Domingo, 10 de septiembre de 2006 | Hoy
M. P. SHIEL > EL PRíNCIPE ZALESKI
Oscuro y lírico, el príncipe Zaleski vuelve a investigar casos sin moverse del sillón.
Por Federico Kukso
El príncipe Zaleski
M. P. Shiel
Edhasa
224 páginas.
Además de Aristóteles, Karl Popper e Imre Lakatos, la lógica desde hace tiempo cuenta con un equipo de defensores aguerridos, que elevan su nombre bien alto y defienden a capa y espada sus silogismos y métodos. Ocurre, por ejemplo, con el método de la deducción ampliamente explotado por los más famosos detectives de todo el espectro literario, que hacen uso de él como un arma sin balas, la herramienta intelectual por excelencia que abre el camino a la resolución de un misterio. Así está el inefable Sherlock Holmes; lo sigue bien de cerca Auguste Dupin de Edgar Allan Poe y algo más rezagado, pero presente, el príncipe Zaleski, criatura peculiar y oscura de Matthew Phipps Shiel (18651947), escritor inglés admirado por H. G. Wells, y que escribió cerca de 30 libros como La mujer de Huguenin y La nube púrpura, aunque se lo recuerda más por haber sido coronado a los 15 años rey de la isla de Santa María la Redonda, una especie de trono de fantasía.
Es cierto: el nombre de este personaje monárquico no será tan conocido como el de los dos primeros, y tal vez ni siquiera retumbe en los oídos de los seguidores más acérrimos de la ficción detectivesca. Y sin embargo, el príncipe Zaleski está ahí: en el vórtice mismo de la fundación de un género –su nacimiento literario data de 1893, seis años después de la aparición de Holmes–, conjugando todos los ingredientes que distinguen a los resolvedores de crímenes profesionales como Poirot, Marlowe, Peter Winsey o Nero Wolfe.
Por empezar, como sus predecesores y muchos de sus seguidores, actúa por fuera de la policía. Es un autodidacta pleno cuyas hazañas deductivas las emprende sin moverse del sofá donde languidece fumando a sus anchas opio o marihuana. Es que, como Isidro Parodi de Bustos Domecq (Borges-Bioy Casares), encara los enigmas criminales –y los esclarece– desde la comodidad de su celda número 273 de la Penitenciaría Central, acusado de asesinato. Zaleski se vanagloria de ser un “detective de salón” que no necesita merodear escenas criminales bañadas de sangre o corretear por oscuros callejones para esclarecer los misterios que empujan el relato.
Ahora, como si se hubiera ido a alguna parte, el príncipe Zaleski vuelve, en un revival editorial, un rescate emotivo desde el fondo germinal del género con la republicación de sus relatos completos. Dividido en dos partes, El príncipe Zaleski contiene tres historias escritas de puño y letra de M. P. Shiel en 1893: “La estirpe de los Orven” (sobre una maldición familiar), “La piedra de los monjes de Edmundsbury” (acerca del robo de una gema) y “La S. E.”, o en inglés “The S. S.” (iniciales de Spartan Society), la historia más llamativa por su carácter predictivo, sobre la eugenesia promulgada por una sociedad secreta. Completan el volumen tres relatos rescatados y retocados por su albacea literaria, John Gawsworth (“El asesinato de Murena”, “Los abogados desaparecidos” y el incompleto “La herencia de los Hargen”).
Para el lector que lo descubra, la comparación con Sherlock Holmes será inevitable. Pero a diferencia del detective victoriano, el príncipe Zalesky hace honor a su esencia sedentaria sin moverse del cómodo interior de su mansión, una “casa de Usher” en miniatura: Zaleski es el detective decadente máximo, de condición antiheroica, solitario, extravagante, sentimental, de gustos exquisitos y refinados.
Y como si las aventuras detectivescas de este aristócrata fuesen pocas, un rasgo que distingue al libro es su estilo cargado de imágenes, comparaciones, y sobre todo un acento puesto en la (oscura) ambientación. M. P. Shiel sabía que ése era su punto fuerte. En abril de 1895, después de la aparición de su libro, le escribe a su hermana Gussie: “Gracias por tus halagos. Pero, ¿por qué insistes en compararme con Conan Doyle? El no pretende ser un poeta –le recrimina Shiel–. Yo sí”.
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