. Me hallaba en Uruguay, un país que tiene profundos vínculos históricos y lingüísticos con España, y allí la impresión fue muy intensa. A todos nos conmovió profundamente ver el millón de paraguas goteando, sollozando, en Madrid y el resto de España. Se supone que los ingleses tenemos mucha experiencia con el terrorismo, debido a la existencia del IRA. Lo mismo con los españoles, debido a ETA. Pero tanto el IRA como ETA persiguen causas comprensibles; son irracionales en su ejecución, pero uno puede imaginar una situación política que satisficiera sus demandas. Este no es el caso que nos ocupa actualmente. Nunca vamos a abrir los periódicos y leer: “Después de la aniquilación por armas de destrucción masiva de Nueva York, Washington, París, Madrid, Londres, Roma o Varsovia, etcétera, y explosiones sincronizadas en las plantas nucleares de cuatro continentes, Occidente reconoció su derrota en la guerra contra el terror. Las capitales de Occidente ofrecieron su rendición incondicional, el califato será gloriosamente restaurado en Bagdad ante universales muestras de regocijo, la nueva autoridad mundial ordenará la reimposición de la sharia, y el Islam radical nos regresará al siglo XIII”. Esto no va a suceder. Pero nos hace darnos cuenta de que nos hallamos ante un enemigo insaciable, agonista por naturaleza, que se ve a sí mismo como víctima y como enemigo permanente. De hecho, es un fascismo de nuevo cuño. Pienso que estamos siendo testigos –y me estremezco al pensar en cuánto se va a prolongar– de la agonía de la visión total del Islam, que no hace distingos entre la Iglesia y el Estado, y que, de hecho, se muestra perpleja cuando se le menciona dicha distinción. El asunto principal de mi obra ha sido siempre la masculinidad, y me parece que estamos ante unmomento de crisis para el hombre islámico. En vez de emprender una guerra con Irak, con el consiguiente derroche de sangre y dinero que supone, nuestros recursos deberían contribuir a que la mujer islámica se emancipe y sea dueña de su destino. El hombre islámico se halla sumido en una situación terrible: durante siglos ha sido políticamente impotente, pero en su hogar ha sido un león y un príncipe, un Saladino y un Nabucodonosor. Y no puede encarar la mirada de las mujeres islámicas porque es políticamente impotente. Cuando el último príncipe moro fue expulsado de España, abandonó sus tierras llorando mientras su madre le decía: “No llores como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre”. Así dio comienzo el trauma y la crisis del Islam. Es imposible saber con certeza cuánto va a durar esta rabieta global antes de que las mujeres se levanten y los autoengaños del hombre islámico sean neutralizados.
J.V.: Es claro que en la escena política actual el papel de liderazgo que cumplen los Estados Unidos plantea numerosos interrogantes. Dedicaste The Moronic Inferno a asuntos de los Estados Unidos, y conoces bien esas circunstancias. ¿En qué medida podemos esperar un cambio político desde dentro en los Estados Unidos, y en qué medida puede Europa influir en ese cambio?
M.A.: Después del 11 de septiembre escribí un artículo en el que afirmaba que la gran dificultad para los norteamericanos –y es una enseñanza que tardará una dolorosa generación en asentarse– es que son odiados. No lo comprenden: “Tiene que haber algún error, porque somos gente muy generosa, muy simpática”, dicen (y en muchos aspectos lo son). Se perdió una valiosa oportunidad para educar a los norteamericanos cuando, en su discurso del 2002, Bush identificó un “eje del mal” compuesto por tres países: Irán, Irak y Corea del Norte. En el borrador de dicho discurso, el “eje del mal” era originalmente el “eje del odio”. Si hubieran mantenido ese lema y lo hubieran repetido en todo lugar y ocasión, hubiéramos tenido alguna esperanza de que la idea de que son odiados acabara permeando la conciencia americana. Pero Bush prefirió la frase “eje del mal” porque evocaba el Eje de la Segunda Guerra Mundial, era un eco del “imperio del mal” empleado por Ronald Reagan y, según dijo finalmente, resultaba más “teológico”. ¿Por qué razón, cuando el mundo tiembla de miedo, queremos que las cosas se vuelvan más teológicas? Lo curioso es que cuando los soldados estadounidenses fueron a Irak esperaban ser festejados en las calles, en la creencia de que, porque se aman a sí mismos, también los iraquíes los amarían. Éste es el ideal en que se funda Norteamérica. Ellos creen que hacen lo correcto porque son América. Así que padecieron un terrible baño de realidad, gracias al cual tal vez comprendan más adelante que el odio es real. ¿Qué puede hacer Europa? Bueno, ¿qué es Europa? Europa ha sido y es una enorme central de energía cultural que ha forjado el mundo moderno, los últimos quinientos años han estado totalmente dominados por ella. Un diplomático dijo que Europa es económicamente un gigante, diplomáticamente un ratón y militarmente una hormiga. Baste recordar el lío que se armó hace un par de años cuando un diminuto peñasco deshabitado provocó una crisis entre Marruecos y España. Europa no pudo solucionar el problema, aunque sólo