Domingo, 20 de marzo de 2005 | Hoy
Por Patricio Lennard
Stéphane Mallarmé
Ediciones del Copista
162 páginas
Con la nota testamentaria borroneada por Mallarmé en la víspera de su muerte –en que ordena quemar sus papeles inéditos–, se cierra esta selección de cartas que Rodolfo Alonso realizó entre los doce volúmenes de la edición integral de la correspondencia del insigne poeta. Privilegiando las cartas que Stéphane escribió entre 1866 y 1867 –período en que tuvo una “revelación” que le permitió entrever la magnitud de su obra futura–, la antología permite vislumbrar el modo en que éste fue definiendo la revulsión de su proyecto estético. Así, la Nada, la impersonalidad y la destrucción del yo en la escritura (germen de la “muerte del autor” post-estructuralista) son algunas ideas que se esbozan en sus cartas, y que sustentan la conciencia esclarecida que Mallarmé tenía acerca de su “Obra”. En una esquela fechada en 1885, respondiendo a un pedido que le hiciera Paul Verlaine, Mallarmé escribió una pieza autobiográfica en la que hablaba –entre otras cosas– de lo que llamaba su “vicio”: “La explicación órfica de la Tierra, que es el único deber del poeta y el juego literario por excelencia”.
Gérard de Nerval
Ediciones del Copista
240 páginas
Poeta místico que decía tener diecisiete religiones, enfermo mental y suicida, precursor asumido de Paul Eluard y Antonin Artaud, y autor a los 18 años de una traducción del Fausto que arrancó de su autor los más fervientes elogios (“Nunca me he comprendido mejor que leyéndolo a usted”, le escribió Goethe en una carta), Gérard de Nerval es dueño de una obra que trasciende los límites del romanticismo. En esta antología bilingüe de sus textos poéticos –traducida, anotada y prologada por Alejandro Bekes– no sólo se incluyen los poemas que le han dado su merecida fama (“El Cristo de los Olivos” y los sonetos de la serie llamada Las Quimeras) sino también textos poco conocidos. A modo de epílogo, se incluye una bella semblanza de Nerval que escribió su amigo Théophile Gautier, y que empieza hablando de su muerte: “Un cuerpo había sido hallado en la calle de la Vieille-Lanterne, colgado de los barrotes de un tragaluz, sobre los peldaños de una escalera”. Cuando lo encontraron, la fría madrugada del 6 de enero de 1855, un cuervo revoloteaba a su alrededor.
Paul Valéry
Ediciones del Copista
85 páginas
Paul Valéry escribió tres diálogos –Eupalinos, El alma y la danza, y Diálogo del árbol– a los que él consideraba “escritos de circunstancias”. En una nota previa, Rodolfo Alonso sitúa el Diálogo del árbol no sólo en la huella del Platón inicial sino también en la de las Bucólicas de Virgilio. De hecho, el propio Valéry –en un discurso de 1943– señaló que había escrito esta pieza (esta “fantasía en forma de diálogo pastoral”, según sus propias palabras) mientras releía la obra virgiliana. Con elárbol como icono central, los protagonistas del texto, Titiro y Lucrecio, se entregan a una conversación en que definen –según Alonso– “dos tendencias del Espíritu: la instintiva, orgánica sensualidad estética del poeta, el primero, y la luz de la razón, la razón razonante del filósofo, del intelectual, del pensador, el segundo”. Discípulo fiel de Mallarmé y uno de los más grandes teóricos de la literatura del siglo pasado, Valéry desmiente en esta obra menor (y no por eso falto de belleza) esa idea suya de que “cuanto más se ajusta un poema a la poesía, menos puede ser pensado en prosa sin perecer”.
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