Domingo, 8 de octubre de 2006 | Hoy
GUILLERMO FADANELLI > EDUCAR A LOS TOPOS
Con la ola nihilista que avanza por América latina, llega un sólido retrato de la educación bajo los militares.
Por Claudio Zeiger
Educar a los topos
Guillermo Fadanelli
Anagrama
162 páginas
Un fantasma recorre la literatura latinoamericana: el nihilismo. Entre la convicción y la moda, esta tendencia subterránea aflora de vez en vez al calor de los estímulos externos. Desde los años ’90, muy especialmente, ese estímulo externo es en gran medida la violencia social que traspasa las sociedades aparentemente en forma incontenible. Si la vida no tiene sentido, si todo vale, si la violencia es absurda y caprichosa, la nada se vuelve amo y señor. Pero la nada aún es narrable. Fernando Vallejo, y en general la más actual literatura colombiana, son ejemplos de esta fuerza recurrente que convoca a la belleza de la muerte y a la poética de la disgregación. También desde México llegan estos aires salvajes, y Guillermo Fadanelli se coloca en apariencia en la cresta de la ola, aunque en una versión más atemperada y realista.
En su último libro publicado aquí, Educar a los topos, se trata de buscar una versión más íntima de la violencia, de indagar en sus fuentes. Una educación violenta, por ejemplo, una violencia ligada al patriarcado. Un padre con aspiraciones de patriarca quiere un hijo bien hombre (que no sea “un idiota, un traicionero o un maricón”), y para conseguir tal objetivo lo entrega a los militares para que lo eduquen. El hijo, treinta años después y a raíz de la muerte del padre, recuerda su paso por el colegio militar, una experiencia cercana a la mayor inutilidad, a la más absoluta nada.
El niño, en esta novela corta y contundente, es tan escéptico, amargado y nihilista como su versión adulta. Tiene su mirada, no sólo porque el narrador sea el adulto, sino porque el chico actúa como un adulto que parece saber lo que vendrá. “¿Acaso no somos la concreción de un chorro de leche que lanza un pene enloquecido? Como si nuestra sangre no contuviera desde un principio todos los vicios de sus padres y sus ancestros.” Con este espíritu no sólo se narra, sino se vive en esta novela. En consecuencia, la materia del libro es opaca, pareciera un capítulo perdido de La ciudad y los perros, ese gris nublado sin fe, sin calor ni esperanza.
Muy pronto se revela que la educación militar no sirve ni para ilustrar ni para endurecer a los jóvenes: no sirve ni como biblioteca ni como universidad de la calle. Ni siquiera les sirve a los niños para hacerse respetar afuera o para, en última instancia, conquistar mujeres (son los años ’70 y “las mujeres despreciaban ejércitos enteros de gladiadores y hombres superiores con tal de meterse a la cama con un cantante de pelos largos”). De todas formas, cuando la novela amenaza empantanarse en su propia salsa de la nada misma, se marca un borde de riesgo y peligro, se atisba un abismo de encierro y perdición donde podría transcurrir la verdadera vida militar: es el mundo de los internos. En ese contraste, Educar a los topos encuentra un cauce y un muy buen cierre.
Se ha conocido poco en la Argentina de Fadanelli, quien ya lleva publicadas varias novelas (La otra cara de Rock Hudson, Clarisa ya tiene un muerto) y volúmenes de cuentos como los que lo hicieron conocido en España (Compraré un rifle); lo cierto es que se lo ha leído como un acabado escritor under (dirige desde hace años la revista Moho, fundada por él en 1989), formado sentimentalmente en los ’80, en pleno imperio de Bukowski, Carver y Easton Ellis, o el redescubrimiento de John Fante. Puede que sí, puede que no. El no apela tanto a lecturas sino a la experiencia vital. “No tomo notas ni investigo” según ha declarado, “he deambulado y vagado mucho a lo largo de mi vida. Por supuesto, todos mis relatos y novelas tienen un origen autobiográfico”.
En consecuencia, Educar a los topos también se presenta con este sesgo autobiográfico. Más allá de su coincidencia con la educación real del autor, transmite una legítima radiografía de algo que efectivamente ha sucedido en las sociedades latinoamericanas durante los años ’70 y ’80 (con o sin golpes): la militarización de la vida cotidiana. La forma de hacerla es, siguiendo cierta tendencia, la visión negativa y nihilista sin grandes matices. Pero con un vigor y un estilo coherente con su mundo que vale la pena seguir explorando.
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