Domingo, 23 de septiembre de 2007 | Hoy
BUTTI
Una propuesta literaria poco frecuente recurre a los juegos de máscaras de la comedia del arte.
Por Osvaldo Aguirre
El novio
Enrique Butti
El cuenco de plata
240 páginas.
El enamorado que desea casarse y tropieza con la oposición de un malvado adversario es un argumento típico en la Comedia del Arte, el teatro tradicional italiano. Enrique Butti recrea ese motivo en la figura de un joven inspector del Catastro Municipal que apenas disimula sus intenciones. La difusa misión de "tomar algunas medidas y algunos datos", con que se presenta en la puerta de cada casa, es en realidad una excusa para buscar mujeres y someterlas a su juego de seducción. Pueden ser de cualquier edad, clase y condición, las pretende a todas, pero su objetivo es misteriosamente modesto, apenas conseguir una cita y un beso.
Ante cada una el novio se presenta con una historia y un nombre diferentes. Su estrategia es sencilla: corre a las mujeres para donde disparan. Como una especie de Zelig, es capaz de desarrollar al instante una personalidad afín, gustos compatibles, dramas, aflicciones o pensamientos congruentes que hacen pensar a cada una en el hombre de sus sueños (aunque también hay contratiempos con feministas y cabareteras, e interpretaciones equívocas). El verdadero rostro, la verdadera voz del personaje, si podría hablarse de algo así, son indiscernibles detrás de tantas representaciones, y ese ocultamiento es necesario para que represente al personaje que encarna para todas las mujeres, el del novio, aquel cuya irrupción trastrueca el orden dado para imprimir una pequeña cuota de aventura en existencias rutinarias o mostrar que, al fin y al cabo, "la vida está llena de posibilidades, de sorpresas", como se ilusiona una de las candidatas.
La comedia está armada en base a capítulos breves, a cargo de muy distintos narradores: en un juego de postas, cada uno inscribe la continuidad de la historia y su recomienzo, el desplazamiento hacia otra perspectiva. La polifonía es llevada al delirio, ya que las voces convocadas pueden ser de personajes, cosas, abstracciones; todo habla, desde un minúsculo jazmín hasta el universo en expansión. Como en los laberintos en que uno cree caminar hacia la salida cuando está volviendo al mismo punto, a veces, en principio de modo insospechado para el lector, se despliega una misma escena.
No es para nada frecuente encontrar una novela donde la experimentación formal y el argumento funcionen de modo ajustado, como un mecanismo cuyas piezas no pueden separarse. Lo notable de la maestría técnica que exhibe Butti consiste en que su texto se plantea con una concepción compleja y al mismo tiempo muy simple, a través del recurso al humor y de la capacidad para modular cualquier voz y hacer que suene creíble, hasta en el caso más insólito, como el de una libreta de apuntes o un lunar. La comedia no puede prescindir de una moraleja, aunque la reflexión incluye un guiño: si las andanzas del novio, como manda el género, evocan "la paradójica, cruel y cómica condición humana", la exageración de esas presuntas intenciones muestra que la repentina seriedad no es aquí más que una representación de lo cómico, otro paso en un delicioso juego de máscaras.
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