Domingo, 5 de febrero de 2006 | Hoy
RESCATES
Por Mariana Enriquez
La historia de Nuestra Tribuna-Hojita del Sentir Anárquico Femenino se bifurca en otras historias, y desemboca en este libro que recopila los 39 números editados, entre 1922 y 1925, cuando fue el único periódico internacional anarquista conocido, escrito y dirigido por mujeres. Por un lado, es la historia de su recuperación: Nuestra Tribuna no se conseguía en Argentina, y a partir de entrevistas a particulares realizadas por la investigadora Elsa Calzetta, se pudo dar con su rastro vía, entre otros, la Federación Libertaria Argentina; años de búsqueda que culminaron en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, donde se encontraba, vaya a saber por qué, la colección completa en microfilm en manos de su fundador Max Nettlau.
Así pudieron publicarse en esta edición de la Editorial de la Universidad del Sur, con prólogo de Calzetta. Todo el material, microfilmado y digitalizado, está restaurado y en excelentes condiciones.
En el texto de apertura se traza otra de las historias, la de Juana Rouco Buela, la madrileña que fundó Nuestra Tribuna; Juana llegó a la Argentina en 1900, y su lucha, la de una mujer semianalfabeta, planchadora, formada en las conferencias de la F.O.R.A, la llevó de vuelta a Europa, de polizón a Brasil, disfrazada a Uruguay. En algún momento, con la ciudadanía argentina conseguida en 1917, germinó en Juana el deseo de expresar la voz de las mujeres anarquistas, y fundó Nuestra Tribuna en Necochea, con el apoyo de veinte mujeres y un pequeño y firme grupo editor. Constaba de cuatro hojas, salía quincenalmente, con textos siempre y exclusivamente escritos por “plumas femeninas”, y tuvo tres sedes: la de Necochea, luego Tandil y finalmente sólo tres números editados en Buenos Aires. Los dos primeros números tiraron mil quinientos ejemplares; luego se vieron obligadas a elevar la tirada hasta los cuatro mil. Se distribuía por tren a toda la Argentina, también a algunos países de América, e incluso llegaba a Europa y Estados Unidos, vía un “compañero marinero”. Y se consiguió con facilidad en kioscos locales, hasta que publicaron un artículo sobre Kurt Wilkens y fueron perseguidas.
La otra historia-lectura posible de estos textos es la del rescate en el sentido global del término. Escribe Calzetta en el prólogo: “Entre las voces confinadas por un pacto de exclusión, se hallan los discursos de las mujeres anarquistas. Son eslabones de una serie, a contraviento de las prácticas culturales de su época, que permiten deducir la existencia de otros discursos, no incorporados al corpus de los grandes escritos nacionales. La tarea es desenterrarlos y sumarlos a nuestra herencia cultural”. Las editoras del quincenario lo expresan de esta manera: “Pensamos que el periódico es un arma y la esgrimimos. ¡Ardua tarea! Empuñar la pluma, nosotras que nunca pisamos ni cruzamos el aula de ninguna universidad, y que somos solamente proletarias, hijas del hambre y la miseria”.
Estas voces, las representaciones de la mujer –particulares, claramente diferenciadas del feminismo– y el diálogo con los discursos de la época, constituyen un testimonio histórico invalorable y sorprendente; gran sorpresa provoca leer hoy a estas mujeres que abogan por la maternidad responsable y la unión libre, denuncian los abusos de la Iglesia y hasta, dogmáticas, reniegan del fútbol y el Carnaval. También es impactante el grado de osadía y compromiso, como cuando entienden el crimen de Wilkens como acto heroico, y cierran el editorial con las palabras: “Que la sanción popular aplique también su Ley del Talión. ¡Ojo por ojo y diente por diente!”.
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