Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Tan erudito como interesado por la cultura de masas. Tan irónico como serio, académico y ensayista lanzado a la aventura de escribir. Estas series paradójicas hicieron de Jaime Rest uno de los críticos literarios más valorados por sus pares, aunque el tiempo y la dispersión esencial de su obra hayan atentado contra la posibilidad de un rescate. Convocados por Radar, especialistas, colegas y amigos reconstruyen diversas facetas del autor de Mundos de la imaginación y Tres autores prohibidos, y de una obra aún vigente.
Por Victor Pesce
Jaime Rest (1927-1979) egresó en 1953 de la carrera de Letras de la UBA, con una tesis sobre Virginia Wolf. Se especializó en literatura inglesa. De 1956 a 1963 fue profesor asociado en la cátedra de Literatura inglesa y norteamericana, también de la UBA, cuyo titular era Jorge Luis Borges, quien entonces ya había obtenido la ceguera y el reconocimiento internacional (por lo que puede decirse que Rest era el que hacía el trabajo); simultáneamente comenzó a enseñar en la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Fue una conexión de ineludible honestidad intelectual entre la universidad de los años ’50 y la de los ’60. Trabajó en distintas publicaciones periódicas, universitarias o no, como Imago Mundi, Revista de la Universidad de Buenos Aires, Sur, Buenos Aires Literaria, Los Libros, Marcha, Crisis, La Opinión, Punto de Vista. Consideró que el ensayo tuvo un “papel protagónico” en la literatura argentina e hispanoamericana; un ensayo permeable a la totalidad de las cosas del mundo, claro está, en confrontación con el mundo estrecho del provinciano hombre europeo; y naturalmente probó tal aseveración revisando la historia o ensayando él mismo la continuidad de dicha tradición. Participó de los dos proyectos editoriales encarados por José Boris Spivacow: Eudeba y CEAL. Dirigió colecciones como la Biblioteca de Cuento y Novela, dedicada a las literaturas europea y norteamericana, para Ediciones Librería Fausto.
Los artículos reunidos en Arte, literatura y cultura popular al mismo tiempo señalan cómo sin embargo y sin obligación alguna (era un scholar de un “campo” académico alambrado con precisión) acometió con igual rigor las formas artísticas vinculadas con la llamada “cultura de masas”, en los años ’60, constituyéndose en precursor indudable del asedio a la problemática de la cultura contemporánea y haciendo primer uso de bibliografía aún no traducida como Walter Benjamin, Richard Hoggart, Raymond Williams, a la vez que del Roland Barthes de Ensayos críticos y Mitologías. Dicha cuestión no le impidió sustraerse a la oposición maniqueísta entre “apocalípticos” e “integrados” que comenzaba a manifestarse con fuerza. Semejante hambre de saber lo emparienta con Oscar Masotta, otra figura dinamizadora de la época. En tanto precursor de derivas y sendas, con él contrajeron deudas la sociología de la literatura, el análisis de la cultura, y desde luego ciertos dispositivos académicos de las altas casas de estudio atareadas con la comunicación social.
Hacia 1974, lo encontramos dictando literatura medieval en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Por esos años soportó la desconfianza de los sectores radicalizados por su liberalismo consecuente, y casi de inmediato padeció las purgas de los ultramontanos por su coherencia socialista. En su último libro publicado en vida, Mundos de la imaginación (1978), aparte de decir que “la literatura, aun la más trivial, es una especie de fe que deben compartir escritor y lector”, reconoce el influjo que recibió de José Luis Romero, Angel J. Battistessa, Luis Juan Guerrero, Jorge Luis Borges y de un “autor del pasado cuya presencia siento tan viva como si me hablara en este preciso momento”: Domingo Faustino Sarmiento; de J. L. B. observa que lo ha interesado principalmente por “permanecer fiel a sí mismo en circunstancias harto complejas que a tantos otros confundieron”. De paso, la última biografía de Borges no hace mucho traducida entre nosotros, ignora su fundamental libro al respecto, El laberinto del universo, Borges y el pensamiento nominalista; unos cuantos y sesudos profesores de la propia Universidad de Buenos Aires lo ignoran todavía más. Pero, a decir verdad, su actitud posee un basamento filosófico puesto que explícitamente recrea el “viejo” debate entre realistas y nominalistas, del aristotélico Guillermo de Occam (1280-1349) para acá. Según Borges, que cita a Coleridge, el “platónico sabe que el universo es de algún modo un cosmos, un orden; ese orden para el aristotélico puede ser un error o una ficción de nuestro conocimiento parcial”. El nominalismo propone pues que el conocimiento de un objeto admite diferentes puntos de vista; esa diversidad hermenéutica en consecuencia va en busca de una sociedad abierta, es decir, pluralista y democrática.
