Domingo, 8 de septiembre de 2002 | Hoy
ALFABETIZACIóN DIGITAL
Experta en educación
comparada, la autora examina las políticas de alfabetización digital
y la relación entre modernidad y democracia a partir de los debates contemporáneos
sobre el papel de las nuevas tecnologías en los procesos educativos.
Por Cecilia Magadán
Esta historia comienza con un punto. Era un viernes en la segunda hora de clase
de un primer año del antiguo colegio secundario (para muchos, todavía
vigente). La materia era Lengua y Literatura y, como cada viernes, teníamos
dictado: la profesora leía un texto breve con entonaciones que, en nuestra
versión escrita, debían reponerse en forma de comas, puntos, signos
de interrogación o exclamación o... ¡uy! olvidé el
punto final. No sin consecuencias: el punto final valía un punto: saqué
9/10 porque, así, según la profesora, jamás lo olvidaría.
Sentidos de alfabetizar
En este recuerdo, la alfabetización se definía como la habilidad
de leer y escribir, a partir de la reproducción de un sistema de reglas
ortográficas custodiadas por signos de puntuación y tramposas
letras. En ese entonces, ser alfabetizado otorgaba las credenciales para ingresar
como guardián del mundo letrado, un mundo cuyos confines alcanzaban sólo
la tinta y el papel.
Casi veinte años más tarde, el punto –lo sabemos– sigue
siendo una señal: escribimos la dirección de un sitio en Internet
y ¡uy! lo olvidamos; entonces, terminamos navegando en cualquier otro
sitio o naufragando en ningún sitio. .ar, .com, .org, .net: ¿cuáles
son los confines que marcan estos puntos? Para llegar a casi cualquier parte,
¿es acaso necesario conocer hoy el valor agregado de los puntos?
También durante la época de aquel dictado hubo quienes comenzaron
a debatir la idea de que alfabetizar era únicamente enseñar a
leer y a escribir “bien” (¿”bien” para quién/es?).
Para Brian Street (Literacy in Theory and Practice, 1984) no era válido
sugerir que la alfabetización consistía en formas impartidas naturalmente
y que sus efectos sociales sólo se hacían evidentes más
tarde, una vez adquirida la lecto-escritura.
Desde una perspectiva etnográfica, “los nuevos estudios de alfabetización”
(New Literacy Studies) –Brian Street, Shirley Brice Heath, James Paul Gee,
Ron Scollon— cuestionan esta idea de una concepción dominante (y
única) de alfabetización, y sostienen que la alfabetización
va más allá de la mera adquisición de una habilidad técnica
y neutral. Este modelo ideológico concibe, en cambio, la alfabetización
como un conjunto de prácticas o eventos sociales, que conllevan concepciones
histórico-ideológicas de saber, así como (pre)supuestos
de aquello que vale como alfabetismo o analfabetismo. Porque se trata de eventos
únicos que giran en torno a prácticas del mundo letrado, prefieren
pluralizar (literal y metafóricamente) el concepto y hablar de alfabetizaciones.
Brecha digital
Las campañas de alfabetización que llegaron a América Latina
de la mano de los organismos internacionales, a partir de la segunda mitad del
siglo XX, trajeron consigo políticas de la necesidad: entre esas necesidades,
figuraba la de aprender a leer y a escribir, como una de las vías principales
para alcanzar el desarrollo y la modernización nacional. Brian Street
(1984) observa cómo es posible explicar el fracaso de estas campañas
si se tiene en cuenta que todas ellas estaban diseñadas sobre la base
de una concepción autónoma de la alfabetización: no importa
dónde, la gente necesitaba aprender cómo decodificar letras y
luego, con esta habilidad, estaba lista (desarrollada) para progresar y conformar,
en conjunto, naciones modernas. Una fórmula universal para ser aplicada
en n países, en n regiones.
Del mismo modo, en estos últimos tiempos, nuevas formas de alfabetización
(las alfabetizaciones globales, las re(d)alfabetizaciones) se presentan como
imperantes para alcanzar el desarrollo. Y en el trillado debate sobre la “brecha
digital”, sobre la necesidad moderna de acceder a las tecnologías
letradas, se refresca la discusión sobre cómo definir la alfabetización
y los efectos en sus destinatarios: ¿alfabetizar para ejercitar un pensamiento
crítico (punto.ar) o alfabetizar para fabricar el sujeto que necesita
el mercado (punto.com)? De pronto, este dilema ideológico se materializa
y educ.ar es también tener presencia en un sitio virtual de nuestra patria
(homeland).
Internet para todos quizá sea la reescritura de aquella Educación
para todos y la “brecha digital” una reescritura que se adhiere sobre
las formas ya históricas de tantas brechas sociales. Aunque nuevo, este
escenario pone de manifiesto la vieja tensión entre las necesidades de
cada aquí, de cada escuela, y los proyectos políticos que atienden
los lineamientos omnipresentes del allá.
Aunque en un sitio de dictados globales, educ.ar es seguir celebrando el 11
de septiembre, el día del maestro ar.gentino. Aquellos recuerdos de provincia,
de historias heroicas de sujetos letrados, pueden parecer ya muy amarillos o
muy rancios, pero las alfabetizaciones globales, en verdad, dan lección
de otra cosa. Enseñan que las brechas (presupuestarias) que deja la descentralización
educativa aíslan materialmente cada provincia, cada distrito, cada establecimiento.
¿Y si el sueño de interconectar (¿recentralizar?) virtualmente
el sistema educativo no fuera imposible? De pronto, se trataría sencillamente
de aceptar que la extensión del territorio nacional (.ar) recorre diferentes
prácticas locales de alfabetización y que cada escuela de cada
sitio (geográfico) construye sus propios territorios letrados. En términos
de desarrollo —también ya deberíamos saberlo—, adaptar
recomendaciones y políticas educativas globales a un sitio local no se
resuelve como una ecuación simple. Modernizar... una vez más,
pero cuáles son las consecuencias de aplicar una fórmula genérica
(.com) a un territorio localizado (.ar) y a la vez ubicuo: ¿educ.com
= educ.ar?
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