Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
PEREDNIK
La historia de Jemmy Button sigue dando frutos en la literatura y la historia argentinas.
Por Jorge Pinedo
El silencio de Darwin
Gustavo Daniel Perednik
Simurg
215 páginas.
Cuenta Charles Darwin en su Diario que en el primer viaje del “Beagle”, “el capitán Fitz Roy se apoderó de unos cuantos naturales reteniéndolos como rehenes”, llevándolos a Inglaterra, donde fueron expuestos como un objeto más de las colecciones de los naturalistas, tan en boga. Los tripulantes de la goleta los bautizaron con apodos sajones: York Minster, un adulto robusto; Bart Menoy, de veinte años, que murió de viruela en el mar; Fuegia Basket, una muchachita, y Jemmy Button, de cerca de catorce años, así llamado porque fue trocado por un botón de nácar, en reemplazo de su nombre originario, Orundallico. Educados a la usanza británica, los indios yamanas sobrevivientes fueron posteriormente devueltos a sus gélidas riberas australes. Tanto la historia como la literatura (y la delgada línea que las distingue) caracterizan tanto el evento como el inicio de una política de secuestro, robo de la identidad e intento de conversión al ideario del poderoso que extiende su reguero genocida hasta el mismísimo presente. Importantes narrativas se desarrollaron por estas playas a partir de aquel acontecimiento: Eduardo Belgrano Rawson (Fuegia), Silvia Iparraguirre (La Tierra del Fuego), Arnaldo Canclini (Button y los suyos) y Leopoldo Brizuela Inglaterra, una fábula) son cimas ejemplares.
Bien distinta es la perspectiva adoptada por Gustavo Daniel Perednik en El silencio de Darwin, al transformar el hecho histórico en una intriga entre imperialista y esotérica que arranca en 1830 y se prolonga hasta la guerra de Malvinas. Como el autor pone en boca de uno de sus protagonistas: “Cuando personajes históricos centrales aparecen en una trama, ésta cobra visos de maravillosa”. Así aparecen Kaspar Hauser (Nuremberg, 1812-1833), el enigmático niño salvaje; Evariste Galois (París, 1811-1832), el no menos genial que precoz matemático, y el mismísimo Button componiendo una entidad cuasi mística regida por la Cábala y representando a las tres tribus adánicas primigenias. Desopilante trama que de modo alguno excluye la evidencia histórica del proyecto colonialista que no se conforma con gobernar. Quiere impedir todo latido de sangre nativa. Por ello su objetivo era transformar al hombre americano, que es natural y terreno, en un europeo, que es artificioso y tenso.
Con tres novelas históricas y cinco ensayos publicados, Perednik se aparta del hilo conductor que enhebra su literatura anterior –una fuerte connotación con la causa judía– para producir un rodeo y, de soslayo, deslizarse por el devenir sudamericano de la mano nada menos que de algunos próceres: Amadeo Jaques, Francisco Seguí, Lucio V. Mansilla, el marino Augusto Laserre y algunos otros. Generosa en meandros y recovecos, la trama avanza sin marear al lector, mas requiriéndole su atención mediante una prosa impregnada de los ecos románticos que caracterizaba la escritura de mediados del siglo XIX. Sin tornarse ominosa, acude al recurso del diario y las memorias de distintos personajes, guiados por un alter ego del autor que emerge y se desvanece a medida que el relato exige sucesivas síntesis a fin de relanzarse. Barbarismos, anacronismos y hasta neologismos (monarquista, mascujada, epitomaron, morralla, cimental) cumplen el efecto de despabilar la prosa cuando amenaza hacerse barroca y, al mismo tiempo, mediante un sutil trastrueque en la grafía (Jimmy por Jemmy, Fitzroy por Fitz Roy y así sucesivamente), recuerdan en forma permanente cuánto se aleja de la crónica y en qué medida dileta en la ficción.
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