Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
CRóNICAS
Se construye en Buenos Aires un fastuoso hotel gay. La ciudad es considerada friendly. Un libro de historias de la adolescencia gay-lésbica en la Argentina rastrea lo que sucede a los jóvenes que se inician a ese circuito urbano.
Por Leonor Silvestri
Los imprudentes
Josefina Licitra
Tusquets
218 páginas
¿Se le puede otorgar un valor a lo que es inevitable, a algo que, como caminar, viene con uno, o te lleva a los lugares? Esta pregunta resume de manera explícita la temática del libro de la periodista Josefina Licitra a través de una crónica literaria basada en testimonios reales, con un título que peca de abarcativo, puesto que de la Argentina sólo se ve la clase media, y media alta, del circuito de lugares más cool de los adultos jóvenes de Buenos Aires.
El leading case es Santos, “18 años, hijo de una ama de casa y un terrateniente, hermano de tres hermanos educados para amar a Dios y a los mercados”, que pertenece a la aristocracia local, para cuya prole “las mucamas son robots muy graciosos porque hablan en paraguayo”, las mujeres no son ni las madres, ni las hermanas, ni sus amigas, y desde ya no son las empleadas paraguayas, sino “una variante más sofisticada de la paja”. En estos hogares nadie expulsa a la calle al hijo homosexual, pero la contención advierte acerca de otra forma de peligro: al gay de clase alta sólo se le pide mesura para que su “anomalía” pueda ser “curada” mediante tratamiento psicológico y/o religioso. De este modo el libro refiere acertadamente a la situación de exposición de las personas lésbico/gays, aun en las mejores familias, más allá de los intentos pro turismo que tratan de demostrar que Buenos Aires es una ciudad gay friendly. Las estadísticas que el libro maneja son en verdad escalofriantes: de 450 personas encuestadas por la UBA, el 40 por ciento consideró que la homosexualidad era una enfermedad, 23 por ciento que era peligrosa y que debía ser reprimida. Sin embargo, el problema involucra al represivo sistema regido por la intolerancia, el odio a la diferencia y la estrechez mental que también poseen, y ejecutan muchas veces, las llamadas minorías sexuales, tal como lo expresan algunos de sus personajes al referirse al tipo de “salidor” que prefieren (“que venga de un lugar bien, de un hogar lindo. No me gusta tener que ir a la casa y tomarme cuatro colectivos y que me dé miedo”). La tolerancia es también, en las familias progre, la posibilidad de hablar con el padre de todo menos de eso; y con la madre, de derechos civiles y militancia, pero no de amor.
El avance de la inclusión social de los homosexuales en la estructura económica presenta un modelo “alternativo” de familia, que fomenta especialmente a varones gays políticamente correctos respaldados estatalmente y con vocación de liderazgo. Como ejemplifican las historias de mujeres del texto, las lesbianas son segregadas por homosexuales y también por ser mujeres. Por su parte, el libro presenta la identidad travesti como un tipo de homosexual más afeminado. A contrapelo de los tiempos del Frente de Liberación Homosexual desde el cual Néstor Perlongher agitaba “no quiero que me acepten, quiero que me deseen”, o el icono gay Boy George que confesó “hoy quiero volver a la vergüenza, a los días de la acción gay subrepticia en callejones oscuros”, las personas gay y lesbianas han intentado demostrar que son normales.
Los imprudentes no es un libro que esclarezca diferencias entre el movimiento queer o GLTB, ni entre distintas identidades de género ni sus luchas. Como en el film Slacker, donde los protagonistas se angustian ante la vacuidad de sus vidas sin propósito, algunos de los jóvenes de este libro, mantenidos por sus progenitores, pululan por los lugares “in-gay fashion” angustiándose, y comprobando que las consignas de “amor”, “tolerancia”, “felicidad”, sencillamente no alcanzan.
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