había unas pocas gaviotas en aquella isla, y tuvo que ser Colin Powell quien llamara desde Washington y pusiera un poco de orden en tanta idiotez. Así que Europa, enorme fuerza histórica y cultural, carece de voluntad y fuerza militares. Hemos rebasado esa etapa, confiamos en los acuerdos y la lógica, mientras que Norteamérica, que nunca ha experimentado una invasión ni la carnicería que padecimos en la primera mitad del siglo XX, aún piensa en términos militares. A mi juicio, esa violencia, esa inmensa movilización militar, es un anacronismo. Así que hay una gran disparidad en nuestra forma de pensar, y hasta que Estados Unidos no supere esa concepción hobbesiana del mundo, no sé qué ayuda podremos dar. Su xenofobia está literalmente lista para estallar, no hay otra cosa que más les guste que despreciar a la vieja Europa, como la llamó Rumsfeld. Alguien dijo, por último, queNorteamérica, militarmente, no tiene parangón con ningún otro imperio de la historia, pero que diplomáticamente es un país muy mediocre, hace enemigos con mucha facilidad. Recordarán, sin duda, cuando la cafetería del Congreso, absurda y neciamente, cambió el nombre de French Fries por Freedom Fries. Me pregunto si habrán hecho lo mismo para las French Letters (nota: denominación arcaica, en inglés, del término “preservativo”) y ahora es muy habitual para un republicano dirigirse a sus fieles diciendo: “Hola, o como diría John Kerry, ¡Bonjour!”, y esto suscita carcajadas. Así pues, hay una posibilidad bastante notable de que John Kerry no sea el próximo presidente de los Estados Unidos por la sola razón de que habla francés, y George Bush será elegido porque no habla francés. Estas son las cosas que no veo cómo puede rectificar Europa.
J.V.: Hace poco, la UE se ha ampliado con nuevos países que, culturalmente, habían estado relegados del horizonte europeo. Kundera habló del rapto de Europa en el sentido de que cada vez que se hablaba de la imaginación europea se hacía referencia a lo que ocurría en París o Londres, pero rara vez a lo que pasaba en Budapest o Praga, que por derecho propio pertenecían a la cultura europea. ¿Cómo cambia el rostro europeo con esos nuevos países?
M.A.: Los países de la Europa Central y Oriental se hallan muy empobrecidos y psicológicamente dañados por su historia de posguerra. Nuestra tarea inmediata debe ser asimilarlos a nuestra prosperidad y nuestra civilización. Algo que habría que decir de Irak es que la guerra era inevitable, hiciéramos lo que hiciéramos. Un Irak arruinado y enloquecido iba a ser en cualquier caso parte de nuestro futuro. Era sólo cuestión de tiempo, y a mi juicio los norteamericanos escogieron el peor momento para actuar y encarar ese futuro inevitable. Los países de la Europa Oriental no han sido golpeados y torturados hasta ese punto, pero pienso que nuestro deber primero es ayudarlos a curar sus heridas y llegar a un acuerdo con su pasado.
J.V.: En tu libro más reciente publicado en España, Koba el temible, te ocupas de Stalin desde una perspectiva muy personal, a partir del compromiso político de tu padre y de gente de su generación, y revisas los crímenes del socialismo realmente existente. Sin embargo, para cierta gente en esa otra Europa, la caída del modelo socialista no ha traído necesariamente un cambio positivo. A propósito de la situación checa después de la caída del Muro, Ivan Klima le dijo a Philip Roth: “Los paranoicos han mejorado, pero los neuróticos están empeorando”. En Alemania se habla con nostalgia de los beneficios comunitarios del viejo orden, y se ha acuñado la palabra ostalgie para referirse a la nostalgia por el Este. ¿Cómo ves la realidad de los antiguos países socialistas?
M.A.: Una vez fui a un congreso en Portugal en el que había varios representantes de los países de la Europa del Este, y en cierto momento una novelista rusa, Tatiana Tolstoia, nos dijo: “Sus frustraciones y sufrimientos literarios están muy bien y son muy legítimos, pero a fin de cuentas los superarán”. Se palpaba una ola de profunda amargura en los escritores del Este europeo: sentían que habían sido traicionados después del final de la Segunda Guerra Mundial, que el acuerdo con Stalin al reverso de un sobre en Yalta los había confinado a una eternidad de opresión y pobreza, y que se les había exigido participar en un experimento que, aun y cuando no fuera un fracaso económico absoluto, había estado monstruosamente en términos morales. Es muy difícil saber cómo se puede abordar un pasado de injusticia y autoengaño tan rampantes. ¿Es bueno iniciar una orgía de incriminaciones, tratar de ofrecer una compensación o rectificación a los millones de crímenes que se cometieron en nombre de este ideal iluso? Rusia misma no ha pasado por este proceso, y mucha gente que ha viajado allí piensa que será una sociedad deforme mientras dicho autoexamen no tenga lugar. No ayuda, por lo demás, que los activos del Estado hayan sido vendidos a unos pocos hombres de negocios sin escrúpulos. Me parece, en fin, que el pasado tiene un peso, y quecuanto más tiempo transcurre sin que tenga lugar un proceso de autoexamen, más pesado se vuelve.
