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Domingo, 25 de agosto de 2002

El Edén perdido y recuperado)

LENGUA DE TIERRA:

ANTOLOGIA DEL CUENTO ISRAELI


Shai Agnon y otros

Ed. y trad. del hebreo Henie Hajdenberg

Adriana Hidalgo

Buenos Aires, 2002

196 págs.

POR SERGIO DI NUCCI

Si es al menos dudoso que los judíos hayan encontrado en el Estado de Israel su tierra de promisión, resulta claro que sin él, o sin la esperanza de su existencia, la prosa hebrea nunca habría recuperado su esplendor pretérito ni ganado el actual. Las literaturas escritas en lenguas no europeas deben a los mediadores culturales sus enteras posibilidades de difusión. Demasiado habitualmente, se refractan las simpatías y diferencias de Washington o Berlín, Yale o la Sorbona, un editor barcelonés o una colonia del DF. Es por ello tanto más destacable que Henie Hajdenberg, argentina y estudiosa en Tel Aviv, nos ofrezca en Lengua de tierra su propia selección, traducción y anotación de diez cuentos hebreos de autores israelíes. La suya es una mediación que no reconoce otras, y todos los lectores estarán agradecidos a ella y a su editorial.
El programa de Hajdenberg es “reflejar la notable evolución”, en poco más de cien años, de una narrativa hebrea de ficción que se inició en 1853 con la novela histórica y romántica El amor a Sión de Abraham Mapu. Entre los cuentistas hebreos, Hajdenberg elige a los israelíes. No hace falta insistir en que el concepto de “literatura (nacional) israelí” es problemático. Hajdenberg parece restringirlo, en este libro, a los autores de expresión hebrea, pero ampliarlo lo suficiente como para incluir a quienes habitaban en Palestina antes de la proclamación del Estado de Israel.
La primera escritora incluida en la antología Lengua de tierra es Dvora Barón (1887-1950); la última, Leah Aini, nacida en 1962. Aunque no se indique cuándo fueron redactados o publicados los relatos aquí compilados, estas fechas bastan para visualizar la latitud temporal.
Con un criterio que parece el más sólido, Hajdenberg no ha permitido que falten en su compilación las glorias literarias que, en un acto reflejo y medular que será justificado o no, se identifican de manera inmediata con Israel. Quienes busquen a Amós Oz, a S. Yizhar, a David Grossman, los encontrarán. Tampoco falta, por cierto, S.Y. Agnon, Premio Nobel en 1966. De él dice Hajdenberg: “Profundo conocedor del alma humana y de una vasta erudición bíblica, talmúdica y rabínica, utiliza el lenguaje de esas fuentes ancestrales, adaptándolo a la temática contemporánea”. En esto transparece una semejanza de estatuto, acaso sólo superficial, entre la literatura (neo)hebrea y la (neo)helénica. Las dos son “una mujer con pasado”, como se decía en el siglo XIX.
El cuento de Agnon antologizado es el excelente “Las otras caras”. Su primera versión fue publicada en 1932. El argumento es simple; el desarrollo a la vez realista y simbólico. Una pareja se divorcia; a partir de la pérdida descubren que se querían; en el final no sabemos si debemos desear que vuelvan a reunirse. La especialidad de los especialistas es disentir: los estudiosos de Agnon polemizan sobre este final abierto. Una felicidad adicional de Lengua de tierra es que Hajdenberg nos refiere en un “Epílogo” esas disputas y nos brinda otra solución, entresacada de las páginas mismas de una novela de Agnon, la muy extensa Huésped por una noche.
Además del criterio de representatividad, Hajdenberg concluye su “Prólogo” con la declaración de que también fue guiada por otro en suselección. Quiso elegir obras, dice, que “trasciendan un posible carácter localista gracias a su contenido profundamente humano”. También esta guía fue atendida con escrúpulo. El primer cuento, “Partículas”, narra cómo “la huérfana mal parecida, despreciada y dependiente de la caridad, se transforma no sólo en dueña de su vida sino también en generosa benefactora, aureolada por una serena dignidad que la embellece”. Los tonos íntimo, familiar, rural, lírico, nostálgico o simbólico son los que dominan en la antología. La Historia parece distante en el Israel de estos cuentos, a pesar de que el país jamás se ausenta de la cita con las páginas de noticias internacionales de los diarios. Sólo “Camino a Jericó”, de S. Yizhar, es un cuento de soldados y guerra y árabes que murmuran Alá y Alá. Es un relato nada épico, de reservistas maltrechos, que vieron muchos refugiados y saben desconfiar cuando escuchan a alguien “contando que los paracaidistas estaban ascendiendo finalmente al Golán, y qué días gloriosos, y quién lo hubiera creído”.

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