Domingo, 25 de junio de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
En los próximos días se publica en la Argentina Shalimar, el payaso, la nueva novela de Salman Rushdie, que ha sido considerada por la crítica como su trabajo más importante después de Los versos satánicos. En esta entrevista realizada en Barcelona, Rushdie explica en qué consiste el carácter político de este libro y reflexiona sobre el giro público que ha tomado la agenda de muchos escritores después del furor privatista que imperó en los ‘90.
Por Diego Salazar, desde Barcelona
En noviembre de 2005, la revista norteamericana Foreign Policy y la británica Prospect publicaron los resultados de una encuesta entre sus lectores que buscaba responder a una sencilla pregunta: ¿Quién es el intelectual más influyente del mundo?
La lista –que dio como ganador a Noam Chomsky y colocó en las cuatro posiciones siguientes a Umberto Eco, Richard Dawkins, Václav Havel y Christopher Hitchens–, como cualquier votación en Internet, como cualquier lista de este tipo, ha sido duramente criticada y su fiabilidad puesta en entredicho. La polémica da para largo, pero para centrarnos en el hombre que nos ocupa bastará decir que se ubicó en el puesto número 10. Algo relativamente extraño si se tiene en cuenta que la mayoría de nombres que ocupan los primeros lugares son intelectuales relacionados con la ciencia, como el propio Dawkins o Jared Mason Diamond; economistas, como Paul Krugman o Amartya Sen; filósofos, como Eco o Habermas; o encendidos actores políticos como Václav Havel o el mismo Hitchens.
El único novelista –porque todos estaremos de acuerdo en que, si bien ha escrito novelas, Eco no se encuentra presente en esta lista precisamente por ellas, ni es primordialmente un novelista– entre los diez primeros puestos responde al nombre de Salman Rushdie. Se dirá, con razón, que Rushdie no es solamente un novelista. Y en efecto, no lo es. No solamente. En el mismo sentido en que Mario Vargas Llosa (puesto 29 en la lista) no es exclusivamente un novelista.
Rushdie es además un brillante ensayista, un apasionado comentarista político y es, por supuesto, el novelista sobre el cual cayó en 1989 una pena de muerte en forma de fatwa dictada por el ayatolá Khomeini. Rushdie ha publicado recientemente su novena novela, Shalimar, el payaso. Una historia de amor, odio, política y terrorismo, que nos lleva de la Cachemira de la Partición a la California del mundo globalizado que hoy en día habitamos, pasando por el Estrasburgo bajo dominio nazi. En rigor, es la historia de cómo un joven artista –equilibrista y payaso de circo– se convierte en un asesino terrorista, una máquina de matar. Es la novela que ya para muchos comentaristas se ha convertido en la más importante de Rushdie desde Los versos satánicos.
Usted ha tenido siempre una relación muy especial con Cachemira, sus abuelos eran de ahí y usted viajaba mucho de pequeño, ¿por qué decidió escribir sobre Cachemira ahora?
–Siempre he pensado que debía hacerlo antes y, en efecto, he escrito un poco acerca de Cachemira con antelación: Hijos de la medianoche empieza ahí; Harun y el mar de historias tiene lugar en Cachemira, es una Cachemira de cuento de hadas, pero la acción tiene lugar, principalmente, ahí. Lo que no había hecho antes era escribir acerca de la Cachemira contemporánea, en parte porque la explosión en Cachemira tuvo lugar en 1989, el mismo año de la fatwa, y yo estaba algo distraído. Además, era un tema bastante doloroso sobre el que escribir. Este fue un libro con el que me encontraba ligado de una manera inusualmente emocional, estuve afectado muy profundamente durante su escritura. Nunca había escrito un libro que me hiciera llorar mientras escribía.
¿Cuál fue la parte más dura de escribir?
–La destrucción de Cachemira. Ese momento del libro, cuando esa atrocidad real tiene lugar a finales de los ‘80, fue algo horroroso de escribir. Hay una gran pregunta para todo escritor y ésta es: ¿Cómo escribir la atrocidad? Porque hay cosas en los libros que uno no puede mirar a la cara, son demasiado horribles. Y no sólo para el escritor, también para los lectores, hay cosas que son demasiado espantosas de leer. Y la gran pregunta es: ¿Cómo escribes todo esto de una manera que te sea posible seguir escribiendo, de una manera en que les sea posible a los lectores seguir leyendo acerca de estos hechos horribles, sin traicionar laexperiencia, sin disminuirla? Mucha gente se ha enfrentado a este problema al escribir sobre hechos reales. La gente que ha dejado testimonio del Holocausto lo ha enfrentado de una manera envidiable. ¿Cómo escribes sobre este hecho tan horroroso? Para mí, esto ha sido de lejos lo más duro, y quizá haya sido lo más duro de escribir en toda mi vida.