Jaime Rest vivió de sus cátedras, de sus prólogos, de su asesoramiento editorial, de su periodismo cultural, permaneciendo “fiel a sí mismo” como Borges sin que los aires de época lo contaminaran. Ello puede comprobarse en Diagnóstico de la novela policial (Crisis, 1974), donde en pleno auge de la novela dura o negra defiende la novela-problema, dado que leerla es “un pasatiempo fascinador”; la clásica novela policial de enigma supone para él el puro “placer de la forma”. Al decir de Norberto Bobbio, le cabe la denominación de liberal-socialista o socialista-liberal. Fue un brillante nexo entre diferentes mundos de la imaginación.
Víctor Pesce estuvo a cargo de la edición de Arte, literatura y cultura popular (Norma), recopilación de textos de Jaime Rest que pronto se dará a conocer en Argentina.
Por Jorge Lafforgue
A los 18 años conocí a Jaime Rest. En Imago Mundi, revista de historial social que dirigía José Luis Romero y en la cual yo iniciaba mi periplo laboral, la presencia de Rest era frecuente. Recuerdo sus conversaciones con Ramón Alcalde, que intentaba adoctrinarlo políticamente; ellos solían hacerme partícipe –más bien oyente mudo– de sus charlas.
A propósito de un artículo sobre The Waste Land de T. S. Eliot, me rebelé expresándole mis prevenciones hacia ese poeta monárquico e isabelino, que yo rechazaba sin haberlo leído. Con voz monocorde, pausada y firme, Rest me fue mostrando cómo esa poesía a la vez difícil y clara, con una enorme carga intertextual, sin embargo, nunca oscurecía su lenguaje coloquial y desarticulante, de insólita belleza. Su alocución tuvo un cierre: poesía revolucionaria más allá de quien la parió. Y no fue la única vez que Jaime me propinó una lección de largo alcance.
En años posteriores lo vi muchas veces; algunas en malas circunstancias, que a contracorriente se volvían buenas. Por ejemplo, cuando en plena dictadura dirigí la Biblioteca Básica Universal del Centro Editor de América latina, Jaime Rest formó parte –junto con Jorge B. Rivera, Elvio E. Gandolfo, Nora Dottori y el oriental Heber Cardoso– del reducido grupo de salvavidas. “Hola, Jaime, para la semana próxima necesito el prólogo al Tom Jones, pues me falló un fulano. ¿Puedo contar con vos?” La respuesta solía ser afirmativa; y en fecha estaba lista su contribución (siempre aguda, bien informada y de fluida lectura). A mí me gustaba pasar a buscarla por su departamento de Obligado al 1400, donde vivía con Virginia y donde se transitaba con dificultad entre las pilas de libros que atiborraban ese refugio de grato discurrir y generosa amistad.
Por Anibal Ford
Lo conocí a Rest cuando cursé literatura inglesa en Filosofía y Letras, en 1957. Era el asociado de Jorge Luis Borges. Un dúo muy extraño que parecía salido de alguna novela inglesa del XIX. A Rest lo veo: bajito y feo, con un enorme sombrero y un largo sobretodo. De los dos, él era el verdadero scholar. Borges se perdía en su admiración casi infantil por los héroes de caballería como el Beowulf. O como sus antecesores patricios. Rest hacía cuidadosas lecturas de The Waste Land de T. S. Eliot. Lecturas donde se movían todos sus conocimientos sobre las culturas de Occidente. “¿Quién es el Archipoeta?”, me preguntó en el examen.
Lo empecé a visitar en el Instituto de Literatura Inglesa y ahí se armó nuestra relación, que yo la veo relacionada con otros jóvenes y brillantes profesores de la facultad de ese momento: los lingüistas Jorge Suárez y Ema Gregores, el filólogo Guillermo Guitarte. Todos olvidados por la cruel máquina del tiempo. O por otras cosas. Por eso quiero rendirles homenaje.
Lo cierto es que junto a las conversaciones sobre las literaturas que se enseñaban en la facultad, con Rest, discípulo de José Luis Romero en historia social, pude dialogar sobre algunos temas que me preocupaban. Mi interés estaba en la filología pero venía buscándole la vuelta a conjuntos que comenzaban a emerger o replantearse en ese momento: sociedad y cultura de masas, cultura popular, medios de comunicación. Rest, que era un socialista fabiano, como Bernard Shaw, a pesar de su dominio de las culturas “de elite” no era nada aristocratizante y podía detenerse también en fenómenos que no estaban en el canon académico. O cruzar la literatura con los procesos sociales como en el caso de sus estudios de la “novela burguesa”. De los primeros lectores inteligentes no sólo de Benjamin sino de Barthes, de Williams y Hoggart, pero también de otras importantes figuras como Kenneth Burke, Susanne Langer, William Empson, H. E. Bates o de libros muy precursores en ese momento como la antología Mass Culture de Rosenberg y White, Rest desarrolló un cuerpo propio de ideas que nos permitió a muchos intelectuales de mi generación dialogar y elaborar bastante de lo que haríamos después. Realmente, un maestro.
