Domingo, 5 de febrero de 2006 | Hoy
MARGUERITE DURAS
Un volumen que reúne entrevistas a Marguerite Duras con todo: pausas, ruidos y respiraciones. Historia, además, de la amistad entre dos mujeres.
Por Mariano Dorr
Las conversadoras
Entrevistas con Xavière Gauthier
Marguerite Duras
El cuenco de plata
224 páginas.
Lo primero que habría que decir a favor de este libro de entrevistas a Marguerite Duras (realizadas entre mayo y julio de 1973) es que se lee con la misma intensidad con que se leen sus novelas. Una intensidad que tiene su apoyo menos en la voz que en el silencio y el blanco de la página. A lo largo de estas entrevistas, se tiene la sensación de estar escuchando el correr de la cinta. Sin cortes ni correcciones, la desgrabación de las conversaciones intenta reproducir cada silencio, cada ruido (se escuchan –se leen– petardos y perros ladrando). Una gran parte del libro está dedicada a pensar el lugar de la mujer en la escritura (Xavière Gauthier estaba preparando un dossier sobre la escritura de las mujeres para Le Monde; finalmente fue abortado por una de las mujeres más influyentes del periódico). La cuestión del feminismo atraviesa cada entrevista, con una insistencia militante. Alejarse de los hombres, perder todo contacto con ellos, es una de las consignas que aparecen una y otra vez: “Es un poco como el fin del mundo, lo que se describe en esto que estamos diciendo, ¿no?”. No convivir con hombres, como un modo de organización política de la mujer. ¿Cómo hacer huelga si se es ama de casa? ¿Cómo hacer huelga si el trabajo no es reconocido como tal –no es asalariado– y el empleador es, además, un amante? Duras señala la necesidad de las mujeres de agruparse y llevar a cabo una acción propiamente política, fuera de la casa. Gauthier le contesta que si eso ocurriera, sus maridos se opondrían: “Entonces, no hay que vivir con ellos”, responde Duras. “Habría que tener amantes, tal vez maridos, pero no convivir...”.
La vida en pareja representa la servidumbre, el fin de la libertad individual: “La pareja es horrible, gente que se dice vamos a vivir juntos. Vivir juntos es una expresión popular que expresa bien lo que quiere decir. Comer lo mismo, en el mismo espacio, cerrar las puertas”. Marguerite Duras no escribió su obra conviviendo con un hombre, en pareja, sino más bien “con hombres de paso, que no importaban, aventuras pasajeras, que son lo contrario de la pareja. Precisamente las que se evitan en la vida de pareja”.
Las entrevistas (además de ser un minucioso recorrido por algunos de los textos y films de Duras) se prestan a ser leídas casi como una novela. La historia o el nacimiento de una amistad entre dos mujeres conversadoras (hacia la cuarta entrevista –son cinco, en total– comienzan a tutearse). Se hacen amigas: “Y entre las grabaciones de nuestras entrevistas, hicimos mermeladas”, escribe Gauthier en el prefacio. Podría decirse que es también un libro sobre la experiencia de la entrevista. Están señalados cada final de la cinta, cada risa, incluso los cigarrillos que Xavière toma prestados de Marguerite; muchas veces, la cinta termina y ellas, sin advertirlo, continúan conversando. Luego intentan retomar el hilo, pero siempre para seguir deshilvanando, en un camino sin destino fijo.
Los momentos más brillantes, sin dudas, se encuentran en las reflexiones, los recuerdos de infancia y comentarios espontáneos de Duras. Y quizás, en una anécdota –reciente, en 1973– se resuma lo que es la literatura (en tanto ejercicio de desapropiación) para la autora de Destruir: a propósito de esa obra, un amigo le comenta que no le costó nada introducirse en el film, sin embargo, con el libro había tenido problemas. “Vaya, es curioso, yo entré de inmediato en el libro”, contestó Duras, olvidando que ella misma lo había escrito.
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