Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
DI NUCCI
Sergio Di Nucci ganó el premio de novela La Nación-Sudamericana con una novela picaresca que retrata una zona poco explorada de la inmigración: bolivianos en el Bajo Flores. El resultado es una pieza permeable a diferentes accesos, desde la sociología a lo puramente literario, con un acento muy fuerte en la construcción del lenguaje.
Por Mauro Libertella
Bolivia Construcciones
Bruno Morales
Sudamericana
202 páginas.
El jurado: Carlos Fuentes, Griselda Gambaro, Tomás Eloy Martínez, Hugo Beccacece y Luis Chitarroni. El premio: La Nación-Sudamericana de novela. El Ganador: Sergio Di Nucci, bajo el apodo de Bruno Morales, por su novela Bolivia Construcciones. Esas líneas arman, sin necesidad de más vueltas, los datos contextuales que pueblan la faja roja en la portada y las primeras páginas, y que se mueven como un satélite que gravita alrededor del libro galardonado incluso desde antes de aparecer en librerías. Es que un libro premiado arrastra, desde el vamos, una pelota de información, algunos brindis y una fuerte difusión. Por eso se hace difícil a veces despegarse del dato de color y leer ahí literatura a secas, si es que esa abstracción existe y significa algo. Pero hagamos el intento.
Bolivia Construcciones es una novela armada con algo más de 80 capítulos cortos, escenas breves y precisas como un guión o una postal. La historia narrada es simple, pero permite que de sus pliegues se desprenda una vasta telaraña de anécdotas, de relatos y de personajes. El narrador, una voz personal y discreta, relata en primera persona sus peripecias y las de su amigo. Son dos inmigrantes bolivianos que llegan a Buenos Aires para trabajar y se instalan en el Bajo Flores, en una cuadrícula que quizá pase algo desapercibida en la totalidad de la cartografía porteña, pero que centraliza a un grupo sustancioso y complejo de inmigrantes, principalmente bolivianos, paraguayos y peruanos. Y la mención a lo geográfico no es casual: Bolivia Construcciones es uno de los intentos más acabados en la literatura reciente por armar el rompecabezas de un barrio valiéndose de su propia lógica enunciativa. Porque la novela no se aparta del barrio y lo describe en perspectiva, sino que se mete ahí adentro y lo narra con sus propias palabras. Así, en esa zona que ya había sido visitada, pero desde otra óptica, en La villa de César Aira, los personajes se encuentran y se pierden, discuten y se callan, y sobre todo comen y beben cerveza. Una de las nociones que más ha proliferado en las primeras críticas al libro fue la de “picaresca”. Y, ciertamente, si algo supo ver el autor en aquel género, es que la picaresca no es solamente la suma de las acciones jocosas, sino también la gracia y la fluidez a la hora de moldearlas y ponerse a narrar.
Una de las arterias fundamentales del libro es la que trabaja con el plano de la lengua. La clave de lectura en este sentido la ha dado el propio Di Nucci, cuando declaró: “Bolivia Construcciones es un registro seguramente infiel pero no por ello menos verificable de los antagonismos de la lengua entre peruanos, paraguayos, bolivianos y argentinos”. En su antagonismo, las lenguas que empapan la novela encuentran su especificidad. Y así la lengua argentina aparece singularmente dislocada, desencajada, y por eso llamativamente extraña. Quizá no sea vano deslizar aquí la noción de extrañamiento, que viene de la crítica literaria, y que nos habla de aquella literatura que hace ver lo cotidiano, lo carcomido por la rutina, con ojos extraños, nuevos. Así, Bolivia Construcciones puede pensarse como un modo de agitar el avispero en que la noción de “lo argentino” estaba cómodamente estancada, pero también como una relectura ajustada de la periferia y los problemas de inmigración.
No podemos afirmar, siguiendo las palabras del autor, que la lengua con la que está escrita la novela sea la reproducción literal de lo que sucede ahí en la calle, a la manera de los viejos escritores realistas que se paseaban por las veredas con una libreta en la mano, pero sí estamos ante la construcción –la palabra está ya en el título– de un imaginario lingüístico propio de un grupo social que mira y decodifica el mundo a través de sus palabras, únicas, privadas y solitarias.
Si bien el trabajo con la lengua y la dimensión política que el proyecto implica son vertebrales a la hora de una primera lectura, Bolivia Construcciones está escrita con un sutil y poco frecuente humor. Como si se estuviera narrando una excéntrica fiesta, un ritual lunático, las idas y vueltas de estos personajes tienen el muy destacable mérito de generar al mismo tiempo una interesante identificación (sobre todo con el narrador, siempre desplazado, siempre testigo) y una gracia corrosiva que cae como un manto sobre los convencionalismos y estereotipos del argentino y su relación con el inmigrante. En este sentido, el estilo de Di Nucci, libre de solemnidad, despojado de metáforas y bien alejado de la academia o de la literatura de manual, logra discurrir y acompañar las anécdotas y los personajes sin entorpecerles el camino, sin juzgarlos y sin ponerse por arriba de ellos.
Quizás el mérito mayor de Bolivia Construcciones sea el abanico de lecturas que permite. La novela se puede leer desde la antropología, desde la sociología y desde lo puramente literario. Y lo curioso es que el libro mismo no desmiente pero tampoco bloquea la multiplicidad de enfoques. Es que esa prosa económica y directa despoja al libro de simbologías y de cristalizaciones de sentido por parte del autor y deja que los lectores, con el libro entre las manos, hagan lo suyo.
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