Domingo, 10 de diciembre de 2006 | Hoy
ANTONIO DI BENEDETTO
Un volumen reúne treinta años de narrativa corta de Antonio Di Benedetto: cuentos y textos breves escritos entre 1953 y 1983. Además del plausible esfuerzo editorial, es una buena ocasión para ver el despliegue de una poética construida en base a la brevedad y la concisión.
Por Mauro Libertella
Cuentos completos
Antonio Di Benedetto
Adriana Hidalgo
705 páginas
Este año las fechas parecieron confabularse: estamos a 20 años de la muerte de Antonio Di Benedetto y a 50 de la primera publicación de Zama, aquella gran novela que el autor aseguró haber escrito en sólo un mes bajo el techo de una casa vacía, y que el tiempo ha destilado hasta erigirla en algo así como un clásico de lo anticlásico. En este contexto, podríamos estar tranquilamente componiendo una misiva que hable de la injusta ausencia de los libros de Di Benedetto en nuestras librerías. Pero no. El proyecto que inició hace un tiempo la editorial Adriana Hidalgo (a saber: la publicación sistemática de la obra completa del mendocino) ha inundado los estantes con cuidadas ediciones de su narrativa, y ahora propina la estocada final con la salida de Cuentos Completos, un volumen de 700 páginas que, en pocas palabras, lo tiene todo.
El imponente tomo de Cuentos completos está armado con seis libros de relatos –un camino que va desde Mundo animal, de 1953, hasta los Cuentos del exilio, publicado en 1983–, un puñado de cuentos publicados en diarios y revistas y cuatro historias inéditas. Decíamos, unas líneas atrás, que el libro lo contiene todo: es el jeroglífico final de una extraña poética de lo breve y lo conciso, de una literatura que discurre en el éxtasis de la línea corta y el aliento tajante.
Muchos aseguran que en su impres-cindible tríptico de novelas –Zama, El silenciero y Los suicidas– está el corazón de su ímpetu narrativo, y que los cuentos son la posibilidad lúdica que encontró Di Benedetto para experimentar con el estilo. Pero no es tan simple. Es cierto que sus novelas y sus cuentos cortos pueden verse como dos reflejos, de frente y de reverso, de una misma literatura. Pero si algo le aportó Di Benedetto a nuestra literatura es que el estilo pueda ser una respiración asmática para interpretar la realidad, y un modo de rearmar esa realidad en la ficción. Así, el estilo muchas veces es la narración. Ese pulso preciso, ausente, silencioso, que buena parte de la crítica asoció con el objetivismo francés y se frotó las manos con la satisfacción del trabajo cumplido. Pero no hay que ignorar que Di Bendetto, además de reconfigurar algunas líneas fuertes de la literatura nacional, fue un fino lector de la tradición francesa en el momento mismo de sus estallidos. Vio las fisuras del pase de generación del existencialismo al objetivismo, y pudo armar una literatura que conjugue algo de ambas propuestas.
En lo que respecta a la tradición argentina, muchos han mencionado justificadamente el extrañísimo y magnético relato “Aballay”, incluido en este volumen, como el centro crucial para pensar el afuera y el adentro del autor en el canon. “Aballay” es la historia de un gaucho que, para redimirse de las culpas por haber matado, decide subirse a su caballo y ya nunca volver a bajar (así lo escribe Di Benedetto: “Esta noche, Aballay ha decidido despegarse de la tierra (...) Está firme, a conciencia, en el trato consigo mismo de separarse del suelo y llevar su vida en penitencia. Mató, y de un modo fiero”). Hacia el final del cuento, el hijo de la víctima de Aballay lo encuentra y venga a su padre dando muerte al gaucho del cuento. La posible proyección crítica se despliega con naturalidad: si Borges en “El fin” cerró la gauchesca con un duelo filoso, la de Di Benedetto sería una clausura alucinada del género. Algunos críticos, como Julio Premat en el prólogo de los Cuentos completos, fueron más allá: “En ‘Aballay’, Di Benedetto cristaliza su relación con la cultura y con el sistema literario a los que pertenece”.
Es sabido que Di Bendetto vivió y escribió muchas veces bajo las peores condiciones. Conoció la tortura, conoció el encierro. Es difícil y acaso inútil demorarse conjeturando qué y cómo habría escrito de haber sido otras las circunstancias. Pero la historia está escrita, y sus cuentos parecen por momentos ser una reacción, una resistencia a aquella realidad. Son cuentos “inactuales” (la palabra es de Jimena Néspolo, que también trabajó en este volumen). Son cuentos que no se inscriben en un tiempo nombrable, sino que escriben ellos mismos un tiempo y una temporalidad. Es más: los de Di Benedetto son relatos que, a fuerza de sustraer un lugar, un tiempo y una lengua, descubren sus reversos utópicos y alucinantes.
Hay algo del orden de lo físico que instala la extensión de los cuentos de este libro. Ya el autor había dividido sus historias en dos tomos, uno de formas breves y otro hecho de prosas de más largo aliento. En los Cuentos completos, la narrativa más extensa parece irse carcomiendo a sí misma para dejar lugar en las páginas blancas a un puñado de cuentos cortísimos, estertores, relámpagos. Es como si el vacío del relato, el silencio y el abismo fueran consumiendo lenta pero decididamente esas extrañas manchas negras que son las letras, para armar ahora una poética erigida con la materia con que está hecho lo inenarrable. Una poética del silencio, del quiebre, de lo mínimo. Es como si en ese mundo que propone Di Benedetto, en donde el tiempo y el lugar no son la pura convención, no hiciera falta acumular grafías, amontonar pa-labras. Es curioso: en uno de los cuentos más bellos del mendocino, “Falta de vocación”, donde se narra la historia de un jubilado que le empieza a pasar pequeñas crónicas a un periodista para recibir algún juicio de valor sobre su escritura, ese periodista dice: “No los haga tan cortitos. ¿Es su estilo? Bueno. Pero así nunca podrá armar un libro”. Quizás, imaginemos, alguna vez alguien le dijo eso a Di Benedetto. Pero, con la insobornable moral de quien escribe por una necesidad, el escritor siguió escribiendo. Escribió en la cárcel, escribió en la pobreza, escribió en el exilio. Y finalmente, contra lo que vaticinaba el perso-naje del cuento, sí pudo armar un libro. Aquel libro es Cuentos completos, y a partir de ahora quizá tengamos que hablar de él como un libro imprescindible.
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