Domingo, 25 de agosto de 2002 | Hoy
INSTRUCCIONES PARA SER HANIF KUREISHI
Hanif Kureishi podrá (o no) publicar alguna buena novela en el futuro. Mientras tanto, los lectores pueden entretenerse revisando sus nuevos libros: una colección de sus intervenciones cinematográficas y sus reflexiones sobre los talleres para escritores que coordina.
Por Rodrigo Fresán
EL LAMENTO DE KUREISHI
Este volumen de ensayos es, también, una especie de autobiografía
de un espécimen raro. Alguien que empezó siendo celebrado como
la “voz étnica” de su generación para, de un tiempo
a esta parte, ser acusado de “haber manipulado la memoria de su raza sin
ninguna integridad cultural” como un pseudo Philip Roth que comienza deshonrando
a los suyos para acto seguido ocuparse, una y otra vez, de las egoístas
y masturbatorias obsesiones del hombre cuarentón con modales metaficcionales.
Los más duros no vacilan en afirmar que está acabado, que ya fue,
que no le queda más que contar que no sea su propia vida, apenas disfrazada,
bien escrita, sí, pero aburrida y permanentemente en celo.
A ellos –casi subliminalmente– parece estar dedicado este Dreaming
and Scheming (dividido en tres partes: Política y cultura, Películas,
y Escritura) que no es otra cosa que un mapa Kureishi para comprender de una
buena vez por todas de dónde viene y hacia dónde quiere ir. La
primera parte está compuesta por breves y contundentes memoirs acerca
de crecer en Inglaterra siendo un “paqui” nacido en Bromley. La segunda
sección se ocupa de su perfil de escritor para la pantalla y de su vínculo
artístico con el director de cine Stephen Frears. La tercera, de su experiencia
como maestro en un taller literario. Hay, sí, algo de rejunte, piezas
ya conocidas y aparecidas en libros anteriores: su prefacio al formidable guión
de My Beautiful Laundrette (Ropa limpia, negocios sucios) y al de Londres me
mata y My Son the Fanatic; aquel brillante ensayo sobre la influencia de los
Beatles y aquel casi diario de filmación de Intimidad que había
aparecido en la reedición de la novela. Pero, afortunadamente, eso no
es todo y aquí, todo junto, ofrece mucho más de lo que suele ofrecer
uno de estos libros de non-fiction entre una fiction y otra fiction. Lo mejor
está en la introducción del libro titulado “Reflections on
Writing” (“El artista no sufre por las demandas del acto de escribir
sino porque se ve obligado a estar siempre en contacto con su inconsciente...
La moneda con que negocia un escritor es, siempre, su insatisfacción
porque jamás encontrará del todo respuesta a lo que se pregunta
para poder ponerla por escrito”) y en el largo texto final que da título
al asunto y donde se reflexiona sobre el fino arte de soñar y planear;
es decir: sobre el fino arte de hacer literatura gracias a la sociedad de la
inspiración y del oficio. Y de intentar explicar cómo se hace
para soñar y planear eso. “¿Es difícil escribir?”,
pregunta Kureishi. “Sólo si no puedes hacerlo”, responde Kureishi.
COMOS Y PORQUES
La pregunta, siempre, es cómo y por qué se forma un escritor.
Kureishi responde sin dudar en la primera línea del libro –”Mi
padre quería ser escritor”– y en la última línea
del libro agrega:”Existe siempre una necesidad de hablar y una necesidad
por ser oído”. Entre un extremo y otro –entre la obligación
hacia la sangre frustrada de sus mayores y la responsabilidad ante los reflejos
propios y universales– discurre la corriente subterránea de Dreaming
and Scheming, que se hace clara y visible cuando el alumno Kureishi se convierte
en el maestro Kureishi para intentar explicar y transmitir a segundos y terceros
no sólo cómo escribir con cierta corrección sino también
cuál es el sentido de hacerlo. Conviene advertirlo: Kureishi no devela
ningún misterio ni transmite fórmula secreta alguna (“¿Puede
enseñarse a escribir? No lo sé, pero de cualquier modo nos juntaremos
una vez por semana”, admite), aunque ofrece puntos más que interesantes
a la hora de examinar al alumno típico (lo difícil que resulta
alejarlos de la idea de lo autobiográfico), la percepción del
escritor como rock-star por parte de los aprendices más interesados en
editar que en escribir (Kureishi aconseja intentar mantener todo lo que se pueda
el espíritu de amateur entusiasta), ejercicios interesantes (pedirles
a sus alumnos que se inventen un seudónimo bajo el cual escribir sobre
cosas que le sean completamente ajenas con un estilo que no les guste) y, finalmente,
el lugar que ocupa él ahí adentro: “Mis dudas acerca de lo
que puedo llegar a ofrecer como maestro no han disminuido con el correr de los
años... El otro día pensaba en esto mientras les proponía
un nuevo ejercicio a mis alumnos. Muchos venían desde lejos, en tren,
bajo la lluvia y de golpe fui consciente de la calidad del silencio en la habitación,
un silencio concentrado. Los miembros del grupo estaban tirados en sofás,
o sentados en rincones de la habitación, pero todos estaban escribiendo.
Yo les había puesto un tiempo determinado para hacer lo que estaban haciendo;
así que luego habría un descanso y entonces leerían en
voz alta sus textos. Más tarde iríamos hasta el pub para hablar
de obras de teatro y novelas, y algunos intercambiaran direcciones de e-mail
para pasarse sus escritos. Ésa era y ésa es, me parece a mí,
una forma productiva de pasarse una buena tarde”. 5
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