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Domingo, 18 de marzo de 2007

MARGUERITE DURAS

Pubis angelical

Una historia de amor que de tan real se volvió irreconocible para su protagonista.

 Por Mauro Libertella


El navío Night/Aurelia Steiner
Marguerite Duras

El cuenco de plata
139 páginas.

El navío Night, ese bellísimo relato de Marguerite Duras que Claude Règy llevó al cine, tiene una génesis curiosa. Según ha contado ella misma, una increíble historia de amor le había llegado en distintas épocas y lugares, siempre un poco modificada, algo desdibujada. Un día, tras una búsqueda secreta e íntima, Duras conoce a J.M., el hombre detrás de la historia. La escritora le ruega que cuente el cuento una vez más, de principio a fin, pero ahora para ella sola, que luego, con esa materia, compondrá un guión. Entonces J.M. le cuenta la historia de un hombre –él mismo– que conoce a una mujer por teléfono, una mujer hermosa y mortalmente enferma. Hombre y mujer se rozan con la voz noche a noche, durante muchos años, en una relación que en cada conversación se abisma con mayor vértigo en los precipicios de un amor definitivo. Hombre y mujer nunca se conocen. Ella, antes de morir, se casa a la fuerza con su doctor, que quiere heredar la fortuna familiar. En su último llamado, ella le dice que sólo sintió amor por él, su único amante.

Cuando J.M. leyó el texto que escribió Marguerite Duras, le dijo que “todo era cierto, pero que no reconocía nada”. Es que, al ser contado por otro, J.M. ha caído en la cuenta de que una vida puede ser narrada de infinitas maneras, y que la estructura de la forma resultante cristalizará el recuerdo de esa vida, de aquel modo y no de otro, para siempre. Curiosa sensación la de ser narrado por Marguerite Duras, porque a veces domina la impresión, cuando nos chocamos ante esos fragmentos precisos y delicados, de que lo que escribió Duras son en realidad indicaciones, posibilidades de un relato futuro, pedazos de historia para que un novelista utópico e imposible los rellene con detalles, con acciones, y sobre todo con palabras. Nos muestra en un mismo gesto, en ese gesto de concentrar y recortar las palabras como un cirujano, las posibilidades y las limitaciones de la literatura.

La mujer del relato –rubia, enferma, bellísima– está postrada en la cama de una mansión. Es una mujer que desea a un hombre, pero que también desea la posibilidad de ser libre, y sólo la puede expresar en el silencio asfixiante de su mundo. Ese es el modo, con variantes a veces perversas, a veces inocentes, que ha encontrado Duras de pensar a la mujer a lo largo y ancho de toda su obra. Pensemos en El arrebato de Lol V. Stein, en Moderato Cantabile, en El amante y en Aurelia Steiner (breve historia que cierra este volumen): son mujeres solas en la búsqueda callada pero indeclinable por encontrar una realidad habitable, un lugar posible. Y quizás J.M., al leer El navío Night, se haya percatado de que aquello que creía su relato era en el fondo el relato único de una mujer.

El navío Night es también la historia de un “fracaso” cinematográfico. Marguerite Duras ha declarado: “Era inevitable escribir el Night –una lo sabe– sí, era más fuerte que una misma. Pero era evitable filmarlo –eso una también lo sabe– y no me libraré de ello: era evitable hacer una película con esa oscuridad. Tuve la suerte de haber escapado con el primer desglose del film. En la fecha del estreno, escribí para la prensa el relato de ese fracaso”. Pero, ¿por qué esa historia no se podía filmar?, ¿por qué una adaptación cinematográfica estaba condenada, de antemano, al fracaso? Nos queda pensar, como ya muchos han señalado, que el único modo posible de narrar la tremenda historia de una pareja condenada a convivir por teléfono, es a través de una página que muestre sus elocuentes blancos y sus aullidos mudos. Y Marguerite Duras lo ha sabido hacer en otra perla literaria que los años ha destilado sin jamás amputarle su fuerza original.

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