¿Su gran apuesta en esta novela era tratar de explicar e ir a las raíces del fundamentalismo islámico?
–No realmente, porque creo que eso es algo que entiendo bastante bien. Ese fue uno de los temas tratados en el libro que no tuve que estudiar muy a fondo, lo conozco muy bien. Quizá por mi propia vida, por mi experiencia, he tenido muchísimo tiempo para pensar acerca de las raíces del radicalismo islámico. Hubo muchas otras cosas acerca de las que tuve que informarme, aprender, investigar, entender, antes de escribir este libro, pero el fundamentalismo islámico, lo siento, es algo de lo que ya sé bastante.
¿Diría que Shalimar, el payaso es una novela política?
–Creo que es una novela con mucha política dentro. No creo que sea una novela política en el sentido de que no está haciendo una declaración política. La cabaña del tío Tom es una novela política, dice que el esclavismo es malo. Shalimar no es una novela política en ese sentido. Es una novela acerca de vivir en un mundo en el que no podemos separar la política de la vida privada, en el que la vida privada está siendo constantemente afectada por hechos políticos, en el que para entender la vida privada de las personas debemos entender cómo ésta colisiona con asuntos públicos y cuál es el impacto de uno sobre otro. Es una novela que aspira, claramente, a discutir hechos políticos, y en ese sentido sí es una novela política.
Esa idea de que para entender el mundo y para escribir una novela debemos entender el impacto de los hechos públicos en la vida privada ha sido recientemente retomada, aunque en la década del ‘90 los escritores solían evitar el tema político. ¿Cree que son los acontecimientos recientes los que nos han vuelto a empujar a esa idea?
–Sí. Yo nunca he abandonado esa idea pero sí, particularmente en la novela norteamericana, durante los últimos veinte años los escritores han rehusado tratar los asuntos públicos. Creo que la culpa de todo ello la tiene la enorme influencia de Raymond Carver. Ray escribía acerca de estos pequeños detalles de la vida cotidiana y era un genio, pero muchos de los que han venido detrás no son precisamente genios. Y ahí está el problema, puede haber este gran escritor que crea un universo a partir de un material tan pobre, pero el resto cree que todo se encuentra en ese material tan pobre, no se dan cuenta de que no basta con eso, además hay que ser un genio. Es cierto que durante todos estos años la literatura americana había abandonado la arena pública y empieza a existir un regreso. Creo que comienza a haber una próxima generación de escritores que son instintivamente políticos, si echa una mirada a gente como Franzen, Lethem, Safran Foer, y la lista podría seguir, todos ellos piensan de una manera más política que sus mayores. Y probablemente tenga que ver con el 11 de septiembre, pero no únicamente, va mucho más allá de eso. Si echamos un vistazo a una generación mayor, a gente como Joan Didion, Robert Stone o Michael Herr, podemos comprobar que la mirada política no se había perdido del todo, que ha seguido habiendo una literatura americana comprometida de esa manera. Uno de los casos más extraños para mí es el de Philip Roth, quien en su edad madura, de pronto, empieza a tocar temas políticos y escribe estas novelas maravillosas acerca del mccarthismo, el comunismo, Vietnam. Es muy raro que alguien llegue a esa edad y empiece a escribir sus libros más poderosos.
En una entrevista reciente, Ian McEwan decía que los novelistas de hoy en día tenían un gran reto por delante y era competir con los grandes libros de no ficción que inundan las estanterías. ¿Está usted de acuerdo?
–No, no pienso de esa manera. Creo que puede ser cierto si estamos hablando de marketing. Es cierto, cualquier editor puede confirmárselo, que las ventas de novelas están descendiendo y las ventas de libros de no ficción suben. En ese sentido, pronto todos podríamos hallarnos fuera del negocio. Pero creo que la literatura no es una competición, no se trata de quién llega primero. Debemos luchar con esta mentalidad de premios que hace creer a la gente que esto es una carrera de caballos, no tiene nada que ver con eso. Hay cierto tipo de libros cuyo éxito o fracaso sí se mide en términos de ventas, si una novela de John Grisham no es un best-seller, entonces no es nada. Pero hay otros libros que están hechos para perdurar y su éxito se mide en otros términos, se mide en tiempo. El hecho, por ejemplo, de que Hijos de la medianoche tenga más de veinte años escrita y la gente todavía siga leyéndola, ése es el éxito para mí. Un éxito muchísimo mayor que ganar un premio, porque significa que el libro tiene ciertas cualidades para perdurar. Hay muy pocos libros de no ficción que están escritos para perdurar de esa forma y está bien que así sea.
