Domingo, 18 de marzo de 2007 | Hoy
ANDREA CAMILLERI
En su último libro, Camilleri profundiza en el alma y el corazón de su creación, el comisario Montalbano.
Por Alicia Plante
La paciencia de la araña
Andrea Camilleri
Salamandra
253 páginas
La tapa del libro muestra una escalera asombrosa, infinita, miles de pequeños escalones que seguramente copian asombrosas, infinitas cuestas sicilianas, y desde el primer momento nos ponen “en clima”. El autor del libro, Andrea Camilleri, profesor, guionista y director de teatro y televisión, que cuando empezaba a coquetear con la vejez se puso a escribir novelas policiales, sabe de escaleras, sabe de esfuerzos, y sabe de llegar a la cima: hoy, con doce novelas escritas en trece años, es uno de los autores del género más leídos en los principales idiomas.
El investigador de Camilleri es el comisario Salvo Montalbano, un personaje excéntrico y entrañable, un hombre maduro, que siempre termina recurriendo a métodos poco convencionales a fin de esclarecer el último crimen. A diferencia de la mayoría de las autoridades que lo rodean, Montalbano es, antes que nada, un hombre honesto, políticamente correcto y sin ambiciones personales, una rara avis que permanece fiel a principios éticos esenciales. Es desde esa actitud incorruptible que evita a toda costa el ascenso que lo sacaría de la calle. Lo malhumoran por igual los halagos y homenajes, la hipocresía de los poderosos y la estupidez de los burócratas, con todo lo cual el comisario se automargina de los aceitados y sinuosos pasillos en los cuales se gesta el éxito dentro de la pirámide de las fuerzas de seguridad. Mientras tanto, sus superiores, en inevitable conflicto con él cuando perciben que manipula la información o ante sus actitudes francamente burlonas, a veces rayanas en el desacato, llegan, como en este volumen, a sustraerlo de la investigación de un caso, torpe decisión que no lo quita realmente del medio.
Este hombre, casi un solitario, sin embargo dista de ser un asceta y conoce el placer: por ejemplo, el de la conflictiva pero tierna relación con su eterna novia, Livia, con la cual el compromiso permanente es una posibilidad que nunca se concreta. Ella, una especie de alter ego de Montalbano, es una mujer independiente y fuerte que a menudo lo enfrenta consigo mismo o lo ayuda a elaborar los indicios más sutiles de un caso como el de esta nueva entrega. Otro placer que recorre con semejante intensidad la vida del comisario es el de la buena mesa: Montalbano es un gourmet exigente y agradecido, capaz de entrar en la cocina de una trattoria para abrazar con emoción al cocinero.
Alguna vez Andrea Camilleri se declaró ferviente admirador del escritor Manuel Vázquez Montalbán, creador del detective privado Pepe Carvalho, y sus policiales rinden homenaje al español tanto con el nombre de su comisario como haciéndolo compartir con él la conocida pasión de Carvalho por los platos delicados.
Y la verdad es que a Camilleri las historias le salen cada vez mejor. En ésta avanza más hondo que de costumbre en los conflictos de Montalbano consigo mismo, por ejemplo en la disyuntiva dolorosa entre independencia y soledad con que lo enfrenta la coyuntural convivencia diaria con Livia, o también en su espanto ante la inminencia de la muerte de otro, que evidentemente lo golpea como un espejo angustiante: “Siempre lo asaltaba aquel miedo incontrolable cuando se encontraba en presencia de una persona moribunda...”, mientras que “un cuerpo muerto no le causaba impresión”. Ese tipo de elementos psicológicos, que el autor elabora con solvencia, proporciona perfiles verosímiles, humanizados, que vuelven más interesante la trama y el desarrollo de la investigación. El secuestro de una bella adolescente proporciona el marco para el desarrollo de La paciencia de la araña y Camilleri se adentra con la soltura de siempre en una trama atrapante.
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