Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
MUñOZ MOLINA
La melancólica sospecha de que el futuro llegó hace rato marca el tono de la nueva novela de Antonio Muñoz Molina.
Por Juan Pablo Bertazza
El viento de la Luna
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral
315 páginas.
De un tiempo a esta parte, existe la sensación de que la ciencia ficción es un género con fecha de vencimiento a la vista. Aunque todavía varios escritores le sigan encontrando nuevas aristas, es indiscutible que muchos de los hallazgos y acontecimientos adelantados en sus más clásicos exponentes quedaron obsoletos, principalmente porque ya pasaron muchas de las fechas en las cuales esos libros localizaban sus conquistas y sus fantasías. Ese es el principal objetivo y también el mayor logro que alcanza El viento de la Luna, la nueva novela de Antonio Muñoz Molina, uno de los escritores españoles más premiados y traducidos de la actualidad: en una trama que funciona como homenaje a aquellos libros de ciencia ficción, al mismo tiempo logra novelar también ese ligero pero tenaz perfume a nostalgia que tienen los libros de Julio Verne o H. G. Wells o, más acá, Bradbury y Asimov. Y la trama es tan despojada que parece casi rudimentaria: mientras los flamantes televisores de varias partes del mundo muestran el “alunizaje” de la nave espacial Apolo XI en el Mar de la Tranquilidad de la Luna, para que Neil Armstrong dé con su pequeño paso de hombre un gran paso para la humanidad, los días en Mágina –aquella localidad andaluza imaginaria que surgió en 1986 con su novela Beatus Ille, reapareció en sucesivos libros como El jinete polaco y que tiene mucho de su Ubeda natal– muestran cómo una familia rural de tres generaciones se encuentra suspendida por el tiempo cíclico de sus concretas tareas y por la postración generada a raíz del gobierno franquista.
Así, la percepción de la realidad del protagonista, un adolescente alter ego del propio Muñoz Molina, tendrá que ver siempre con analogías y metáforas relacionadas no sólo con la misión del Apolo XI sino también con conceptos generales del Universo: “Solo como un astronauta en su cápsula, sentado en la taza del váter, con los pantalones bajados, concentrándome en el arte secreto de la paja”. La ley de la gravedad universal enunciada por Newton, por su parte, se corresponde con una conducta compartida por todos los habitantes de Mágina, los cuales se mueven en la vida de acuerdo con los hechos pasados que gravitan su presente.
Por otro lado, a lo largo de todo el libro, se pone en evidencia el contraste entre el característico tiempo cíclico del trabajo rural (agravado con la dependencia de las estaciones y la celebración de los santos en lugar de los cumpleaños), y el tiempo de los viajes por el espacio, similares a flechas lanzadas en línea recta hacia el porvenir. En ese sentido la ciencia ficción y la transmisión de las misiones espaciales tienen un doble sentido: en su aspecto positivo le dan al protagonista una espacio privado de intimidad, colaborando con él a ser algún día el que siempre soñó ser; pero en su lado negativo, estos libros como un gran Nautilus “tratan de gente que se esconde y de gente que huye”.
La nueva novela de este miembro de la Real Academia española no huye, sin embargo, del resto de su obra, ya que en este libro se explica por ejemplo un enigma planteado en Beatus Ille: la muerte de Justo Solana, ya que 30 años después los habitantes de Mágina siguen recordando los acontecimientos de la guerra civil. Desde una trama simple, El viento de la Luna, cuyo título retoma una de las críticas más escuchadas contra la verosimilitud de la llegada a la Luna en 1969, según la cual la bandera de los Estados Unidos no podía flamear a causa, justamente, de la ausencia de viento lunar, logra su objetivo: con una trama sencilla y sin demasiadas sorpresas junto a una sensibilidad que nunca cae en golpes bajos, encarna en un estilo sobrio una idea que a muchos lectores les da vuelta como un satélite en la actualidad: “Muchas veces las historias que leo en los libros de ciencia ficción suceden en un futuro que era remoto y fantástico para los autores que las escribían y que ahora ya es pasado o pertenece al inmediato porvenir”.
Esa idea que no es otra que pensar que el futuro ya llegó, funciona en El viento de la Luna como una ampliación del estilo realista, incorporando al tiempo proustiano de la novela tanto el encanto de los libros futuristas como la melancolía de su decadencia.
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