Domingo, 16 de diciembre de 2007 | Hoy
GOLA
Hugo Gola recopila textos en prosa donde reflexiona sobre el trabajo poético y las lecturas más lúcidas del amanecer.
Por Osvaldo Aguirre
Prosas
Hugo Gola
Alción
125 páginas
Hugo Gola, nacido en Santa Fe en 1927, vive en México desde 1976. Entre 1983 y 1985 recopiló una serie de textos y documentos sobre poesía en El poeta y su trabajo, obra que rápidamente se convirtió en material de consulta. Ese trabajo continuó a partir de 1990 con la dirección de la revista Poesía y poética (editada por la Universidad Iberoamericana de México y más tarde rebautizada El poeta y su trabajo). La publicación de Prosas se inscribe en ese marco: una reflexión alejada de cualquier pretensión teórica, que evita la terminología crítica y se sostiene en la propia experiencia y el contacto con las obras.
El libro presenta así apuntes sobre el oficio, ensayos breves, impresiones casuales ante una lectura o en una mesa de café. Fuera de contadas alusiones a la infancia campesina, a Saint Nazaire y el recuerdo que provoca Santa Fe y sobre todo al hábito de madrugar, no hay referencias autobiográficas en estos escritos. Quizá porque poesía y vida se han fundido de tal manera en la experiencia que resulta imposible disociarlas. Gola dice que el trabajo en literatura no depende de una modalidad determinada de existencia, pero en su caso, inevitablemente, cada vez que habla de poesía habla también de una vida consagrada a un oficio definido por la incertidumbre.
Wallace Stevens, Cesare Pavese, Paul Valéry, Witold Gombrowicz son algunos de los interlocutores persistentes que iluminan aspectos de la propia práctica, o constatan zonas de difícil acceso. El desorden de las anotaciones es relativo, ya que una y otra vez retornan los problemas esenciales de la escritura poética: el lenguaje del poema, la actitud ante el pasado literario, el misterio de la inspiración, el ser del poeta en el mundo. Algunas de esas cuestiones son intemporales, pero otras pueden leerse con el trasfondo de discusiones en curso en la poesía argentina contemporánea. Son particularmente interesantes, en este sentido, las proposiciones sobre la forma y la tradición: la manera de preservar un legado, sugiere Gola, consiste en transformarlo, hacer de él una referencia y no un modelo.
La reflexión tiene un límite, ya que para Gola el desencadenante de la escritura pertenece al orden de la emoción, y en tanto tal, al menos en principio, se sustrae al lenguaje. Pero ése es el desafío del poeta: preservar en sus palabras, a través del juego de la mente, el lenguaje y el silencio, la “energía” inconsciente que lo moviliza, la fórmula de un desarreglo de los sentidos. Nadie puede proponerse escribir un poema; no se trata de iniciar una búsqueda y menos de someterse a una rutina. La habilidad y el saber artesanal resultan accesorios, simples aparatos retóricos que pueden quedar vacíos si no los atraviesa la recarga que define al poema. La escritura transfiere esa experiencia al lenguaje y produce una revelación, pero no toca –ni quiere tocar– el núcleo del misterio original.
Aunque no se proponen ninguna conclusión, estas notas sitúan los instrumentos de una práctica. La insistencia en que el lenguaje del poema toma distancia del “lenguaje de la información” y del pensamiento abstracto, para formularse con las palabras de uso común, y no como una copia del registro coloquial sino tal como es afectada por la energía emotiva que desata la escritura, tiene el sello de una poética personal; William Carlos Williams es una de las principales referencias, y en particular su opinión de que el poeta no piensa sino con el poema, pero hasta una cita de un supuesto extraño al género como Joseph Conrad aporta el pie para afirmar la importancia del sonido sobre el sentido o la convicción de que “nada verdaderamente grande proviene de la reflexión”. El “estado de disponibilidad” es aquí lo central: una actitud alerta y a la vez distendida, distraída de sí misma, que ni siquiera está a la espera de que acontezca algo. La situación más propicia ocurre entonces en el alba, cuando todavía no se ha retirado la noche y poco a poco la luz del amanecer, imponiéndose a la lámpara eléctrica, recorta las cosas cotidianas. La claridad de Hugo Gola proviene de ese momento, y también su reserva, su retraimiento en torno de una experiencia que resplandece en lo que escribe.
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