Domingo, 12 de junio de 2005 | Hoy
COMO SE SABE, EDUARDO BELGRANO RAWSON ESCRIBE NOVELAS DE VEZ EN CUANDO. Y ESTA VEZ LA ESPERA NO SóLO NO DEFRAUDó SINO QUE LO REVELA EN SU MEJOR FORMA: ROSA DE MIAMI ES LA MáS DESENFRENADA CATARATA DE HISTORIAS DE LA HISTORIA REUNIDAS CON ENORME GENEROSIDAD ALREDEDOR DE LA FIGURA CONVOCANTE DE UN NOMBRE DE MUJER.
Rosa de Miami
Eduardo Belgrano Rawson
Seix Barral
290 páginas
Por Juan Sasturain
Esta última novela de Eduardo Belgrano Rawson es un texto extraordinario. Síganlo, que no los va a defraudar. Es la novela perfecta para el lector banana. Como en la alegoría de Seymour Glass, uno empieza a comer historias, anécdotas, personajes y se va llenando y se llena del todo hasta que en determinado momento se da cuenta de que no puede –y ya no quiere– salir, no quiere que termine, no le teme a la bulimia literaria y se atrevería a incurrir en ella: olvidar la novela para volver a leerla. No se encuentran muchos textos así, hoy. Si hasta tiene dibujitos. Porque ésta es también la novela perfecta del escritor banana. Novela bananera, si cabe. El método Belgrano Rawson consiste siempre en recordar, juntar, leer, viajar y revolver, acumular hasta saturarse de datos, sucedidos y circunstancias y después –con la imaginación sobrealimentada– en lugar de quedarse encerrado, preso de su propia plenitud, masticando conclusiones para el resumen o la interpretación esclarecedora, tira todo y se larga a escribir, a segregar historias, a gotear personajes, y escribe de memoria, de imágenes, de puro gusto, desde el principio y desde todas partes.
Así, esta desaforada historia que acaba de publicar el puntano tiene muchas puntas, se puede abrir por cualquier lado como la Biblia, Las mil y una noches o Cien años de soledad, que siempre hay algo en qué hincar el diente más allá de la trama general o la trama comandante, si les suena más tropical y acorde. Rosa de Miami es la novela de un narrador generoso y un narrador generoso es el que no estira peripecias ni rellena ni miente ni se guarda para mañana o el libro que viene, sino que sigue tirando fósforos cuando el fuego sigue aún prendido, sopla para que no decaiga jamás, no tiene miedo ni pudor de chamuscarse. Un narrador de memoria, oreja y palabra prodigiosa al que le gusta contar y que las personas le cuenten lo que les pasa devenidas personajes. Un narrador generoso con su tiempo, que se toma los años necesarios para contar lo que quiere pero sobre todo cómo quiere. Porque hay acá un notable ejercicio verbal, la invención de un registro latinoamericano uno y múltiple, abierto, lábil, extraordinariamente flexible.
Como en el caso de Fuegia, de la breve Setembrada, y sobre todo de la desaforada Noticias secretas de América, el argumento acá también parte de circunstancias históricas reconocibles, documentadas con fuentes múltiples, infinidad de lecturas previas, investigaciones interminables en las que Belgrano se involucra como si fueran cuestiones de familia.
Este relato, que con el eje o pretexto de la invasión de mercenarios anticastristas la noche del domingo 17 de abril de 1961 a Bahía de Cochinos/Playa Girón, cuenta una multitud de historias convergentes en el espacio y tiempo del Caribe, se llama bellamente Rosa de Miami. Claro que podría tener otro título, entre muchos. Sin embargo el autor eligió ése, probablemente, por dos razones. Una, porque entre los centenares (sic) de personajes que entran y salen, se asoman, vuelan o naufragan en su anfibia trama, la chica de múltiples avatares, ubicuas apariciones y diferentes nombres es sobre todo –más que una imagen– una voz, la banda de sonido que acompaña en la larga noche tropical. Y la otra razón es porque “la rosa de Miami” evoca topológicamente un centro de irradiación, es la rosa de los vientos y la encrucijada de caminos, como si fuera el lugar donde se apoya el compás para trazar el círculo dentro del cual se desarrollan las múltiples historias de yanquis y caribeños llevados y traídos por los ciclones de esa zona de la historia y la historieta. La híbrida Miami,espejismo y gusanera, entrevero de deseos y despropósitos, aparatoso simulacro de un sueño perverso, es también la rosa enferma de Blake.
Además, tras su olor a hembra está el núcleo bipolar del par cubano ejemplar. Esos maravillosos Tony Saravia y Rider Bonavena jóvenes y maleables a los que la Revolución, el Caballo, la Contra y los usnavis hacen rebotar como pinballs por los carriles de una historia larga, llena de vueltas como un tema de salsa de Tito Puente. Precisamente: “Son dos amigos del alma que desputizan el pueblo, se enamoran de una chica y se van de balseros a Florida. Eso en líneas generales. También sería la crónica de un asalto a un balneario antillano por un puñado de paratrúpers llegados de Guatemala que resultan derrotados, huyen en una chalupa, navegan a la deriva y acaban como antropófagos”, arranca en el prólogo el narrador –asimilado al autor– dispuesto a explicarle a su abuela ausente, crítica y cómplice, de qué tratan las doscientas setenta y cinco páginas delirantes que siguen, que no puede dejar de contar, y en las que se mezcla todo: la Historia grande y las historias pequeñas y trenzadas de cada uno, desde la Guatemala de Arévalo y Arbenz, al Buenos Aires de las revolucionarias mesas de La Paz en los sesenta.
Contada “ni a favor ni en contra sino todo lo contrario” como diría el sofista Ubaldini, la narración histórica se diluye saludablemente en el caleidoscopio de mil episodios y personajes que la encarnan, literalmente, desde la notoriedad y el anonimato. Pero la mirada de Belgrano jamás es cínica ni sobradora; apenas la ironía, el asombro ante el espectáculo que nos lleva a compartir. No falta nada –del Guatemalazo a la guerrilla del Comandante Segundo– ni nadie. La novela se traslada de base aérea a malecón, de altamar a campamento clandestino, de bolero en bolero, de sueño en insomnio, hasta un anteúltimo Obituario que resume destinos ulteriores del elenco general y los primeros actores. Alarde de un gran narrador, el capítulo final (Miénteme), que se queda con la definición menuda de la historia del rebotado sobreviviente Tony Saravia, es sencillamente maravilloso.
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