Por siempre Gala
Por Cecilia Sosa
Elena Dimitrievna Diakonova, Galuska, Galotchka, Gradiva, la “única” para Paul Eluard pero también la “única” para Dalí; musa de Max Ernst y terror de Cécile, su propia hija. Bruja, médium, esclava. La joven rusa que en 1913 y a los 18 años ingresó en una clínica suiza enferma de tuberculosis, se enamoró de un poeta de 17 años también convaleciente (Eluard) y tres años después cruzó la Europa en guerra para casarlo. La novia vestida de verde que prometió ante el altar “seré limpia, coqueta y leeré mucho”, la maniquí perfecta del surrealismo y la ávida administradora de la millonaria empresa daliniana. Dueña exclusiva del amuleto (una peca en el lóbulo superior de la oreja izquierda) que el genio del bigote debe palpar cada vez que se siente nervioso. Avida Dollar, Diosa, Madona. Reina de Esparta, esposa de Tíndoro, la gran Leda, madre de los gemelos mitológicos. En fin. ¿Quién es Gala?
Gala. La mujer más enigmática del siglo XX, la biografía de Dominique Bona, que acaba de ser reeditada por Tusquets para su colección “Tiempos de memoria” (fue publicada originalmente en 1996), es una cita veraniega perfecta con los devaneos de “la mujer más enigmática del siglo XX” y, de paso, permite recorrer ocho décadas de guerras, exilios y ajustes y desbarajustes entre arte y política.
En un trabajo que combina ardua labor archivista con fervor novelístico, la experimentada biógrafa y crítica literaria de Le Figaro enlaza intimidad e historia en casi 400 páginas que no dan respiro. Bona sorprende con su fisgoneo certero en vidas, “ismos” múltiples, cuadros, y poesía, sobre los que se recorta la estela de una mujer de “incandescentes ojos” que en sus exasperantes silencios asiste a la transformación del mundo.
La biografía de Bona nos planta en el paraje de mar donde un joven pintor catalán de 25 años, tímido hasta el hartazgo, que camina dando saltitos y larga carcajadas incomprensibles, se enfrenta a sus invitados que dudan en calificarlo de retrasado mental, loco o cretino. Aquel verano de 1929 en el que una Gala de 35 años toma de la mano a quien se cree irremediablemente impotente y gemelo viviente de un hermano muerto nueve meses antes de su nacimiento, para soltarle un profético “Pequeño, ya nunca más nos separaremos”.
El libro también permite espiar el devenir de un tribunal surrealista en plan revolucionario que, en casa de André Breton, juzga y condena los coqueteos de Dalí con el fascismo, al que el más surrealista de los surrealistas, envuelto en un abrigo de piel de camello y con un termómetro en la boca, responde: “¡Le amo, Breton! ¡He soñado esta noche que le daba por el culo!”. O suspirar con las cartas de un estoico Eluard que luego de ser desbancado de su amor por Gala le sigue escribiendo incansablemente: “Todo mi afecto a Dalí. Escríbeme. Te adoro. Te acaricio”.
Casi es posible ver a Gala acompañando a Dalí en sus soliloquios sobre orinales, relojes y falos alados, o corriendo a buscar la llave para evitar que su “pétit” muera atrapado dentro de una escafandra. La mujer que por amor abraza la miseria; la misma que una década después no suelta las valijas que cargan sus nuevas obsesiones: cheques y medicamentos. La Gala entregada a clamar espantos conyugales, la septuagenaria que recurre a liftings y efebos para ahuyentar la vejez (entre ellos uno que se cree Jesús), y la octogenaria que castiga a Dalí a golpes de anillo. Gala, la mujer de las múltiples caras sobre la que “nadie podrá decir jamás quién es en realidad”: una biografía apasionante que no calla nada sobre una apasionada mujer que calló todo.