Domingo, 30 de enero de 2005 | Hoy
LOS ’70, EL EXILIO Y EL AZAR SEGúN BORGES, SE DAN CITA EN ESTA NOVELA VITAL Y TRAMADA MEDIANTE CONVERSACIONES DE GERMáN GARCíA.
La fortuna
Germán García
Ediciones de la Flor
285 páginas
En “La lotería en Babilonia”, un cuento de Ficciones, Borges imaginó un orden fundado en el caos: la vida de un pueblo librada a los sorteos de una lotería infinita. Una compañía secreta, que detenta la suma del poder público y funciona silenciosamente, gobierna allí el azar. Esa historia, y el carácter de la empresa supuesta, recibieron distintas interpretaciones, a partir de las que ofrece el propio texto. En La fortuna, Germán García propone una lectura nueva para esas viejas argucias, pero su interés en el juego apunta al orden de la escritura: la novela, por empezar, se despliega a través de nueve capítulos, cuyos títulos y epígrafes provienen del cuento de Borges.
La fortuna se pone en movimiento con una pregunta. Braun, el protagonista, es abordado por una mujer que investiga la vida de Paula, una desaparecida. El interrogante, sin embargo, queda virtualmente en suspenso hasta las últimas páginas, desplazado por un relato que parte de principios de los años ’ 70 y llega hasta la actualidad. Pasa que ese nombre tiene un significado especial para Braun, no por la relación amorosa que ambos mantuvieron, tampoco porque se haya tratado de una persona extraordinaria: Paula es una cifra, “una constelación de acontecimientos” que él desearía olvidar pero que, además de constituir su pasado, se proyecta como algo inquietante en el presente. En Barcelona, donde se exilia durante la dictadura, logra la suficiente distancia para devanar aquello que está ligado a ese nombre, que es al mismo tiempo aquello que lo vincula con su ciudad de origen y lo separa de su lugar de residencia (“despertaba en la noche con cualquier imagen de Buenos Aires”). Esa distancia es el modo en que Braun puede hablar de lo que ha pasado, por ejemplo de “la noche del secreto”, la forma en que denomina a los acontecimientos que en la primera mitad de los años ’70 prenunciaron la instauración del terrorismo de Estado.
Antes del exilio, Braun trabaja como redactor en una agencia publicitaria, sueña con ser escritor y parece intrigado por saber sobre aquellos que han sido beneficiados por la suerte: los millonarios y los pobres a los que el azar convierte de pronto en ricos. Desafortunado en términos económicos, tampoco disfruta demasiado en el amor: después de separarse de su mujer, seduce a una estudiante valiéndose de Ferdydurke como anzuelo, aunque termina enterándose de que en vez de conquistador jugó el rol de conquistado, y por otra parte esa relación fue un modo de neutralizar a Paula, “el poder de su presencia y de su palabra”. Primero ausente y después desaparecida, sin manifestarse más que de modo indirecto, a través de lo que otros dicen de ella, Paula es el centro de la novela y no deja de producir efectos en Braun: su recuerdo lo lleva al exilio y lo trae de regreso.
Si no cumple su deseo de dedicarse a la literatura –justamente por falta de fortuna, en términos económicos, pero también porque le interesa más la filosofía–, Braun puede en cambio situarse como un testigo lúcido de los clichés y las manías de los supuestos escritores, con su propósito inocente de intimar con “gente de la cultura”. Esa posición se afirma en Europa, donde asiste a una serie de mesas redondas, conferencias y congresos y, en Barcelona, a las discusiones de los intelectuales exiliados y catalanes con sede en el bar Bocaccio. De manera vertiginosa se suceden homenajes, rescates (de Reynaldo Mariani, de Emeterio Cerro) y críticas, y se reelaboran discusiones e ideas que componen una especie de friso de época. Germán García puede tomar a un personaje muy conocido, por ejemplo Oscar Masotta, y revelarlo, en un instante, por primera vez: “Le gustaba reír, tocar el piano, y las mujeres. Y estudiar para escribir”. Al mismo tiempo prodiga en forma incesante pequeñas historias (entre otras, una muy divertida de Gombrowicz sobre Borges), juegos de palabras que funcionan como definiciones, reflexiones notables sobre cultura y política (en los años ’ 70, “el líder podía decir la verdad, y así mentir de la manera más eficaz. Puesto que la verdad no se dice en público, cuando se la dice es para engañar”). En el centro de esa compleja trama aparece la interpretación de “La lotería en Babilonia”, redescubierto como un texto político que anticipa algunos de los aspectos más siniestros de los ’70 y leído contra el propio Borges como una descripción de “la manipulación del terror y la esperanza”, una figuración del terrorismo de Estado.
Germán García reescribe sus novelas anteriores –ésta es la primera en tercera persona– y reescribe sus lecturas, pero lo determinante en La fortuna es cómo se inscribe lo que ha sido escuchado. La clave formal de la novela es su trama de conversaciones, la construcción de los personajes con voces con frecuencia veladas como en un criptograma, con frecuencia reconocibles: el personaje de Paula ha sido elaborado con la voz de Pirí Lugones (“soy nieta de un poeta, hija de un torturador”), figura que en virtud de cierta coincidencia se relaciona con Paul Celan. De esa manera se explican los giros inesperados de la narración, la mezcla imprevisible de circunstancias, lugares y personajes, las distintas velocidades del tiempo. La sucesión de los años, explica Braun, se esfuma, el calendario se mide por el retorno de ciertos nombres y lugares. Esos elementos están fuera del tiempo, pertenecen a la escritura, un orden que sigue los dictados, que son iluminaciones, del azar.
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