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Martes, 28 de diciembre de 2004

UN TANTO OCULTOS DETRáS DE LOS DORADOS ‘60, LOS AñOS 50 FUERON TIEMPOS DE GRANDES POLéMICAS LITERARIAS. UNA ANTOLOGíA CRíTICA RESCATA LAS VOCES FUERTES DE LOS PARRICIDAS, LOS DENUNCIALISTAS Y LOS COMPROMETIDOS.

La década de los vozarrones

Denuncialistas
Literatura y polémica en los ‘50
Nora Avaro y Analía Capdevila
Santiago Arcos
339 páginas

 Por Patricio Lennard

Hace años que la década del 60 es vedette indiscutible en el terreno de los estudios culturales y de la historia de las ideas en la Argentina. Más allá de la tentación astrológica de dividir el tiempo en décadas, los avatares de los regímenes políticos muchas veces han servido, en ese tipo de estudios, para efectuar una periodización del campo intelectual: en la caída de Perón en 1955, y en el golpe de Onganía en 1966, eso que es llamado “década del sesenta” no sólo ha encontrado -respectivamente– su principio y su clausura, sino también la posibilidad de que los años 50 (esa época escindida por el peronismo) hayan sido vistos, en ocasiones, como mera antesala.
La generación que floreció en la revista Contorno y cuyos miembros más notables fueron los hermanos Viñas, Juan José Sebreli, Adolfo Prieto, Adelaida Gigli, Ramón Alcalde, León Rozitchner, Oscar Masotta, Carlos Correas y Noé Jitrik, funcionó como una bisagra entre ambos períodos. Si en sus seis primeros números (publicados entre 1953 y 1955) Contorno se consolidó como uno de los proyectos más innovadores en la historia de la crítica literaria nacional, fue a partir del famoso número 7/8, de julio de 1956, que a través de una esclarecedora interpretación del peronismo y de la politización definitiva de la revista, irrumpieron temas centrales de las polémicas de los años sesenta. Es por eso que el interés por la llamada “generación denuncialista” se ha centrado, en muchos casos, en la importancia que tuvo repensar el peronismo en la formación de una nueva izquierda intelectual (ligada y luego apartada del gobierno de Frondizi), en el marco de un proceso por el que los intelectuales fueron virando hacia una práctica política.
En Denuncialistas. Literatura y polémica en los ‘50, Nora Avaro y Analía Capdevila no sólo le devuelven cierta autonomía epistemológica a esos años (desarticulando el encabalgamiento con la década del sesenta), sino que también focalizan cuestiones generacionales propias del campo intelectual del momento, que hacen que este libro sea mucho más que un estudio sobre la revista de los Viñas. Así, la selección de textos que se incluye recupera parte de la producción juvenil de esos escritores que Emir Rodríguez Monegal denominó “parricidas”, al tiempo que desempolva artículos que aparecieron en distintas publicaciones, varios de los cuales nunca fueron reeditados. La decisión de las autoras de no agregar y casi ni siquiera discutir los ensayos de Contorno sobre el “hecho peronista” y el frondizismo (al que se le dedicó el último número, el 9/10, de abril de 1959), se corresponde con la idea que piensa la década del 50 como el momento en que emerge la figura de un intelectual crítico, que se valdrá de la polémica y de una fuerte pulsión revisionista para cambiar los modos de leer literatura y de entender la cultura argentina.
Esos jóvenes de clase media, hijos y descubridores del pensamiento de Sartre (David Viñas leía, en 1950, las pruebas de imprenta de ¿Qué es la literatura? en la editorial Losada), que “inventaron” a Roberto Arlt y se opusieron a la tradición liberal de Sur y La Nación, se preguntaron ante todo cómo leer y escribir políticamente; cómo hallar en la sociedad y en la historia la matriz desde la cual ver en la literatura las cristalizaciones de su propio contexto. En este sentido, Avaro y Capdevila le prestan especial atención a ese “nosotros” que atraviesa los artículos, y que es tanto seña de identidad y de estilo, como espacio en que la escritura se homologa a la denuncia, la impugnación y la guerra. Mallea, Borges y Murena son, de este modo, los tres escritores contemporáneos en contra de los cuales los denuncialistas apuntan sus cañones, mientras queArlt y Martínez Estrada –a quienes les dedican sendos números de Contorno– constituyen con ciertos reparos una tradición posible en la literatura, y en el ensayo y la función crítica, respectivamente.
Pero ¿cuál puede ser hoy el interés de discutir el legado de esa generación, más allá de la obviedad de su importancia histórica? ¿De qué forma hoy nos interpela? Si bien el discurso crítico por lo general envejece bastante más rápido que las obras literarias; si bien la figura del “intelectual comprometido” es algo así como una pieza de museo –al igual que esa literatura que pretendía despabilar conciencias–, la vida que late en las voces de los denuncialistas es la de un tiempo en que los intelectuales no dudaban de su función social, y en donde la polémica se traducía en un “derecho a hablar” (que era también el de ser escuchado).
Medio siglo después, la figura del intelectual crítico languidece en las marquesinas que los medios masivos les proveen a los que aceptan “hacer de intelectuales o filósofos”. La ausencia local de pensadores-faros, de grupos que articulen un “nosotros” para generar desde allí alguna resistencia, el clima de pluralismo estético y la ubicuidad del mercado, hacen que el espíritu del polemos hoy se vea reducido casi siempre a un aletear gallináceo. Quizá los vozarrones que vuelven a sonar en este libro imprescindible sirvan para algo más que para entender el campo intelectual de los ‘50. Después de todo (y con cierta ingenuidad), tal vez quepa preguntarnos: ¿quiénes de nosotros serán denuncialistas?

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