Por Maximiliano Crespi
Los que lo conocieron aseguran que había algo de monstruoso en el rostro de Jaime Rest. Pero, sin excepción, agregan que era algo que uno olvidaba cada vez que se lo escuchaba hablar de alguno de los mundos de su imaginación: como si lo monstruoso perdiese su carácter de anormalidad en los mundos imaginarios, que prefiguran un más allá de la norma.
Algo de ese encantamiento con que Rest encandilaba la mirada de los otros en sus clases sobrevive en su escritura. Mundos de la imaginación o Tres autores prohibidos son textos en que la escritura crítica parece asumir como propia una condición literaria (algo parecido a lo que ocurre en los ensayos literarios del joven Borges). Y de ahí también que la literatura no se reduzca en sus libros a la mera miseria del objeto. La mera insistencia en el detalle y la minucia estadística (como por ejemplo el nombre completo del primer imprentero que asistió a De Quincey) habilitan también la hipótesis de que los mundos de la imaginación pueden ser tanto o más imaginarios que el de las escritura crítica que los imagina y los convoca.
No hay en Rest –algo inadmisible en la crítica literaria contemporánea– un complicado dispositivo dirigiendo el curso de la lectura. Se trata, más bien, de un procedimiento clásico que le permite producir la lectura en la tensa relación entre vida y obra. Rest se preocupa por observar el texto en su dife-
rencia, pero sin desdeñar nunca su situación. Sabe que sólo una lectura histórica de las diferencias permite rastrear la concreta y profunda historicidad de los textos (y no los rasgos historiográficos de su superficie); lo que, al mismo tiempo, permite no caer en totalizaciones groseras y reduccionistas. Como Borges, Rest ha llegado a la convicción de que lo literario no es una propiedad de los textos, sino un modo específico de relacionarse con ellos. Ya en 1941, en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y en el “Examen de la obra de Herbert Quain”, Borges borró, de una vez y para siempre, las presuntas jerarquías entre literatura y lectura crítica. Buscar precursores, trazar recorridos, evocar parentelas o proyectar relaciones con otras series no es menos complejo en términos de escritura ni menos ficcional en términos de apuesta creativa, que proyectar un trabajo narrativo o lírico. De lo que se trata, en fin, es de una ficción crítica.
Pero ni la literatura ha absorbido a la crítica ni viceversa. Lo que ha sucedido a partir de Borges es que la literatura y la lectura pueden pensarse ya como ficciones que no necesariamente responden a una lógica jerarquizada en discursos primeros y discursos segundos. En ambos casos se trata de textos que apelan a la imaginación porque encuentran también en ella un modo de aferrarse a la vida.
De ahí que para Rest entre el ensayo de autores como Edmund Wilson, Lionel Trilling o Mario Praz, y el de escritores como Virginia Woolf, George Orwell o el propio Borges no haya más diferencias que las que ofrecen los propios textos (y que no pueden “medir” ni resolver en términos de jerarquías o autoridades). Es claro que, bajo su óptica, sólo el “ensayo especulativo” constituye esa práctica de la escritura en la que es posible asistir a una experiencia de encuentro con una verdad estética.
La prolífica obra crítica de Rest –desperdigada en piezas breves y dispersas, tan preocupadas en “la precisión de la forma” como en la solidez y la coherencia de sus “argumentos”– lo coloca en la tenue y escurridiza frontera que separa la actividad del ensayista de la del investigador erudito. En la experiencia de su lectura asistimos a un extraño ethos “crítico” que se niega permanentemente a juzgar el texto literario o que cuando lo hace siempre deja en claro que preferiría no hacerlo. No evalúa ni dicta sentencias acaso porque intuye –y ésa es una intuición literaria– que es la literatura la que se sustrae para afirmarse al margen de todo valor. Prefiere siempre hacer de ella una experiencia que pone en crisis todo sistema de valores (sobre todo los suyos). Renuente a toda clausura, en su ensayo especulativo todo es conjetural porque se sabe y asume como una escritura compleja que reúne, a un tiempo, las razones de la crítica y los vértigos de la literatura. Así, en esta obra de singularidad soberana, a cambio del juicio que buscábamos y no encontramos, encontramos algo que no buscábamos: una crítica que se elige en la invención permanente de argumentos que la singularizan.
