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Domingo, 4 de marzo de 2007

LA ENFERMEDAD

La enfermedad en pocas palabras

El último Premio Herralde fue para una novela que con estilo firme y una trama implacablemente simple pone en escena un tema siempre difícil de tratar en la ficción: el cáncer.

 Por Mauro Libertella

La enfermedad
Alberto Barrera Tyska
Anagrama
168 páginas

A fines de 2006, el Premio Herralde de Novela recayó sobre un relato breve, ajeno al revisionismo del pasado e identidad latinoamericana (una soga que anuda a algunas de las últimas novelas premia-

das) pero anclado en una búsqueda estética a la que muchos galardones no siempre aspiran. El libro se llama La enfermedad, y está escrito por el venezolano Alberto Barrera Tyska. Columnista del diario El Nacional desde 1996, autor de la novela También el corazón es un descuido y del libro de cuentos Edición de lujo, así como de un par de poemarios, Barrera Tyska erigió a sus 47 años una novela sobre el cáncer, pero también sobre la obsesión, sobre los padres, y podríamos seguir en una larga estela de temas que parecen conjugarse bajo el rotundo título de La enfermedad.

La trama es, a un primer golpe de vista, sencilla. Cuando empieza la novela, Andrés Miranda, un médico joven, tiene entre sus manos un sobre cerrado con las radiografías del pecho de su padre. Sabe, con la convicción estoica que confiere lo irremediable, que allí se esconde un cáncer. A partir de entonces, la novela despliega las dificultades del hijo para decirle a su padre que está mortalmente enfermo, así como los fantasmas internos de un joven que se da cuenta de que la vida humana tiene fecha de vencimiento. La decadencia del cuerpo humano, la negación y el miedo a la muerte, la familia y el destino son algunos de los tópicos ambiciosos que Barrera Tyska aborda con sencillez pero con elegancia. La prosa clásica y precisa con que está compuesta La enfermedad parece ser el modo más apropiado de aproximarse a un tema tan propenso al golpe bajo, al drama barato y a los grandes sermones.

Tal vez la imposibilidad literaria vertebral que tuvo que franquear Barrera Tyska fue la de verbalizar la enfermedad. Como si la enfermedad descansara en el reino de lo inenarrable, la literatura moderna ha sido a veces esquiva y poco directa a la hora de hablar del cáncer. No estamos diciendo que no exista literatura en las orillas del tema, porque la hay y muy buena. Pero siempre pareció que la narrativa necesitó metaforizar la enfermedad, aludirla indirectamente, sobrentenderla. En cambio La enfermedad, ya desde el título, la menciona de modo definitivo, esquivando ambigüedades, clausurando la posibilidad de sólo darla a entender. Dentro de la novela, sin embargo, la enfermedad funciona tanto en un nivel explícito como astillada en una red sutil de palabras, porque de lo que se trata en última instancia es de cómo hablar de la enfermedad (cuando el hijo le dice finalmente al padre que tiene cáncer, el narrador destaca que padre e hijo ya no podían hablar, que las palabras se les habían escapado, se les habían vuelto materia resbalosa). El título, en este sentido, funciona de un modo similar al de El pasado de Alan Pauls, otra obra ganadora del Premio Herralde de Novela. Allí, el pasado era la figura fantasmal, recortada sobre contornos precisos, que acechaba y acaso configuraba al personaje central. Allí estaba el pasado, espectral y espejado en el relato, pero físicamente palpable en el título. Lo mismo sucede con La enfermedad.

En la novela hay también otra historia, acaso secundaria, de un paciente obsesionado con el doctor Durán, que le manda un correo diario, hasta que un día lo empieza a perseguir. La secretaria de Durán, cuando infiere que el paciente puede ser peligroso, le empieza a contestar los correos haciéndose pasar por el médico, que nada sabe de aquel intercambio. De a poco pero sin vuelta atrás, la secretaria se va sumiendo en una indeclinable identificación con el paciente. Lo imagina, lo piensa, lo padece. Si la primera historia, la del padre y el hijo, narra sobre todo la simbología de la enfermedad y sus implicancias, el relato del paciente le aporta al libro una trama cercana al suspenso, hecha sobre la base de un puñado de mails cada vez más complejos y vertiginosos. Se puede leer así un contrapunto estructural y de tensiones entre una trama y otra. Además de que sus voces narradoras son distintas, Barrera Tyska elabora una alternancia de picos, como si una historia se aplacara en silencio para dejar que la otra llegue a la cumbre de un clímax, en un ida y vuelta que sirve para matizar y descomprimir la historia central, de por sí compleja.

La enfermedad es una novela de una aguda conciencia literaria, compuesta con una inteligencia inusual y una selección léxica sin reticencias y, sobre todo, erigida sobre los cimientos de una ambiciosa indagación de la muerte y la fatalidad. Pero tal vez su mayor logro sea ser, a pesar del espeso tema y vista en perspectiva, una novela enraizada en la vida.

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