Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
GARCíA LAO
Siete personajes y un deseo inasible conforman el dosificado humor de un relato hecho de versiones.
Por Jorge Pinedo
La perfecta otra cosa
Fernanda García Lao
El cuenco de plata
125 páginas
Siete personajes tan dudosa como biológicamente emparentados relatan en otros tantos capítulos sus vicisitudes en torno de y en pos de ese objeto buñuelescamente oscuro o brillantemente fálico que tanto enciende como apaga su deseo. Cuasi palabra si las hay, cosa designa un ente inclasificable que requiere de una trama a fin de hacerse concepto, categoría. Y esto es lo que formula Fernanda García Lao en su novela La perfecta otra cosa al desarrollar un artefacto narrativo que arremete con un bagaje de lenguaje, no por conciso menos generoso. Resultado de ello es un relato que funciona a la manera de las versiones de un mismo mito, cuyo origen (como la infancia o el paraíso) se encuentra irremediablemente perdido por definición.
Escritura dotada de una poética multidimensional, parece reírse de ese oxímoron conocido como castellano neutro, logrando un fraseo extranjero en todas partes: “A miles de pasos de nuestra casa, exótica y sin zapatos, estás mirándonos. Yo no te veo, pero adivino tu desnuda suerte. Nos vigilas. A veces te escucho y creo que estornudas. Eres la única cosa libre que se pasea por la tierra”.
Sin repetirse, las distintas voces que asume el relato se suman y restan hasta adquirir una dinámica paralela al folletín, capaz de evocar –en la otredad del título, en su propia dimensión– algunas obras de Copi. Cosa perfecta, contrapuesta a hombres y mujeres de una imperfección descarnada, desopilante. Con un escepticismo no menos visceral que sistemático, el texto se desenvuelve en su ambigüedad, sin dar respiro ni escamotear sus claves: “Escribo desde mi silla gastada en el molino. Vivo aquí desde hace años. Fui un hombre de la iglesia, supongo que aún lo soy, pero no siento nada. No creo en dios porque él tampoco cree en mí. Soy un hombre sin destino”. Frases de no más de quince palabras, párrafos nunca mayores a diez líneas ofertan pasión por las imágenes más que mezquindad minimalista. Como para jamás darle escapatoria a la inteligencia del lector, García Lao abre la novela con sendos esquemas que dan cuenta de los protagonistas de cada capítulo, sus ejes de conducta, los partícipes secundarios y hasta un árbol genealógico. Suerte de manual para desprevenidos y colgados, la exposición de tal estructura, sin resultar indispensable, colabora al momento de urdir la trama al tiempo que torna las voces en un orden aleatorio, intercambiable. De tal modo se accede a los relatos en forma unitaria y a la vez se obtiene un panorama del conjunto, donde lo sórdido se desliza hacia lo cínico por el sendero de la risa.
Con la fortuna de haber superado la atmósfera de diario íntimo de su novela anterior (Muerta de hambre, 2005), García Lao conserva y despliega aquel humor sin perder hondura mediante el artilugio literario por excelencia: el deslizamiento de los sentidos.
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