Domingo, 5 de noviembre de 2006 | Hoy
OLIVIER MONGIN
Un exhaustivo y provocador estudio sobre las ciudades, donde la lucha por el espacio ha reemplazado a la lucha de clases.
Por Cecilia Sosa
La condición urbana
Olivier Mongin
Editorial Paidós
398 páginas
Los números no podrían ser más contundentes: 175 ciudades en el mundo con más de un millón de habitantes y las 13 más pobladas en Asia, Africa y América latina. De las 33 megalópolis anunciadas para el 2015, 27 corresponderán a los países menos desarrollados. Para entonces, Tokio será la única megaciudad “rica” del mundo.
Antes de juntar petates y emprender la mudanza a Japón, vale la pena prestar atención a los argumentos desplegados por el filósofo francés Olivier Mongin en su libro La condición urbana. La ciudad a la hora de la mundialización, una mega y documentadísima investigación de casi 400 páginas sobre el presente y futuro de las ciudades, o mejor, sobre las posibilidades de la vida en común.
En principio, según diagnostica el director de la revista Esprit y discípulo de Paul Ricouer, no son muy auspiciosas. Mongin señala que el modelo de ciudad europea, concebida como aglomeración cívico-política que reúne e integra clases sociales, está en vías de extinción. En su lugar, encontramos un fuerte proceso de “re-territorialización”. Procesos múltiples de dispersión, fragmentación y multipolarización: ciudades informes y caóticas, urbicidios, periferias mutantes, centros degradados, torres infranqueables y gated communities. Pos-ciudades que no pueden contener tal cantidad de flujos tecnológicos mundializados, que ya no tienen un adentro y un afuera; ciudades donde lo urbano se generaliza, que pierden los límites y por lo tanto su capacidad de construir vínculos y relaciones. O también, ciudades-museos, petrificadas en su pasado donde toda su economía depende de la conservación de su centro patrimonial-artístico-arquitectónico.
De Londres a París, Los Angeles, Calcuta, México, Nueva York, El Cairo y también Buenos Aires. Aquí y allá, la ciudad que prometía integración, solidaridad y también seguridad ha sido reemplazada por una ciudad de “múltiples velocidades”, que separa grupos sociales y comunidades manteniéndolos a prudente distancia entre sí. Una era donde reina la “hipersensibilidad espacial” y, provoca el autor, donde la lucha por el espacio urbano ha reemplazado a la lucha de clases. Tales las nuevas condiciones políticas de las democracias fragilizadas.
Pero, ¿cuál es esa condición urbana que se pierde? Mongin contesta en tres tiempos. En un primer recorrido diseña un tipo ideal de la condición urbana (y no sólo en relación con la mítica polis griega) donde aún era posible la ilusión de realizarse en cuerpo y espíritu. En una segunda parte, Mongin acompaña el devenir urbano en la era de la mundialización subrayando las distintas variantes que asume el fenómeno de la re-territorialización.
Aquí, Mongin le dedica un capítulo entero a Buenos Aires, en sorprendente paralelo con El Cairo. ¿Qué tienen en común la urbe del tango y la cuna de las pirámides? Según el filósofo ambas experimentan un paradigmático proceso de fragmentación atado al franco deterioro de sus clases medias. Una disociación territorial que corre en paralelo al temor de algunos de “caer” hacia la capa inferior y a la imperiosa necesidad de otros de distinguirse hacia arriba. Mongin señala que el auge ya televisivo de los barrios cerrados no debe entenderse tanto como una voluntad de enfrentamiento sino más bien como el “teatro” protegido donde se huye de las diferencias. La única foto de Buenos Aires es elocuente: el conglomerado de villas 1-11-14 en el Bajo Flores y los edificios como telón de fondo.
Ahora bien, ¿la desintegración y la pérdida de la solidaridad son el destino ineludible de toda metrópolis sometida a las corrientes de la globalización? No, no y no. En el tramo final, Monguin se dedicará a argumentar cómo es posible rehacer redes y recrear espacios que no sean meras entidades replegadas sobre sí mismas. Tal el nuevo imperativo democrático. Porque aun en tiempos post-urbanos, “en medio de la ciudad” estamos siempre, o siempre que creamos que todavía es posible entrelazar las experiencias individuales y las experiencias colectivas.
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