Dom 27.02.2005
libros

NOTA DE TAPA

El desierto y su semilla

A punto de cumplirse 50 años de la publicación de Pedro Páramo, Radar reconstruye el contexto en el que la novela apareció por primera vez y la repercusión que fue alcanzando hasta nuestros días. Reina Roffé (dos veces biógrafa de Rulfo), Héctor Tizón y Mempo Giardinelli dan testimonio acerca de la obra breve y la personalidad peculiar de un escritor consecuente con la tristeza y el desierto.

› Por Martín De Ambrosio

El escritor mexicano Juan Rulfo escribió dos libros, y no en sentido figurado (como se dice cuando se quiere menospreciar la obra de un escritor: “escribió sólo dos libros”). Rulfo escribió, literalmente, sólo dos libros: El llano en llamas, volumen de cuentos publicado en 1953, y Pedro Páramo, novela publicada en marzo de 1955, hace 50 años. Entre la publicación de Pedro Páramo y su muerte en 1986 (el mismo año de la muerte de Borges), Rulfo no entregó nada a publicación. Nada. Existieron una serie de versiones, alimentadas por el propio autor y su círculo, acerca de varios proyectos comenzados. Pero Rulfo o finalmente no los escribió o creyó que eran indignos de su creciente fama (como sucedió con Días sin floresta y La cordillera). Rulfo escribió esos dos libros, esos dos grandes libros, y dijo para qué más. Y se dedicó a la fotografía, donde también descolló, con obras que –entre paréntesis– parecen el exacto complemento visual de su literatura.

El por qué de la esterilidad de Rulfo después de 1955 fue tema de controversia y debate en el medio literario mexicano, y dio para todo tipo de especulaciones. Por ejemplo, las de algunos maledicentes que afirmaron –no sin ingenio– que la obra rulfiana era el producto de “un burro que un día tocó la flauta”. Otro que lo detestaba era el insigne Octavio Paz, quien competía con Rulfo por el trono de las letras mexicanas; ambos representaban modelos contrapuestos de escritor, uno erudito, universal, formado y reflexivo (Paz), y el otro más intuitivo, de despareja ilustración y con mucho de folklórico (Rulfo).

Para Reina Roffé (autora de dos biografías de Rulfo: Juan Rulfo: autobiografía armada y Las mañas del zorro) hay más de un motivo que explica la esterilidad rulfiana, aunque cree que el principal era su angustia ante la página en blanco: “Hay muchas leyendas y teorías sobre lo que podríamos llamar la agrafía de Rulfo. Una es la que vincula su alcoholismo con su silencio editorial. Otra se reafirma en la idea de que dejó de publicar porque ya había dicho todo lo que tenía que decir y de forma insuperable en sus dos obras de ficción”. El otro posible culpable, para Roffé, pudo haber sido el éxito. “La fama lo enredó en una trama de compromisos, viajes y congresos que lo alejaron de la mesa de trabajo. Es posible que el reconocimiento de los lectores de su entorno, primero, y después el requerimiento internacional hayan producido en él una fuerte inhibición, se sintió más responsable, más exigido como escritor. La fama pudo haber funcionado en él como si se tratara de un castigo ejemplar”, comentó la biógrafa desde España, donde reside desde hace muchos años.

Más allá de polémicas y especulaciones, seguramente el argumento definitivo acerca de la esterilidad rulfiana lo haya dado el escritor guatemalteco –y amigo– Augusto Monterroso en el cuento “El zorro es más sabio”. Allí, un zorro escribe un buen libro y después otro mejor, y con eso se da por satisfecho. Los otros le piden más, pero él, que sabe por zorro, se dice “lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”.

Como fuese, parece fácil hacer una especulación acerca de por qué tanta animosidad y tantas acusaciones contra Rulfo: los escritores mexicanos siempre tuvieron ahí su desierto y su historia, al alcance de la mano, pero ninguno nunca pudo escribir sobre ellos como Rulfo.

La novela

Pedro Páramo (que tuvo un título que Rulfo supo cambiar a tiempo, Una estrella junto a la luna, y otro que desechó, Los murmullos) es también una ficción clave para entender no sólo la vida cotidiana en el desierto mexicano sino también las consecuencias de las traiciones que sufrió la revolución mexicana, golpeada no sólo desde la contrarrevolución cristera (religiosa: su lema era “¡Viva Cristo Rey!”) sino también desde sus propias filas, con Pancho Villa fusilado y Emiliano Zapata asesinado. ParaRoffé, “el telón de fondo de Pedro Páramo lo constituye la revolución mexicana, la revuelta de los cristeros y los desmanes que causaron en los pueblos de Jalisco. Hay una preocupación social y política muy notoria, y un hilo emocional fuerte cuyo tensor principal es la soledad y el desamparo de los hijos que deben crecer huérfanos, sin apoyo de ningún tipo, en un mundo convulso, injusto, violento. Esto tiene mucho que ver con la historia personal de Rulfo, con su historia primigenia, la de su infancia”.

