Domingo, 16 de septiembre de 2007 | Hoy
DE SANTIS
Por Rodrigo Orihuela
El enigma de París
Pablo De Santis
Planeta
281 páginas.
Pablo De Santis solía ser presentado, en las solapas de sus novelas, como un autor tanto de libros para adolescentes como de libros para adultos. Ahora, en cambio, figura tan sólo como escritor. Sin embargo, si algo demuestra su última novela, El enigma de París (ganadora del premio Planeta-Casa de América 2007), es que De Santis sigue siendo un autor que podría ser ubicado, sin desentonar, junto a lo mejor de la legendaria colección Robin Hood.
Al igual que en novelas anteriores, como Filosofía y Letras o El calígrafo de Voltaire, El enigma de París es relatada en primera persona. Es más, la voz narrativa de este enigma parisiense parece ser la del personaje de aquellos libros, el que habla como si fuese un adolescente algo maduro o un joven adulto algo inmaduro levemente asombrado por los pormenores de las aventuras que le tocan vivir.
Quizá sea el uso de esa voz narrativa recurrente lo que produzca la impresión ocasional de que El enigma de París es un libro poco original. Sucede, en realidad, que la originalidad de De Santis no radica tanto en cómo cuenta historias sino en las historias en sí, ya sean la historia central o las diversas historias más pequeñas que acompañan la trama.
El narrador de El enigma de París, Sigmundo Salvatrio, es un joven argentino del siglo XIX aficionado a las historias de detectives verdaderos. Lector de revistas con nombres como La Clave del Crimen, conoce al dedillo las historias de los grandes detectives del mundo y sueña con ser uno de ellos.
Salvatrio es un fanático admirador del gran detective argentino Renato Craig, miembro fundador de los Doce Detectives, la organización que reúne a los mejores investigadores del mundo. Craig es distinto de sus once colegas en que no tiene un ayudante (adlátere, según la jerga del libro) que cumpla la función de un Dr. Watson. Por eso, cuando en 1888 Craig anuncia la apertura de una academia de detectives, Salvatrio y varios jóvenes más se anotan con la esperanza secreta de ser grandes alumnos y poder convertirse, así, en el primer adlátere de su ídolo.
Al año siguiente, cuando el curso llega a su fin, Craig debe viajar a París para la primera reunión plenaria de los Doce Detectives, a sostenerse durante la Exposición Universal. A último momento Craig no puede viajar y envía a Salvatrio con un mensaje para otro de los detectives, Viktor Arkazy, un polaco afincado en París que se ha quedado sin ayudante y le da el trabajo al joven argentino.
Para cuando comienza el viaje de Salvatrio a París, en la página 60, el libro ya entregó un muerto y un caso resuelto, pero es con el viaje que realmente arranca todo. El narrador cumple la función de observador algo torpe e inseguro en medio de una maraña de asesinatos, amoríos, espionaje y confabulaciones. Aún así, parece predestinado a convertirse en el héroe que reivindicará el eterno ignotismo de tantos ayudantes tipo el Watson de Sherlock Holmes y Hastings de Hercules Poirot.
Otro elemento esencial en esta última novela son los estereotipos, que de tan repetidos plantean la duda de si son consecuencia de una falta de ideas o si son elegidos de manera premeditada como parodia literaria. La última opción parece ser la más válida: el detective japonés y su ayudante hablan poco pero son pura sabiduría oriental, el afeminado detective Castelvetia usa camisas floreadas y escandaliza a muchos de sus colegas con su amaneramiento, el ayudante del detective americano es un indio que parece hablar sólo con elípticas metáforas referidas a la naturaleza, el italiano Magrelli y su adlátere son pura charlatanería y vociferación; el argentino es soberbio.
El uso de personajes estereotípicos es una herramienta común y necesaria entre los escritores de libros infantiles y de adolescentes. Sirven para brindarle al lector ciertos códigos conocidos. De esos géneros parece tomar su uso De Santis, más aún porque evita la aplicación de instrumentos típicos de la literatura "adulta", como las descripciones detalladas de la época y el lugar. Lo demuestra, por ejemplo, la visita de Salvatrio al puerto de Buenos Aires, zona "de tugurios de aire siempre encerrado, bajo luces mortecinas", una descripción neutral, aplicable a cualquier puerto y cualquier bajo fondo de cualquier época. Casi pareciera que, para De Santis, toda descripción elaborada fuese una molestia que debe superarse para llegar a la acción folletinesca de las aventuras detectivescas clásicas. Y es con esa clase de acciones folletinescas, como cuando hace a varios detectives relatar casos memorables, que De Santis sobresale y demuestra por qué logra seducir, novela tras novela, tanto a jurados como lectores, adolescentes o adultos.
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