En un artículo posterior al 11 de septiembre usted llamaba la atención sobre la necesidad urgente de una reforma del Islam, su secularización. ¿Cree que nos encontramos cerca de ello, que existe alguna posibilidad al respecto?
–Yo escribí acerca de su necesidad, que ocurriera o no es independiente a mis deseos. Lo que sí creo es que no va a ocurrir en el mundo árabe. Si echamos una mirada a la diáspora musulmana, en Europa o América, este tipo de cuestionamiento está teniendo lugar en esas comunidades. Se está planteando, con mucha fuerza, la despolitización del Islam. En América conozco de cerca muchos grupos musulmanes que están teniendo este tipo de discusiones. En Inglaterra, incluso pensadores islamistas conservadores como Tariq Ramadan han señalado que la comunidad musulmana británica tiene que enfrentar el hecho de que los ataques de julio fueron causados por un abuso del Islam; no pretendan .dijo. que no se trata de la religión, es acerca de la religión y tenemos que poner nuestra casa en orden. Este hombre es cualquier cosa menos liberal, pero si incluso alguien como él está llamando la atención sobre estos temas indica que hay un gran cambio en la manera de enfocar el asunto. Hacia dónde se dirigirán, es algo que se me escapa, pero el hecho es que estos cuestionamientos están teniendo lugar. Por naturaleza yo no soy particularmente optimista en materia política; si las cosas pueden ir mal, normalmente irán mal. Pero creo que es posible que los eventos recientes hayan dado a la gente una gran oportunidad de entender la importancia de la secularización. No podemos ver a los terroristas, sobre todo en Irak, como defensores del Islam, porque atacan a musulmanes más de lo que atacan al resto de la gente. La mayoría de víctimas de la insurgencia iraquí han sido musulmanes, no soldados norteamericanos. Creo que todo esto puede hacer a la gente replantearse ciertas cosas.
Lo curioso es que desde Occidente pedimos una secularización del mundo árabe pero en la propia capital de Occidente, en Estados Unidos, vemos cómo la religión vuelve a la arena pública. Cómo en Kansas, por ejemplo, se ha aprobado la enseñanza del creacionismo en los colegios, al mismo nivel que el evolucionismo.
–Lo que está ocurriendo en América con el Cristianismo es preocupante y el problema está creciendo. Pero estuve en Kansas hace poco y pude comprobar que el problema principal es que la junta académica está llena de lunáticos, fanáticos cristianos. Lo bueno está en que los profesores de esos centros educativos saben que todo eso del diseño inteligente es purabasura, no creo que vaya a haber una repercusión real en lo que se les enseña a los niños. La comunidad educativa de Kansas se resiste a enseñar estos temas porque sabe que no tienen ningún sentido, que no tienen ninguna solidez. En varios estados donde hubo elecciones recientemente, muchos de los miembros de la junta educativa, verdaderos fanáticos, defensores del creacionismo, fueron echados por los electores. Así que es muy probable que en un futuro cercano, en nuevas elecciones, esos lunáticos sean echados del cargo. Hay una batalla, la batalla no está perdida, pero hay una batalla. Estoy convencido de que el crecimiento del fundamentalismo cristiano es el asunto más aterrador de la América de nuestros días, sin ninguna duda, pero la batalla no está perdida.
Su volumen de ensayos, Pásate de la raya, está dedicado a Christopher Hitchens, ¿qué opina de su defensa de la guerra contra el terror del presidente Bush?
–Sabe, suelo disentir, en mayor o menor medida, en casi todo con Christopher. Pero es un muy buen amigo mío, es más, hace poco decidimos que por muchos desacuerdos que podamos tener, ello no significaría que dejásemos de ser amigos. Tenemos grandes peleas, por ejemplo Christopher detestaba a Bill Clinton, lo detesta de verdad, pero comparado con Bush, Clinton es el arcángel Gabriel, el arcángel Gabriel con un problema sexual. La otra cosa es que Christopher no puede hacer nada al cincuenta por ciento, tiene que hacerlo todo al cien por ciento, y si toca un tema tiene que llegar más lejos que nadie en él, si defiende una idea tiene que defenderla más que nadie. Tiene que ser ese joven disidente eterno. Aun así es un hombre muy brillante y es un gran amigo. Y si le dediqué ese libro fue porque durante esos tiempos difíciles que pasé, él fue mi gran aliado. Uno recuerda a sus amigos, a la gente que estuvo ahí cuando tuviste problemas.
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