Domingo, 12 de junio de 2005 | Hoy
MáS FRAGMENTOS EXPERIMENTALES DE MARIO BELLATIN.
Lecciones para una liebre muerta
Mario Bellatin
Anagrama
134 páginas
Por Guillermo Piro
La zona experimental en la que a Mario Bellatin le gusta moverse con aceitada agilidad no transige jamás con ese puro arrebato inconformista que tiene tanto de saludable, pero que a la larga resulta inocuo. Omitir, por ejemplo, las mayúsculas para los nombres propios, respetando al mismo tiempo las que encabezan el párrafo, supone, ante todo, una apuesta de índole moral: entre los objetos y nosotros existen tan pocas diferencias que no deberíamos fomentarlas con tanta diligencia. Bellatin de algún modo germaniza la lengua, en el sentido que democratiza lo vivo y lo muerto, tratándolos por igual.
Lecciones para una liebre muerta consta de exactamente doscientos cuarenta y tres fragmentos (no doscientos sesenta, como reza la contratapa) de varias historias entrelazadas, de las que da cuenta un narrador pulcro y timorato que no puede detenerse en un acontecimiento más de lo estrictamente necesario y salta de un objeto a otro con la inconstancia nerviosa de los invertebrados. A la manera de 62 Modelo para armar las historias se completan y complementan a la perfección.
En Flores, el anterior libro de Mario Bellatin, leíamos que “existe una antigua técnica sumeria, que para muchos es el antecedente de las naturalezas muertas, que permite la construcción de complicadas estructuras narrativas basándose sólo en la suma de determinados objetos que juntos conforman un todo”. Dicha técnica, aplicable a Flores, lo es también a Lecciones para una liebre muerta, título que Bellatin toma de Joseph Beuys, y a quien invoca en varias oportunidades, como un sabio que callado y en segundo plano, lejos de la escena, asintiera con la cabeza aprobando todo lo que el escritor dice y hace.
“El más grande compositor contemporáneo es el niño talídome”, dijo una vez Joseph Beuys. Niño talídome fue Mario Bellatin, además de escritor y autor de Salón de belleza, a cuya escritura pareciera que Lecciones... oficia de “diario de trabajo”, en el sentido que es un diario de trabajo El peso del mundo de Peter Handke.
Los personajes son un narrador sin nombre en el que no resulta difícil reconocer al propio Bellatin (la mano artificial marca Otto Bock que le juega malas pasadas), y una verdadera galería de “raros”: el abuelo del narrador, de origen quechua, Macaca y su amante asiático que fabrica zapatos con piel de ratas, la escritora mexicana Margo Glantz, inventora de un golem que le permite librarse de una acosadora alimentadora de perros, César Moro al borde la muerte, un filósofo travesti, un poeta ciego, un traductor, el escritor Sergio Pitol, de quien el narrador pretende descifrar los métodos que utiliza para transformar la tragedia en carnaval.
Como dice uno de los fragmentos a propósito de Margo Glantz: “Será quizá una biografía llena de historias inverosímiles donde confluirán verdad y mentira, realidad e irrealidad, absurdo y solemnidad, donde estarán confundidos los tiempos en ritmos cíclicos y eternos”. Lecciones para una liebre muerta también es eso, una especie de biografía inadvertida y casual, sin orden ni propósito, pero con un tono monocorde con el que Bellatin pareciera querer construir una metáfora de la existencia.
Mario Bellatin lo sabe, lo supo siempre: tal vez el sentido final de escribir consiste en responderse ciertas preguntas sobre las posibles relaciones entre belleza y muerte.
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