EL EXTRANJERO
Cartas para camaleones
El epistolario de Truman Capote viene con sorpresa: menos chismoso y venenoso de lo que podía esperarse, estas cartas arman el relato de iniciación del talentoso y multifacético escritor.
Por Rodrigo Fresán
Too Brief a Treat: The Letters of Truman Capote
Editadas por Gerald Clarke
Random House, 2004
487 páginas
El reciente vigésimo aniversario de la muerte de Truman Capote –el escritor tendría hoy 80 años– nos trajo tres libros con inevitable perfume de efemérides. Una reedición facsimilar de A sangre fría (la novela por la que, todo parece indicarlo, será más recordado en detrimento del mucho más interesante Música para camaleones); los ahora editados por Anagrama Cuentos completos (material conocido y firmado por el entonces mejor alumno de Carson McCullers y Eudora Welty y, ahora, con el atractivo del todo junto más un inédito); y el más interesante de todos: este epistolario ordenado y comentado por Gerald Clarke, autor de una muy buena biografía del monstruo publicada en 1988. Lo que aquí se recoge son más de cuatro décadas de cartas y telegramas con amigos y amantes y editores y gente famosa y una verdadera pasión por dejar caer, aquí y allá, un apellido de peso luego de los casi reflejos honey, dear, darling, precious baby, lover lamb, magnolia, my sweet y blessed plum.
Y, sorpresa: contrario a lo que cabía pensar, no abunda aquí el veneno o el chisme porque –todo parece indicarlo– a la hora de la maledicencia Capote prefería ser más oral que escrito o reservarse para sus proustianas y jamás completadas Plegarias atendidas. A la hora del sobre y la estampilla –como bien precisa Clarke–, Capote “escribía sólo a sus amigos; para sus enemigos reservaba una lengua más afilada e hiriente que la daga de un asesino”. Eso sí: casi no hay página en la que Capote no reclame, exija o gima que, por favor, le escriban y describan con lujo de detalles las últimas y más jugosas indiscreciones.
Así que –más allá de la infidencia ocasional– lo que aquí prima y gratifica y verdaderamente interesa (una vez superada la sorpresa de que esto no es una biblia de un excelso maestro difamante) es el relato de la educación de un escritor muy seguro de lo que se proponía hacer y alcanzar en una época dorada donde la ficción era parte importante e ineludible de las revistas.
De todo esto se ocupan las amplias y vigorosas dos primeras partes del libro: “The Exuberant Years: A Merlin in Alabama and a Puck in New York” and “The Years of Adventure: Off to See the World”. En ellas, Capote se nos presenta como una suerte de Holly Golightly dispuesta a comerse primero Manhattan y después, el mundo. Y lo hace.
En la tercera sección –“Four Murders and a Ball in Black and White”– se recorre el largo y doloroso proceso de investigación para A sanfre fría, así como el triunfo cósmico y sin precedentes de esta influyente novela non-fiction o como se la quiera llamar y definir hoy.
El final –“Prayers Answered and Unanswered”, el tramo más breve e inexpresivo de Too Brief a Treat– muestra a un hombre con pocas ganas de escribir cartas: pocas líneas de tinta y demasiadas rayas de cocaína, se sabe. Así, lo último que leemos es el breve telegrama –fechado el 25 de febrero de 1982– enviado a Jack Dunphy, su amor de toda la vida, donde le dice que lo extraña tanto. Llegado este punto del libro, nosotros también extrañamos a Capote y por eso es casi un reflejo automático volver al principio, a 1936 y a 1939. Dos cartas breves en las que un artista adolescente comunica primero su nuevo apellido (el Capote de su padre adoptivo suplanta al Persons original, que aparece en la carta escrito como Person) y otra donde confiesa –“por la presente afirmo solemnemente”, dice– que todo lo que dijo sobre un compañero “fueron nada más que mentiras y calumnias de mi parte”. Entre un extremo y otro, se sabe, otras voces y otros ámbitos, y los perros ladran, y los camaleones cambian de color en los árboles de la noche.