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Domingo, 5 de noviembre de 2006

MICHEL DE CERTEAU

Yo tengo fe, ¿y qué?

El jesuita Michel de Certeau, fundador junto a Jacques Lacan de la Escuela Freudiana de París, analiza por qué Dios permanece irreductible en la sociedad contemporánea.

 Por Sergio Di Nucci


La debilidad de creer
Michel de Certeau
Traducción de Víctor Goldstein
Alejandro Katz

En la Argentina, país católico romano según reiteran los censos y las elecciones misioneras, los progresistas comparten con Marx y Freud una idea personal de la religión. Sería una ilusión sin porvenir, y Dios la partera de nuestras fantasías más opiáceas. Si hombres y mujeres alcanzaran seguridad y bienestar, toda religión se extinguiría. Pero, ay, las religiones son tercas y se resisten a morir. Más bien, resucitan. En Asia, en Africa, también en América. Estados Unidos, el país más rico del planeta, es el más cristiano: más del 90% de sus habitantes dice comunicarse directamente con Dios. No ha de sorprender que en los ensayos reunidos en este volumen el jesuita francés Michel de Certeau (1925-1986) proponga sin arrogancias que ser creyente es una debilidad sumamente perdonable.

Es que en las religiones existe un componente de esperanza irreductible, que moviliza los ánimos ante temas extremos (la muerte o la enfermedad, el abandono o la mezquindad de los congéneres) que hacen desfallecer a las disciplinas humanas, demasiado humanas. Porque, ¿de qué le hablan –qué le dicen– a cada persona, en términos cotidianos, las grandes corrientes dominantes del arte o la filosofía contemporánea? Todas las señales indican que la religión conlleva de por sí una riqueza, si queremos, alienada. Pero dimensión, al fin, “constituida por los miedos y las esperanzas de los hombres, una cantera del corazón humano, que –aun sin creer al pie de la letra en sus dogmas– podría nuclear tesoros de sabiduría en medio de escorias de infamia y de despotismo teológico-político: la religión no se elimina alzando los hombros o enarbolando los amuletos de un racionalismo banal”.

Casi palabra por palabra, coincide con esta afirmación del filósofo italiano Remo Bodei el profesor Michel de Certeau, que fue etnólogo, historiador, especialista en la vida cotidiana y fundador junto al marianista Jacques Lacan de la Escuela Freudiana de París. Las obras de Certeau son ricamente variadas. Estudió las gozosas experiencias místicas, los no menos sexuales fenómenos de posesión diabólica, las entusiastas prácticas religiosas (¿y qué queda si renunciamos al entusiasmo?, nos interpela). En La debilidad de creer analiza las fortunas y adversidades de Dios y de la fe en un mundo que ha pasado, tan irrevocablemente, de la Comunidad a la Sociedad. Es un vastísimo tema, presente en la fuente de disciplinas a las que contribuyó a lo largo de una obra larga: primero las lenguas antiguas, la historia, la filosofía y la teología; más tarde la lingüística, el psicoanálisis, la antropología y la sociología.

Se podrán agrupar los textos reunidos en este volumen según la atención alerta que dirigen a las relaciones conflictivas y a la legislación no reconocida que unen y oponen Cristianismo y Modernidad. ¿La Modernidad es un avatar del Cristianismo, en su versión protestante, o es más bien el resultado de un proyecto laico e incluso ateo, promovido esencialmente por los filósofos de la Enciclopedia y llevado adelante por la Revolución Francesa y difundido por el imperio napoleónico? Certeau, conocedor del napolitano Giambattista Vico y de sus “corsi e ricorsi”, sabe que la respuesta no es inmediata. Y más aún cuando miles de millones de seres humanos en todo el planeta encuentran lazos personales más firmes si son fundamentados por la religión antes que por afiliaciones políticas o sociales.

Uno de los ensayos reunidos se titula, con urgente actualidad, “Conciencia cristiana y conciencia política en Estados Unidos”. Como para actualizar con redundancia a este jesuita no siempre ortodoxo, el papa Benedicto XVI acaba de instar a los europeos a seguir los pasos de Estados Unidos. Según el pontífice, sólo una sociedad religiosa, y no la vieja y cada vez más atea Europa, puede enfrentar los dilemas que promueve el fundamentalismo islámico. Es posible que el antifundamentalista Certeau estuviera de acuerdo con el sucesor de San Pedro. Aunque no con las consecuencias políticas que el catolicismo deriva de esas palabras.

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