COZARINSKY
Continuando con su peculiar línea de trabajo entre la novela y la biografía personal, Edgardo Cozarinsky condensa su visión de la historia a través de una colimba anterior a la explosión política y cultural de los ’60.
› Por Gabriel D. Lerman
Maniobras nocturnas
Edgardo Cozarinsky
Emecé
169 páginas
El tema de la novela Maniobras nocturnas es la juventud (o la juventud y sus límites), y Edgardo Cozarinsky compone un par de acercamientos, dos tentativas (o tres) al tema desde el lugar de un narrador que aparece como escritor en el texto, y se revela un doble del autor que en la novela presume espejarlo. La primera tiene que ver con un relato ubicado a fines de los ’50 en Buenos Aires, y que lleva por título "Arcadias". La segunda, en la misma ciudad, pero a comienzos de este siglo, es "Reconocimientos". Existe una tercera, "Tinieblas", que amalgama una con otra, ya veremos.
Es una novela de escritor y sus fantasmas, amplificado en este caso por ciertos datos biográficos de Cozarinsky que son conocidos y corroboran la construcción del personaje autor-narrador, básicamente el hecho de que vivió treinta años en Francia y desde hace diez ha regresado al país y alterna su residencia aquí y allá. Si bien en su novela anterior, El rufián moldavo, existía el mecanismo del narrador que ha vuelto a su país, en aquélla este sustrato permanecía encapsulado en un personaje con nombre y apellido, un hombre que regresaba e investigaba con intereses de una especificidad definida, una suerte de enigma de índole familiar e histórica. Sin embargo, el contraste entre una arcadia, un origen idealizado y perdido, y un horror o una barbarie presentes, una maldad que expande hacia lo infinito aquello que hace treinta o cincuenta años se visualizaba como oscuro pero acotado, acaso manejable y en tal sentido ficcionalizable, en Maniobras nocturnas reaparece. Es, acaso, la filosofía de la historia que propone Cozarinsky, expresada desde un desvío o una intersección entre la novela y la biografía personal, que consiste en una deriva decepcionada que imagina este presente como el corolario y los residuos de una historia universal que avanzó en cierta dirección hasta mediados de los ’60 para luego implosionar y perder el rumbo.
Pero esa marca del hombre que vuelve de Europa, en esta nueva novela, roza un límite. La legitimidad en la anterior era indiscutible, hasta favorecía la coherencia interna del relato. Aquí, el extremo donde Cozarinsky coloca a su personaje amenaza con desafinar. Para decirlo de otro modo, el mecanismo parece ser el mismo que antes: en forma de cuento, de relato cerrado, se presentan ciertos hechos de un pasado determinado, que deja cabos sueltos, un sentimiento trunco o el símbolo de una pérdida. Un personaje vendrá ahora, a Buenos Aires, a restaurar o abolir aquello irresuelto. Sin embargo, en Maniobras nocturnas es notable la calidad de la primera parte, y curiosamente deslucida o menor la segunda (y la tercera por añadidura). En "Arcadias", Cozarinsky ofrece un relato sobre el choque cultural de un joven judío estudiante de Letras mientras cumple el servicio militar. Con ecos de novelas cercanas como Villa de Luis Gusman y Dos veces junio de Martín Kohan, el autor consigue recrear una atmósfera castrense y burocrática en oscuros edificios del centro porteño, y en luminosas noches del Bajo, que permite imaginar, tal vez, la llave de un registro necesario y productivo para un lenguaje que nos permita entrar en zonas originales de la literatura argentina. En este sentido, "Arcadias" realiza además algún guiño sugerente para cierta línea de trabajo de la ficción sobre cultura homosexual a finales de los ’50. Crece allí el interrogante y la necesidad de hacer una compulsa con momentos de Viñas y Correas que, de a poco, ganan en audiencia.
En cuanto al autor-personaje que vuelve a Buenos Aires a buscar a quien, cree saber de antemano, no iba a encontrar, no puede sino sumergirse en un circuito de milongas que tambalea y ruega centralidad cultural desde una periferia con cambio alto y turistas por doquier, y la constatación de cierto final de la juventud, algo que todas las generaciones saben que ocurrirá. De todos modos, en el Cozarinsky que vuelve queda pendiente alguna otra exploración, acaso menos ofuscada, que su generación ha comenzado a dar: el relato de un país que fue despedazado y cuyas partes ya no resisten verdades indiscutidas.
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