La obra de Rest –continuadora de la de Borges, pero desde la vereda de enfrente– obliga constantemente a una redefinición tanto de las celosas “series” literarias, como de los conceptos mismos de crítica y literatura, pero permite sobre todo reconocer que la crítica ya no puede subordinarse a su objeto (la literatura). Al contrario: debe intentar –y acaso en ese intento se juegue toda su verdad– asumir una existencia emancipada, desbaratando los mitos que sostienen que “a buena/mala literatura, buena/mala crítica” y viceversa, reconociéndose en el compromiso de una lectura generadora e imaginativa, liberada de las supersticiones que conducen al Juicio y obstinada con vehemencia en el deseo de producir sentidos nuevos.
Por Maria Elena Torre *
Haber iniciado el camino de la formación académica bajo la dirección de Jaime Rest tiene la impronta de un trauma feliz: ¿cómo fue posible que silenciaran el nombre de quien había alimentado nuestra pasión por la literatura? Expulsado del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur junto con otros docentes e investigadores en 1975, figuró en la lista de autores prohibidos que la censura previa a la dictadura instaló en el ámbito universitario, y regresó a Buenos Aires luego de quince años de una amplia labor docente y cultural. Porque Rest era un hombre de letras que extendía sus funciones académicas en conferencias y charlas, en la Alianza Francesa o la Cultural Inglesa, e impulsaba proyectos como el Grupo Universitario de Cine.
Más allá del rigor intelectual con que organizaba sus clases y exposiciones, éstas prometían una anécdota divertida, real o inventada, y se convertían en un encuentro esperado. Era un placer escuchar su voz sonora y pausada con ese tono encantatorio que suplía con creces el poco atractivo de su figura.
Compartir el espacio de la cátedra fue un aprendizaje incluso para superar el deslumbramiento e inhibición que provocaba su gran erudición acompañada de una sutil ironía; el camino se allanaba por la generosidad y absoluta libertad con que orientaba el trabajo. Con una tímida cortesía manifestaba curiosidad por la cuestión de la mujer como por el mundo de los niños, entre otros temas marginales que ya se anunciaban como líneas de futuros debates, intereses que compartía con Virginia Erhart, su mujer, unidos por una complicidad intelectual que convertía sus charlas más familiares en un contrapunto lleno de humor e ingenio, mientras Lolita (la gata) observaba desde un sillón.
* Se inició entre 1972-1975 como ayudante de Literatura Europea Moderna y Literatura Contemporánea, a cargo de Jaime Rest. Actualmente es docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur.
Por Angel Vilanova *
La incorporación de Jaime Rest al área humanística de la Universidad Nacional del Sur en 1959 fue un acontecimiento decisivo para el inicio y desarrollo de nuevas y actualizadas perspectivas en los estudios literarios. La conformación de un cuerpo de profesores de alto nivel iniciado por Vicente Fatone en 1956, incorporando entre otros a Héctor Ciocchini, Antonio Camarero, Hernán Zuchi, Jorge Suárez, alcanzó con Rest un nivel cualitativamente equiparable al de otros centros de estudios universitarios. A las diversas especialidades y orientaciones que aquéllos representaban, Rest sumaba la dimensión histórica y social del fenómeno literario. Superando todo reduccionismo “sociologista”, encaró desde esa perspectiva una múltiple actividad: la investigación, la docencia, la escritura crítica y su difusión a través de infinidad de publicaciones, conferencias y la dirección o asesoramiento de publicaciones colectivas. Sus cursos monográficos, que constituyeron un acierto indudable, hicieron posible que en los breves períodos cuatrimestrales pudiéramos compartir sus ideas sobre los aspectos esenciales de grandes temas entre los que sobresalen los dedicados al origen y desarrollo de la novela europea moderna, el examen de la historia del cuento, de la comedia moderna y la renovación teatral, y una serie de excepcionales seminarios como el que dedicó a William Shakespeare. A todos los que fuimos alumnos y colaboradores, sus lecciones nos enseñaron a aguzar y afinar nuestra mirada sobre el mundo, la vida, la literatura, el cine. Nada de lo humano le fue ajeno, sobre todo si atañía al país, por lo que también se ocupó, por ejemplo, de las ideas de Sarmiento, o las de Martínez Estrada, o de analizar el valor poético e histórico de las letras de tango.
* Profesor titular de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Desde 1960 a 1975 colaboró con Jaime Rest como jefe de Trabajos Prácticos en la UNS.
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