Domingo, 16 de diciembre de 2007 | Hoy
KASAñETZ
Un gallo de riña y un acerado uso de las metáforas se conjugan para producir un notable debut narrativo.
Por Juan Pablo Bertazza
Gallino
Martín Kasañetz
Fundación Victoria Ocampo
108 páginas
No por cruel es menos cierto. Cuando alguien le compra abrigos a su perrito o lo toma entre los brazos para “preservarlo” del encuentro con otros animales, suele proyectar debilidades propias. Es más: de no ser verdad que las mascotas se terminan pareciendo a sus dueños, lo seguro es que muchos dueños hacen lo posible por mimetizarse con sus mascotas. Durante una riña protagonizada por un gallo llamado el Rengo, el joven Verón conoce a su propietario Ramiro, a quien a pesar de faltarle un dedo de la mano, se lo conoce también como “el Rengo”. Así empieza Gallino –la primera novela de Martín Kasañetz, joven poeta y narrador– que transcurre, al decir de uno de sus personajes, en “un pueblo de mierda conocido sólo por dos cosas: las putas y los gallos”. La identificación entre personas y gallos es puesta continuamente en énfasis, desde la frase “el gallo siempre muestra cómo es el gallero” hasta la peluquera que suelta un “Dios mío, amo este negocio, pero no sé cuántos años más podré con este gallinero”.
Volvemos: Ramiro –el Rengo dueño del Rengo– contrata a Verón para ayudarlo a entrenar a su gallo, al mismo tiempo que le enseña a vivir y liberarlo un poco de su obsesión con la figura de Dios (el gallero de los gallos que somos los hombres), a quien lo ve colgado de un árbol de día y en forma de gallina gigante por las noches. De esas visiones proviene el título del libro, ya que –según Ramiro– Verón no sueña con las gallinas gigantes de Dios, sino con gallinos vivitos y coleando: “Gallos que tienen un plumaje igualito al de una gallina”. En ese transformismo del gallo en gallina, del hombre en animal y –en definitiva– del gallero en Dios, podría ubicarse alguna clave de esta novela dramática y cómica, dulce y violenta, realista y fantástica, montada en un pueblo donde son capaces de guardar en un frasquito de formol las orejas de un tipo porque traían buena suerte, y comandada por personajes que nunca se sabe si son muy estúpidos o demasiado sabios. Valiéndose de su doble título de narrador y poeta, Kasañetz logra conjugar la fluidez de la prosa con el poder pause still de la poesía, sobre todo a partir de repeticiones y figuras de hipérbaton –juego retórico que trastoca el orden sintáctico convencional– como en “Colgaba, la cabeza del gallo”.
Es que Gallino es una novela terriblemente riesgosa, pero al mismo tiempo clara y previsora. Entre los lances que va desarrollando el libro se destaca la permanente ruptura lógica y temporal a partir de flashbacks totalmente despojados. Así, pasamos del pasado al futuro, del sueño a la realidad sin ningún tipo de anestesia, sin palabras aclaratorias, exacerbando tal vez lo que distingue a la metáfora de la comparación, es decir, la ausencia de la insistente palabrita “como”. Lo notable es que esa brutalidad no entorpece para nada la comprensión de la historia, sino que –por el contrario– la vuelve mucho más nítida.
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