Domingo, 28 de julio de 2002 | Hoy
En el espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (Fondo de Cultura Económica), Leonor Arfuch examina las estrategias a partir de las cuales se construyen las imágenes públicas de las personas, desde los diarios íntimos hasta las entrevistas de prensa y, ahora, los sitios de Internet. A continuación, un fragmento sobre las entrevistas a escritores como estrategia interactiva de la conciencia de sí.
VIDAS
Y OBRAS
Y es en ese hablar sobre los libros donde las vicisitudes de la autoría
se articulan, con peculiar énfasis y detenimiento, a la vida personal.
Obedeciendo al célebre adagio de Peirce –”El hombre es signo”-,
no habrá detalle in-significante para la mirada denodadamente semiótica
del entrevistador. Pero si esto ocurre en general con cualquier entrevistado,
cuando se trata de escritores, ese detalle adquiere a su vez un nuevo valor,
en tanto puede convertirse de inmediato en clave a descifrar en el otro universo,
el de la ficción. Esa suerte de ubicuidad entre vida y ficción,
la solicitación de tener que distinguir todo el tiempo esos límites
borrosos –que escapan incluso al propio autor–, parecería un
destino obligado del métier de escritor, un escollo a sortear también
en otros géneros autobiográficos, por lo menos los más
canónicos –ya que la autoficción instaura sus propias “no
reglas”–. Este juego de espejos, que refracta de una textualidad a
otra, constituye un datosingular para nuestra indagación: el hecho de
que sean los practicantes de la escritura, los que conocen bien a fondo su materia
–hayan tratado con vidas “reales” o ficticias, sucumbido o no
a la pasión autobiográfica–, los que se aventuren en mayor
medida en la entrevista a la construcción compartida de una narrativa
personal. Como lo demuestran esos diálogos siempre inconclusos, nunca
resultará suficientemente transitada la senda biográfica del escritor,
nunca terminará de dar razones sobre los productos de su invención.
Sin embargo, y a pesar de ese empeño interactivo, no es la referencialidad
de los hechos o su adecuación veridictiva lo que más cuenta –verdad
siempre hipotética, que no está en juego en muchas variantes de
entrevista– sino, preferentemente, las estrategias de instauración
del yo, las modalidades de la autorreferencia, el sentido “propio”
otorgado a esos “hechos” en el devenir de la narración. El
“momento autobiográfico” de la entrevista –como toda forma
donde el autor se declara a sí mismo como objeto de conocimiento–
apuntará entonces a construir una imagen de sí, al tiempo que
hará explícito el trabajo ontológico de la autoría,
que tiene lugar, subrepticiamente, cada vez que alguien se hace cargo con su
nombre de un texto. Esta performatividad de la primera persona, que asume “en
acto” esa atribución ante un “testigo” –con todas
sus consecuencias–, es, sin duda, una de las razones de los usos canónicos
del género.
Así, el diálogo con el autor en proximidad siempre intentará
descubrir, más allá de la trama y de las voces, de los acertijos
y trampas del texto, y aun de las “explicaciones” preparadas para
la ocasión, aquellos materiales indóciles y misteriosos de la
imaginación, de qué manera la vida ronda la literatura o la literatura
moldea la vivencia, “sobre qué suelo de experiencias, de lecturas,
de lenguajes surge la ficción, incluso para ocultar ese suelo, para que
se desvanezca la vida y aparezca la escritura” (Sarlo).
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