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Domingo, 28 de julio de 2002

La política naciente

LA REPUBLICA VACILANTE. ENTRE LA
FURIA Y LA RAZON

Natalio Botana


(Conversaciones con Analía Roffo)

Taurus

Buenos Aires, 2002

260 págs.

POR DANIEL MUNDO

El filósofo puede coquetear, a veces, con las sagaces ideas de lo inefable y de lo insondable, o puede, también, retorcer estas ideas para que terminen diciendo algo distinto de lo que dicen. Hay momentos históricos en los que el pensamiento se desorienta, y reduce al hombre a la medida de sus prejuicios. Parece no tolerar la angustia que despierta lo imprevisible. El historiador y el pensador político, en cambio, no pueden darse este lujo: sus derivas reflexivas los conducen al mundo y a los asuntos humanos, siempre contingentes e incontrolables. Aun en países aparentemente tan extraños como la Argentina, la tarea del historiador se basa en comprender cómo fue posible que los hombres actuaran del modo en que lo hicieron. De aquí que sus juicios sean esencialmente políticos.
El último libro de Natalio Botana, La República vacilante –que recopila largas conversaciones con Analía Roffo, llevadas a cabo a lo largo del año 2001– representa un ameno esfuerzo por darle sentidos a una historia que pareciera haberlos perdido hace tiempo.
La clave de bóveda del recorrido histórico que emprende Botana es lo que llama el comportamiento fiscal. No hay democracia contemporánea, afirma Botana, que pueda sustentarse sin un compromiso fiscal de sus ciudadanos. Este compromiso no es otra cosa que una obligación política. Para que este compromiso se dé, hacen falta instituciones que garanticen y resguarden a los individuos. Evidentemente, en la Argentina hay un déficit de estas instituciones. Pero este déficit no es reciente. Lo que sí es reciente es la manera en que la sociedad argentina está intentando resolverlo desde 1983 a esta parte.
Botana es muy optimista en lo que respecta al régimen democrático de las dos últimas décadas: sin dejar de percibir la injusticia y la desigualdad económica y social que este régimen ha implicado, y la dificultad para poder revertirlo, advierte que la tolerancia para la discusión política y el disenso (para la crítica) se ha ampliado considerablemente. Esto consolida una tradición que las facciones políticas e intelectuales argentinas, de izquierda a derecha, habían frustrado al querer acaparársela, al imponerse como sus verdaderos herederos o al considerarse lo únicos con derecho a interpretar.
Entre los blancos y los silencios que abre el libro despunta la idea de que no hay herederos privilegiados de ninguna tradición, ni que son sólidos contenidos lo que una tradición moderna transmite: lo que se transmitiría es el valor de la transmisión (una generación de adultos que construye sentido y lo lega a una nueva generación, es decir que se hace responsable de sus actos y sus palabras), y la actitud cuestionante que tiene que asumir el que la recibe. El espíritu republicano alienta un mundo político cosmopolita, con individuos cultivados para la paz y la tolerancia. Ciudadanos que amen el lugar en el que viven, y que puedan opinar y decidir para volverlo más habitable. En última instancia, que sepan distinguir lo que les gusta de lo que les desagrada. Pensar desde un punto de vista distinto del que se ocupa naturalmente. Éste es un principio kantiano que Botana alienta, y que hoy no es muy usual encontrar. Tal vez al terminar de leer el libro queden pendientes discusiones que Botana no da, o interpretaciones que no se comparten. Lo valioso de La República vacilante, sin embargo, reside en otra cosa: en las opiniones sin respuesta que esboza, y que pueden ayudarnos a replantear nuestras perspectivas interpretativas sobre la historia reciente. En este sentido, La República vacilante es un libro político.

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