Domingo, 28 de mayo de 2006 | Hoy
OLIVERIO COELHO: PROMESAS NATURALES
La última novela de Oliverio Coelho cierra una trilogía de literatura fantástica y ligada al non-sense.
Por Juan Pablo Bertazza
Promesas naturales
Oliverio Coelho
Norma
167 páginas
El llamado non-sense exige llevar hasta las últimas consecuencias la prescripción que parecen seguir muchas obras literarias: no importa la fidelidad a la hora de reflejar lo extraliterario sino la coherencia interna. En Promesas naturales, la última novela de Oliverio Coelho –que viene a completar la trilogía iniciada con Los invertebrables y Borneo–, leemos, a manera de una autorreferencia, la angustia característica que suele generar el non-sense: “La curiosidad empezó a desanimar a Bernina; ¿si no llegaba a entender nada y ese pasaje de sonidos quedaba perdido para siempre en el túnel de las alusiones?”. Efectivamente, la novela –si bien respeta una coherencia interna– opone varios obstáculos, sobre todo por su prosa barroca. Sin embargo, si el lector sobrepasa con paciencia las primeras páginas obtendrá cierta recompensa. Porque Promesas naturales va desatando una historia atractiva: la huida de la joven Bernina de los territorios paralelos, donde un maquiavélico Estado desecha a todos los seres que pueden llegar a comprometer la “conveniente” evolución de su especie. Diferentes críticas propusieron que las tres novelas de Coelho tienen en común su temática futurística. Sin embargo, especialmente en Promesas naturales, lo que se ve representado es la infinita divisibilidad del tiempo, lo cual postulaba el filósofo Zenón con sus paradojas a punto tal de descreer del movimiento por no poder representarlo de manera racional. Es que en ese particular ámbito imaginario en que conviven los ñatitos (niños viejos), los pizpiretos (niños mancos, hidrocefálicos y rengos), los grasitas (enfermos de polio y Parkinson) y los lotarcios (casta superior de linyeras) no hay rasgos de una tecnología propia de un futuro sino, más bien, de la suspensión del tiempo y el espacio, experimentada por los chicos, los drogones y los psicóticos, y que tantos dolores de cabeza causara a Aquiles a la hora de querer pasar a la tortuga, luego de darle una mínima e irreversible ventaja. En última instancia, si bien Bernina emprende una lucha contra las arbitrariedades del Estado, la temática principal, o mejor dicho la imposibilidad principal, es otra: el propio movimiento. Moverse en Promesas naturales es tan complicado como lo era en El club de los fumadores de hashish de Teophile Gautier. Ya Bernina, protagonista absoluta de la novela, emprende su huida cargando un extraño niño en su vientre cuyo parto se pospone continuamente, y también una marioneta en la valija que le dificulta, paso a paso, su propio andar. En el lenguaje, también se da ese permanente diferir que no llega a ningún lado. En primer lugar, abundan las onomatopeyas como brrric, pjtajj e incluso la ricotera ñam fri fruli fali fru, que nunca llegan a constituir palabra. Y justamente, ese discurrir trabado, bastante influido por el James Joyce de Finnegans Wake, es el que experimentamos con la propia lectura. A medida que leemos Promesas naturales, el sentido se va difiriendo más y más. Las palabras no nos llenan y permanecemos, tal como le sucedía a Aquiles con la tortuga, acercándonos a ellas infinitamente, aunque sin poder alcanzarlas nunca.
La última novela de Coelho guarda detrás de esa no tan dulce espera que implica la lectura de las primeras páginas, bondades como la antológica escena de sexo en la cual Chatran, en el proceso de hacerle el amor a Bernina, sigue paso a paso las instrucciones del “Manual de la buena cabriola”, como si de una receta de cocina se tratara. Al mismo tiempo, vale reconocerle al libro su apuesta de participar en un subgénero, el non-sense, que está casi en vías de extinción y que, por eso mismo, vuelve a esta novela original.
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