J.V.: En los últimos años has practicado más la no ficción. Experiencia es un libro de memorias, La guerra contra el cliché reúne tus críticas y ensayos literarios, Koba el temible es un testimonio de la ilusión socialista. Incluso tu nueva novela, Yellow Dog (Perro amarillo), aún inédita en español, se apropia de trabajos que habías hecho en el campo del periodismo. Da la impresión de que cada vez te interesa más la narrativa documental. Antes de llegar a ésta me decías que estás trabajando en una novela claramente autobiográfica.
M.A.: Es una novela larga, que cubrirá en gran medida el mismo terreno que mi libro de memorias. Sin embargo, la diferencia entre escribir autobiografía y ficción autobiográfica es demasiado radical; los dos procesos se dan en diferentes compartimentos de la mente. Siempre he pensado que las memorias y los ensayos críticos vienen de la parte posterior del cerebro, dependen de las técnicas discursivas de la lógica y consisten en desarrollar una argumentación. Pero la ficción proviene de un plano inferior, de la médula espinal. Antes de escribir Yellow Dog tuve que investigar algunos asuntos. Uno fue la familia real, puesto que en la novela tengo un rey de Inglaterra alternativo, Enrique IX, y otro fue la pornografía. En el caso de la familia real, escribí una reseña extensa de una serie de libros sobre el asunto, lo que de paso me sirvió de investigación. En esta reseña acabé mostrándome tibiamente a favor de la familia real, por varias razones: resulta demasiado trabajoso librarse de ellos, ellos mismos se están buscado la ruina, y además proporcionan una agradable dosis de irracionalidad. También pensé que la familia real era buena para cuidar el arco iris racial de la nación. Cuando uno ve las multitudes que los vitorean, comprueba que hay una proporción muy alta de gente de raza negra y de raza hindú; la familia real no hace distingos raciales, y éste es uno de sus rasgos benéficos en una nación tan vulnerable en ese sentido como Gran Bretaña. Sin embargo, cuando escribí sobre la familia real en la novela, me puse en su contra, y por una razón muy simple. Aunque la familia real y la historia han ido aparejadas a lo largo de mil doscientos años, ya no son compatibles en un mundo donde la intromisión de los medios y la exposición ante la opinión pública son tan intensas. En el caso de la pornografía, cuando traté el asunto en mi novela, no es que pasara de estar a favor a estar en contra sino que me permitió entender con claridad la naturaleza de mi desasosiego. Comprendí por primera vez, por ejemplo, por qué las mujeres odian sin ambages la pornografía. La razón es que no soportan ver la industrialización de un acto de amor que de hecho puebla el mundo. Creo que si la reproducción humana se sirviera de otros medios, por ejemplo del estornudo, y el sexo fuera pura y simple recreación, las mujeres no verían mal la pornografía. Y pienso que tienen razón, porque la pornografía no sólo niega sino que excluye la idea de que el sexo tiene un significado, y de que tiene que ver con el amor. Esto me preocupa mucho en una época en que los pornógrafos, sobre todo, nos dicen que la pornografía está plenamente aceptada, que es mainstream... A lo que uno responde que la pornografía no será públicamente respetable hasta que la masturbación sea públicamente respetable, y no parece que ése sea el caso. También hay que tener en cuenta que la educación sexual de nuestros jóvenes no está a cargo de los profesores de biología sino de los productores de pornografía, así que el culto del sexo que deniega el amor es el que está educando a nuestros hijos. Esto ha sido un largo rodeo para explicar que, cuando uno escribe ficción, está escribiendo sobre sus ansiedades silenciosas, sobre las preocupaciones que uno no sabe que tiene. Es sólo al terminar el libro cuando de repente identificas o articulas lo que te está inquietando. Pondré un ejemplo. La mayor parte de los escritores se pasa la vida sin leer una sola línea que les diga algo nuevo sobre su obra. Yo he tenido la experiencia de leer algo que me hizo dar un salto. Cuando escribí mismemorias, una revelación de la crítica tuvo que ver con el episodio en el que cuento cómo descubrí que había tenido una hija a mediados de los ‘70. La madre era una mujer casada: tuvimos una relación breve y apasionada, y más tarde oí un rumor de que yo era el padre de su hija. Pero el asunto se desvaneció de mi mente consciente. Sin embargo, una comentarista advirtió que el tema había pasado a mi subconsciente, porque a partir de entonces había escrito seis novelas en las cuales aparecen una y otra vez niños huérfanos de padre, o situaciones familiares misteriosas, o padres ansiosos. Fue una revelación asombrosa, vi de inmediato que era cierto, que aquello que no sabía que me preocupaba había entrado en mis novelas.

(Agradecemos a la revista Letras Libres por
permitirnos reproducir esta entrevista)

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