Mi libro de crónicas, Banco a la sombra, es en realidad un libro de ficción. Hay un efecto de realidad ahí. Pero en realidad algunas experiencias tienen conexión con algunas vividas y otras se pueden considerar cuentos directamente. Acá está mi editor, sucede que es un libro por encargo, y como me suele pasar me encargan lo que quiero. Lo que deseo me lo encargan: tengo esa suerte, o lo logro transmitir. Me parece que en ese libro hay una intención de discutir ciertos modelos de viaje: el viaje pintoresquista, el viaje como adquisición cultural. Ahí lo que invento es la cronista fóbica, para quien viajar es una tortura. Aun a Santa Fe. Es un ritual de pasaje, menos culposo, a una región más literaria. Pero no sé si es estrictamente un libro de crónicas. Hay muchos trabajos sobre el tema que ubican a la crónica como un género americano que viene con la conquista. Y luego hay una eclosión de la crónica con la formación de los estados nacionales. La idea de plantear un poco qué es lo propio. Al mismo tiempo existe la crónica social, que da cuenta un poco de la modernidad de la ciudad. La crónica está presente en un momento, diría, de corte y fundación.