Domingo, 8 de octubre de 2006 | Hoy
EL EXTRANJERO › EL EXTRANJERO
Richard Ford cierra la trilogía de El periodista deportivo y El día de la Independencia y despide a su personaje emblemático, Frank Bascombe.
Por Rodrigo Fresán
THE LAY OF THE LAND
Richard Ford
Bloomsbury, 2006
485 páginas
Las letras norteamericanas siempre han funcionado bien a la hora de seguir a un personaje a través de varios libros y años hasta alcanzarlo y convertirlo en persona: Tom Sawyer, Studs Lonigan, Harry “Rabbit” Angstrom y Nathan Zuckerman son casos magistrales y paradigmáticos del fenómeno. Richard Ford (Jackson, 1944, hijo de vendedor ambulante) supo que había encontrado a su hombre y a su nombre cuando, en 1986, publicó El periodista deportivo, protagonizada por el “everyman” Frank Bascombe durante un Viernes Santo muy poco sacro. Novela con ecos de John Cheever y Walker Percy y Richard Yates y Frederick Exley que alejó a Ford de la tríada minimalista –junto a sus amigos Raymond Carver y Tobías Wolf– en la que se lo venía ubicando más por comodidad que con precisión. Hasta entonces, Ford había publicado dos novelas correctas tal vez demasiado hemingwayanas y un poco parecidas a las de Robert Stone –Un trozo de mi corazón (1976) y La última oportunidad (1981)– y, un tanto desilusionado, había buscado un trabajo fijo y seguro que no salió en la revista Sports Illustrated. La frustración devolvió a Ford a los terrenos de la ficción. Y –consecuencia de un desafío de su esposa Kristina Hensley, quien lo retó a que, por una vez, creara “un personaje feliz” y bajo la advertencia de su agente, que le dijo: “Ford, si ésta no funciona estás acabado”– nació Bascombe, un hombre que no es Ford pero bien podría serlo en otra dimensión paralela a la nuestra: porque Bascombe escribe crónicas deportivas y tiene “media novela metida en un cajón” del que no piensa sacarla a menos que “pase algo que no puedo imaginar qué será”.
Y fue entonces –a partir de la renuncia del personaje– cuando se produjo el salto de su autor a las grandes ligas: elogios que se intensificaron aún más con la publicación, un año después, de los cuentos reunidos en Rock Springs. La breve pero intensa novela de iniciación Incendios (1990) fue casi un compás de espera y, en 1995, Bascombe regresó por todo lo alto con una novela a la que nada cuesta calificar de perfecta, que le valió a Ford –primer autor en llevarse ambos por un solo libro– el Pulitzer y el premio PEN/Faulkner, y que lo ubicó en lo más alto junto a Roth y Updike: El día de la Independencia. Y con el retorno de Bascombe –ahora convertido en agente de bienes raíces en Haddam, New Jersey, y paseando al mejor hijo adolescente y disfuncional de toda la historia de la literatura– Ford llegó, fundamentalmente, a los terrenos de una voz propia e inconfundible marcada por un mandamiento inquebrantable: “Lo que a mí me interesa es escribir claramente sobre cosas difíciles de comprender”, dijo Ford en una entrevista. Así, un tono lacónico pero gracioso narrando con un optimismo agridulce toda una vida y sus alrededores desde lo que Bascombe definía como “El Período de la Existencia”: tiempos turbulentos, mediana edad, dilemas extra-large.
Ahora –once años y dos más que admirables libros de nouvelles y piezas breves más tarde, De mujeres con hombres (1997) y Pecados sin cuentos (2002)– Bascombe vuelve. Cincuenta y cinco de edad, un tanto más gruñón que antes, sobreviviente a un segundo matrimonio y a un cáncer de próstata, habitante del barrio residencial de Sea-Clift (otra vez en New Jersey) Bascombe se adentra en “El Período Permanente”: tiempos en los que se cree (aunque no sea cierto) que ya nada importante podrá ser modificado en lo personal mientras que en lo público, otoño del 2000, nadie tiene la menor idea de quién acabará siendo el próximo presidente de los Estados Unidos y mucho menos de lo que ocurrirá el 11 de septiembre del 2001, aunque Bascombe sospeche que algo extraño se avecina. Y, sí, The Lay of the Land –título que aúna el lirismo proverbial de un “poner la casa en orden” con un guiño al oficio inmobiliario de Bascombe al que, asegura Ford, no volveremos a ver o leer en su obra– es otro gran libro candidato a grandes premios. The Lay of the Land es también, según Ford, el último “libro largo” de su carrera porque “ya he tenido suficiente de esto”. Novela doméstico-política y divertida en serio, curiosamente publicada primero en UK que en USA, The Lay of the Land es también –como El periodista deportivo y El día de la Independencia– un libro normal en su forma y muy raro en su fondo. Algo que se devora mientras nos traga, poblado por secundarios de primera (atención a Lobsang “Mike Mahoney” Dhargey, el socio tibetano y budista y republicano de Bascombe y, por supuesto, al ahora más mayor pero no por eso más maduro hijo Paul), rebosante de texturas y escrito por un tipo que en las fotos aparece como una cruza de Clint Eastwood y Neil Young y que, a diferencia de Bascombe, continúa casado con la misma mujer a la que le prometió un “hasta que la muerte nos separe” hace ya casi cuatro décadas. Una novela marcada por un discurso hipnótico, serpenteante, moviéndose con la vertiginosa lentitud de los pensamientos, oscilando entre la radiografía impiadosa de un hecho banal y la fugaz polaroid de una epifanía donde nada ocurre para que absolutamente todo suceda. Como las dos primeras entregas de Bascombe, la novela transcurre en muy poco tiempo físico pero mucho tiempo mental. La celebración de otro feriado ineludible para el hombre norteamericano –el Día de Acción de Gracias, junto a la primera ex esposa y sus dos hijos– le funciona a Bascombe (y a Ford) como la ocasión perfecta para preguntarse qué cuernos es lo que se supone uno tiene que agradecer y a quién.
El lector, en cambio, no tiene problemas para responder rápida y correctamente: hay que agradecerle a Richard Ford la escritura y la publicación de The Lay of The Land.
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