Domingo, 2 de diciembre de 2007 | Hoy
INVESTIGACIONES
David Yallop ya había sacudido el mundo vaticano al escribir la hipótesis del envenenamiento de Juan Pablo I. Ahora no llega a tanto, pero revisa de un modo hipercrítico la entronización de Karol Wojtyla como el Papa de Papas.
Por Federico Kukso
El poder y la gloria
Juan Pablo II: ¿santo o político?
David Yallop
Planeta
668 páginas.
Al grito de “¡Habemus Papam!” el lunes 16 de octubre de 1978 a las 18.45 hubo un nacimiento y una muerte en simultáneo: el cardenal polaco Karol Wojtyla desapareció para dejarle el lugar al papa Juan Pablo II. Y, si bien a primera vista el incidente se asemejó a la metamorfosis por la que atravesó Gregorio Samsa, en opinión del escritor inglés David Yallop se trató de un asesinato. Uno más en el año de los tres papas: Paulo VI que murió el 6 de agosto, Juan Pablo I –“el papa sonriente”– que duró en el poder tan sólo 33 días y el flamante Juan Pablo II (el papa Nº 264 y el primero no italiano desde 1522). No hubo un cuerpo ni pistola humeante pero sí existió un acto flagrante de formateo y reescritura del pasado de Wojtyla por parte de la oficina de prensa del Vaticano.
Así por lo menos lo ve, lo asume y lo insinúa Yallop, un autor más conocido por abordar crímenes sin resolver, asesinatos no esclarecidos, casos de vendedores varios de drogas y escapes cinematográficos de figuras de cartel internacional como el mercenario Iván Illich Ramírez, alias “Carlos, el Chacal”. Sus pruebas no son ni fotografías ni microfilms ni conversaciones telefónicas. Es, en cambio, casi una Biblia: un libro que no llega a arañar las 700 páginas y en el que abruma al lector con testimonios, fechas, documentos, datos escabrosos y una enumeración inacabable de delitos y actos de corrupción del –en palabras de Yallop– “mayor régimen totalitario del planeta”, al que bautiza como “Vaticano Inc.”
Secuela no directa de En nombre de Dios, donde el autor insiste en la hipótesis de que Juan Pablo I (Albino Luciani) fue envenenado por tres altos jerarcas de la Iglesia Católica y tres mafiosos de la logia italiana P2 al descubrir irregularidades en la venta del Banco Ambrosiano, El poder y la gloria conjuga el detalle puntilloso de la biografía, el suspenso creciente del policial y el aire mafioso-eclesiástico de la película El Padrino III.
Más allá del objetivo de mostrar lo no tan buena persona que era Juan Pablo II –el papa más viajero, el papa más mediático, en fin, el “papa pop”–, a Yallop lo mueve el ímpetu de sacudir el pedestal al que fue elevado el rey de reyes y cuestionar tanto deseo de beatificación acelerada que arrancó inmediatamente después de su muerte el 2 de abril de 2005. Para eso emprende desde la primera página una tarea de clarificación indagando exhaustivamente etapa por etapa las diversas facetas de la vida de Wojtyla: su pasividad durante la Segunda Guerra Mundial, la protección que le ofreció el Tercer Reich, su ascenso meteórico en el escalafón eclesiástico, su elección como papa “mediada por la intriga, la venganza, el rumor”, su hostilidad contra la teología de la liberación, sus arreglos con las juntas militares latinoamericanas, la constante exhibición de sus habilidades lingüísticas, su capacidad de hipnotizar a las masas con su carisma, el fallido intento de asesinato que sufrió en 1981, su profunda e irracional oposición a la legalización del aborto, su vista gorda a la relación entre mafia y el Banco del Vaticano, su homofobia y su indiferencia a los abusos sexuales globales de sacerdotes, obispos y cardenales contra niños, adolescentes y monjas.
Frente a la catarata de elogios como “papa de papas”, “el mayor líder espiritual del siglo XX”, “el papa que cambió el mundo”, “el pontífice más significativo desde San Pedro”, Yallop no escatima la oportunidad para recordar las habilidades actorales de este hombre que hizo retroceder cien años el movimiento ecuménico y que sufrió en carne propia el mal de Parkinson.
“De tanto repetirse, las mentiras se convierten en realidad”, recuerda el investigador inglés al que el caso del papa Juan Pablo II le sirvió perfectamente de ejemplo: la vida del pontífice, al fin y al cabo, había pasado una y otra vez por la máquina fabricante de mitos.
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