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Domingo, 17 de abril de 2005

NO ES FRECUENTE QUE EN LA ARGENTINA LOS HOMBRES PúBLICOS ESCRIBAN SUS MEMORIAS. FéLIX LUNA LO HIZO, CONVIRTIéNDOSE EN UNA SUERTE DE HISTORIADOR DE SU PROPIO PASADO Y EN UN NARRADOR EFICAZ DE LA VIDA ARGENTINA.

Soy Luna

Encuentros a lo largo de mi vida
Félix Luna
Sudamericana
439 páginas

Por Gabriel D. Lerman

En un fragmento de este libro, el tono ameno de Félix Luna de pronto se quiebra y se vuelve escabroso al contar su detención policial el 1º de agosto de 1951, junto a otros militantes de la FUBA. El caso es que, tras ser apresado debido a una “panfleteada ilegal que atenta contra la seguridad pública”, es literalmente “picaneado” en una comisaría de Boulogne. La situación no se prolonga, y es liberado.

Mucho antes, el lector habrá podido leer el detalle de la famosa entrevista que Luna le haría a Perón en 1968 para su libro El 45. Allí, en un intercambio amable pero crispado, Luna le cuestiona a Perón la “persecución a opositores”, a lo que Perón responde con evasivas. De pronto, Luna exclama: “¡Le digo que se torturaba!”. “¿A quién?”, pregunta el ex presidente. “¡A mí, General, a mí!” Sin embargo, Luna vuelve a lo largo del libro una y otra vez a Perón e intenta dejar en claro su desprecio por el gorilismo y su voluntad de comprensión, puesta de manifiesto en el emblemático libro sobre aquel año bisagra del siglo XX argentino, acaso su mejor obra de historia.

¿Quien escribe El 45 en 1968 es el mismo que ha sido “perseguido” por el peronismo, o que se inicia en la función pública en noviembre de 1955, en el Ministerio de Trabajo de la Revolución Libertadora? Joven abogado de militancia y padre radical, Luna también ha ocupado, en el ’55, la Dirección de Extensión Universitaria en la Facultad de Derecho, tras el nombramiento de José Luis Romero en la UBA. Y entre 1958 y 1962 integra el gobierno de Frondizi, primero como encargado de negocios de la embajada en Berna, y luego como miembro de la representación en Montevideo, junto a Gabriel Del Mazo. El Luna de 1968, en cambio, es alguien decepcionado de la política y lanzado a su vida profesional.

Estas memorias ofrecen un antes y un después de Frondizi, de quien se aleja a mediados de los ’60, experiencia que lo marcaría. El antes es La Rioja, el radicalismo, la abogacía. El después es la historia, el periodismo y la universidad. En 1986, no obstante, hace una última incursión en la función pública: sucede a Pacho O’Donnell en la Secretaría de Cultura de la ciudad, en pleno gobierno de Alfonsín, el único cargo al que, dice, había mirado con simpatía desde 1983.

No parece preocupado por develar secretos ni rectificar errores, y se mantiene, siempre, a una distancia proverbial de las cosas. “Invulnerable”, dice por allí. Tal vez sea una impronta heredada de sus padres y antecesores riojanos. Sin embargo, no retacea. Y, sin faltar al decoro, cuando corresponde no escatima el juicio personal. Luna prefiere el relato llano, amistoso, de quien no guarda rencores ni cuentas pendientes. El hombre que emerge de esa primera juventud militante abandona la política de partido, las cómodas mieles de la diplomacia, y apuesta a la profesión de periodista, en particular al cultivo de una forma de narrar la historia argentina que tendrá su sello y será pionera en el campo de los medios masivos. Radio, TV, gráfica, libros. Creador de Todo es Historia, revista de divulgación con casi cuatro décadas de existencia, Luna se preocupa en distinguir sus libros estrictamente de militancia de sus trabajos serios en historia. Entre los primeros coloca a las voluminosas biografías de Yrigoyen y Alvear, escritas en los ’50, y a Diálogos con Frondizi, reportaje realizado pocos meses después de su caída, en la isla Martín García. En cambio, Los caudillos, La última montonera, El 45, los tres volúmenes de Perón y su tiempo, y otros tantos libros y colecciones de historia, engruesan el sector privilegiado. Nunca se arroga una empresa ajena ni exagera las propias, por el contrario, no surgen sorpresas en cuanto a sus labores, dado que el lector las reconoce a cada paso.

Narrador exitoso, se ha dado el gusto de trasponer géneros y soportes. Es el Luna de las canciones con Ariel Ramírez y el de Soy Roca, novela histórica, biografía ficcionalizada, que publicó en 1989. Misa Criolla (compuesta en una noche en casa del amigo pianista, a quien también ha conocido por el frondizismo), Mujeres Argentinas y la Cantata Sudamericana, que él evoca con emoción al comienzo, le han deparado su mejor y más extendida fama, de la que goza aquí y en el extranjero. ¿Cómo olvidar “Alfonsina y el mar”, “Rosarito Vera maestra”, “Gringa Chaqueña”, “Juana Azurduy”, en la voz joven, como una letanía, de Mercedes Sosa?

Hay algo saludable en la disposición de un hombre público, de amplia y vasta trayectoria, a redactar sus memorias. En la Argentina no pareciera ser un gesto común, y la escasez suele venir con trampas: relatos edulcorados, ambiguos, desbalanceados a la hora de ponderar la responsabilidades de un cargo en el Estado, la importancia de una definición política; cesiones a la justificación o la anécdota. Luna organiza su libro en ocho apartados: “Música”, “Historia”, “País”, “Trabajo”, “Formación”, “Familia”, “Política” y “Usted”. Las mejores partes, memorables y entretenidas, bien estilo Luna, son las primeras cuatro. La gracia, esa narración que conjuga el payador que no fue y la seducción de guitarrero que aún reivindica, tal vez constituya el secreto de la máquina parlante Luna, que convierte la Historia en historias, en cuentos. Y los cuentos seducen, engañan, encantan.

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