Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
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Inés del alma mía (Sudamericana) marca el regreso de Isabel Allende y, de paso, el de las amantes y guerreras de la historia. Esta vez se trata de Inés Suárez, conquistadora de Chile y superavanzada conciencia feminista.
Por Liliana Viola
Cuando parecía que las amantes, guerreras, las olvidadas mujeres de la conquista y la colonia habían pasado todas por el circuito de la novela histórica, Isabel Allende recordó a Inés Suárez. La primera europea en pisar tierra chilena, que secundó a su amado Pedro de Valdivia en la conquista de Chile. El personaje, aun con los escasos datos de las crónicas, cuenta con lo necesario para ingresar a la factoría de una autora que concibe la producción literaria como combinación de los mismos recursos: amores contrariados, narradoras memoriosas y ocurrentes, buena dosis de humor, cabezas voladoras, creencias populares, cierta referencia al contexto histórico político. Inés Suárez ha sido comparada con Juana de Arco y, de hecho, algunas ilustraciones la reproducen blandiendo su espada sobre el cuello de un mapuche durante la defensa de la ciudad de Santiago en 1541. Cuentan que a punto de perder la contienda, uno de los capitanes se preguntó en voz alta cómo harían para escarmentar a los indios, a lo que Inés respondió: “De esta manera”, tomando la espada y decapitando al primero de los caciques.
Hasta aquí, Allende había recurrido a la historia chilena como telón de fondo para resaltar las pasiones de sus protagonistas, todas mujeres robadas a su propio entorno de familiares y amigos –con excepción de Gregory Reeves de El plan infinito (de todas formas inspirado en su segundo esposo). Además de pertenecer a la familia, ellas mismas forman una: la joven de Retrato en sepia es nieta de la protagonista de Hija de la fortuna y de la de La casa de los espíritus. Como si la ausencia de un referente restara interés, y como si el dato real lo sumara, su nueva novela comienza con una advertencia: “En estas páginas narro los hechos tal como fueron documentados. Me limité a hilarlos con un ejercicio mínimo de imaginación”. Pero inmediatamente, la primera persona de Inés Suárez, que desnuda sus sentimientos y los de otros personajes históricos, se encarga de ubicar a los lectores en el mundo de Isabel Allende, fiel a sí mismo, así se trate de dar recetas afrodisíacas para sujetar a un amor, contar las memorias de su país inventado o incursionar en la novela de aventuras para chicos. Porque la voz de Allende –que irrumpe en 1982 con La casa de los espíritus– responde por sobre todas las cosas a un imperativo: dar entretenimiento. Palabra que admite la acepción de divertir y distraer, así como la de perder el tiempo y retrasarse. Salvo en los fragmentos en que se acerca demasiado a un manual de historia para situar la rivalidad conocida entre Almagro y Pizarro, o cuanto intenta colocarse ecuánime entre la violencia mapuche y española, todo está preparado para entretener en todas sus acepciones.
Allende escribe en neutro y atenta a los devoradores de libros que desean perder el tiempo sin detenerse un instante. Para quienes la acusaron de machismo en su primera novela también escribe. Y así es que Inés Suárez, en pleno siglo XVI, habla con una conciencia de género que permite imaginarle alguna capacidad sobrenatural para viajar al futuro y adecuarse a los discursos sobre la igualdad ya tamizados por la cultura de masas.
Desde hace muchos años, el imperativo de Isabel Allende cuenta con una maquinaria que incluye grandes y pequeños gestos. Como siempre, comenzó un 8 de enero a escribir esta novela que tendrá espectaculares presentaciones; primero en la cumbre del cerro Santa Lucía, a los pies del cual Pedro de Valdivia fundó Santiago; luego en Buenos Aires donde se editan 75.000 ejemplares, y finalmente en Extremadura, donde nació su personaje y ahora se hace el lanzamiento mundial. Mientras tanto, Walden Media, coproductora de Las crónicas de Narnia, ha adquirido los derechos de La ciudad de las bestias. Una frenética producción que por lo visto apuesta a tener un nuevo producto antes de que la voracidad acabe con el último.
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