Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
RICARDO MANEIRO > NOCHES (DE SAN VENANCIO A SAN IVóN)
En un hospital, un hombre narra lo que afuera no se puede decir ni nombrar.
Por Sergio Kisielewsky
noches (de san Venancio a san Ivón)
Ricardo Maneiro
Ediciones Al Margen
234 páginas
He aquí una novela sobre la vida en un hospital. Sobre las noches que atraviesan la espera, las preguntas, las propias ilusiones que en la internación teje el paciente. Aquí el narrador no será ciego ni mudo. Debe hablar, debe seguir con la mirada esa mancha de humedad que lo tiñe todo.
Ya no es el vendedor de libros que casa por casa conoce el mundo. Ya no está con su amigo Pedro. Juntos no hacen las bromas ni discuten, ni apuestan a que el mundo cambie de una vez. El narrador sólo mira a la doctora que le pregunta si tuvo algún disgusto, si forzó las coronarias en demasía. Ella aparece y la vida se instala. Cuando la mujer de blanco se va, el hombre escucha las quejas de sus compañeros en la sala de cuidados intensivos.
La escritura deja paso a la voz de una mujer que pierde a su padre, que se pregunta por el significado de la existencia misma.
Las escenas se van encolumnando sin que ninguna se profundice. Como si la hondura fuera un precipicio para el autor. Como si cada cliente que escucha en vano sus argumentos de venta no fuera un mundo en sí. Como si esa relación entre padre e hija fuera silenciada por el espacio de la escritura.
Ahora bien: se está internado pero no acabado. Es sólo una prueba que otorga el vivir. Pero el narrador se oscurece en esa sala, en ese desafío que toca enfrentar. El compromiso político no lo entusiasma. Lo que gira alrededor de su inclusión no es materia prima para crear un mundo solidario y conflictivo a la vez.
Por momentos el texto se ilumina cuando se nombra a Malena, la hija del protagonista, y se detalla su crecimiento, su propia existencia que genera vida. En ese contexto aparece la búsqueda sobre sus antepasados. Las huellas de los Urquiza, de los Pavón, como hechos acotados en el libro con la misma matriz, con el mismo desgano en la resolución.
Por momentos habla el hombre y otras veces la mujer. Como si lo principal y lo accesorio en la trama pasaran a un segundo plano y sólo importara la voz del narrador, el racconto de sus propias desdichas.
Cabe, sí, imaginar a Maneiro haciendo foco en lo que significan la fundación y sostenimiento de una revista literaria. Sus entretelones y trastiendas, sus discusiones y batallas.
Cabe imaginar al texto ganando en potencia. Es un tema poco transitado por la escritura contemporánea. Cómo se gesta una revista entre pares, cómo se elabora y se dimensiona en un país donde la escritura independiente rema por sí misma.
Ese elemento está ausente. El texto en su conjunto funciona como un gran confesionario y lo mejor ocurre cuando el trazo se ablanda y deja lugar a la mujer caminando con su padre (“cómo me gustaría saber ahora qué pasaba por la cabeza de papá mientras veíamos lo mismo”).
El punto de partida, se sabe, es elegir lo más fuerte para narrar. Ahí el lector se puede hermanar con esa caja de habanos donde se guardan cartas y aquellos sobres azules de larga distancia. El propio Maneiro lo sintetiza; nada hay más visible que un secreto.
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