La historia que cuenta Pedro Páramo es conocida: un hombre se acerca a Comala en busca del padre que no conoce, obligado por la promesa que le hizo a su madre en el lecho de muerte. Camino al pueblo se encuentra con un arriero, quien le pregunta qué viene a hacer a un pueblo al que nunca llega nadie. El le dice que va a buscar a Pedro Páramo, un padre a quien no conoce. El arriero le responde que Pedro Páramo es “un rencor vivo” y lo sorprende diciéndole: “Yo también soy hijo de Pedro Páramo”. Pero Pedro Páramo, como el pueblo mismo, ya está muerto. Sin embargo, el hombre se queda en el pueblo, conviviendo con viejas que habían conocido a su madre y espectros varios. Lentamente lo empiezan a cercar las voces de ese pasado feudal y las broncas que había juntado el señor de las tierras -desde luego Pedro Páramo, padre de casi tantos hijos como tenía Comala– merced a crímenes, violaciones y atropellos varios.

Y, sin duda, Pedro Páramo puede ubicarse en una línea de relatos típicos latinoamericanos que alcanzó la cúspide de la fama con Cien años de soledad; pero a la vez es universal porque la forma que suele tomar la injusticia es más o menos igual en todo el mundo (como mero ejercicio, podrían trazarse las similitudes entre los crímenes de Comala en la década del ‘40 y los de Santiago del Estero no hace tanto). Desde luego, la Comala de Rulfo es una versión previa, más densa y más tétrica, de la Macondo de García Márquez. En Rulfo el trato con los muertos es un trato grave, distante y lejos de cualquier jocosidad.

Según cuenta Reina Roffé en la biografía Juan Rulfo: Las mañas del zorro, Rulfo empezó a escribir Pedro Páramo en marzo de 1954 y le llevó unos cuatro meses de trabajo inicial, al que le siguió un intenso trabajo de depuración, ya que de las 300 páginas que tenía inicialmente la obra, dejó sólo 150. “Eliminé toda divagación y borré completamente las intromisiones del autor”, confesó el propio escritor. Rulfo no sabía si presentar o no la novela a la editorial dada su proverbial inseguridad. Fue el argentino Arnaldo Orfila, uno de los directores de la prestigiosa colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, quien le insistió para que entregara la obra a imprenta. Finalmente, los primeros 2000 ejemplares de Pedro Páramo vieron la luz en marzo de 1955. La recepción inicial de la novela no fue precisamente extraordinaria: esa primera edición vendió poco y el propio Rulfo regaló cerca de mil ejemplares entre amigos y conocidos. Como pasa con los argentinos que tienen que triunfar primero en el extranjero para después ser reconocidos aquí (Borges, Puig, Piazzolla, para no excederse en la lista), Rulfo tuvo que conquistar primero el exterior para que esos ecos terminaran repercutiendo en territorio mexicano. Recién a mediados de la década del ‘60 empezaron a agotarse sucesivas ediciones, después de su traducción al alemán en 1958, y luego al inglés, al francés, al holandés, al sueco, al noruego, al danés, al italiano, al polaco, al portugués, al ruso y al chino en una seguidilla inolvidable. Desde esa plataforma internacional ingresó sin escalas al Panteón de las letras mexicanas.

A todo esto, ¿qué dijo el propio Rulfo de la que sería su única novela? “Es el relato de un pueblo: una aldea muerta, en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y sus campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio”.

Qué vida

Una serie de declaraciones de Rulfo pueden dar una idea del carácter del escritor nacido en el estado de Jalisco. “Yo sé que todos los hombres están solos, pero yo más”, le dijo una vez a Elena Poniatowska. Otra vez la preguntaron qué sentía al escribir. “Remordimientos”, fue la respuesta. Genial y atormentado, Rulfo tenía detrás una vida que explicaba esas reacciones. Al padre lo asesinaron cuando el pequeño Juan tenía 6 años, y apenas cuatro años después no pudo ir al entierro de su madre a causa de las guerrillas que había en la zona. Por entonces Juan Rulfo y su hermano Severiano estaban en un internado de Guadalajara en el que se comía francamente poco y mal. Más tarde, Rulfo logró casarse con quien aparentemente fue el único amor de su vida (amor que tampoco fue ninguna maravilla, según los testimonios), y después fue alcohólico y se recuperó cambiando la adicción a las bebidas blancas por la adicción a la CocaCola.

Y, pese a que pasó sus últimos años, los años de celebridad, hablando de sí mismo, muchos momentos de la vida de Rulfo están cubiertos por un manto oscuro. Incluso las confusiones –como las que tienen que ver con su exacto lugar de nacimiento– fueron alimentadas por el propio escritor. En cambio, sí se pueden hacer afirmaciones generales: fue un hombre tímido, huraño, al que le disgustaba sobremanera hablar en público y que nunca creyó demasiado en sus posibilidades (literarias o de cualquier tipo). Está claro que no le gustaba para nada trabajar y lo hubieran echado mucho más seguido de sus ocupaciones (fue funcionario estatal y trabajó en una fábrica de neumáticos) si no hubiera sido sostenido por influyentes familiares, según señala una y otra vez Roffé en su biografía. En más de una ocasión, Rulfo –por aquellos cuestionamientos a su obra– tuvo que salir a decir que en su obra no había nada de autobiográfico. Pero innegablemente algo de su vida quedó plantado en su obra: la tristeza.

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