Domingo, 20 de enero de 2008 | Hoy
STURA
Los pormenores y antecedentes de un duelo de los años ’30 confluyen en una novela de atractivas peripecias.
Por Natali Schejtman
El florete
Santiago Stura
Beatriz Viterbo
276 páginas
El florete cuenta la historia detrás de un duelo de esgrimistas que se relata con entonación de mito. En el último piso de un club de barrio, cada uno con su padrino y sintiendo latir en sus cuerpos una tormenta bíblica que azota a Buenos Aires, dos hombres, Juan Tolvián y Alfredo Acosta, se buscan con sus armas blancas. Ese es el climático comienzo de la segunda novela de Santiago Stura, autor de Footing sostenido, y también el final de la historia.
A partir de su cruento y arrebatado desenlace –el vencedor, Tolvián, es asesinado por la retaguardia bajo el florete del vencido– lo que sigue será una indagación en las historias de los duelistas, el recorrido y la razón –una mujer– que los llevan a enfrentarse en un encuentro que debido a los colores, los sonidos y el vaho con los que está montado hace decir a uno de los padrinos que “no es real”.
La novela transcurre durante la preguerra y en su cameo narrativo viajará, sobre todo pero no solamente, por Francia y por Inglaterra: Tolvián se dirige a París como Campeón Panamericano de Florete y es traicionado por las autoridades locales que lo dejan tirado por los callejones parisinos, errante y seco (¡pero qué romántico!). Tambaleando y rebuscándoselas, con identidad falsa y gracias a alguna ayudita de argentinos nostálgicos de París, llegará a una fiesta de poderosos en la embajada, donde conocerá a Lucía, prometida de Acosta, a quien “desflora”, siendo ésta la causa del duelo “irreal”. Acosta, a su vez, hace viajar al narrador tanto a su infancia de hacendado en el campo como a su época de aristócrata en las mejores universidades inglesas, codeado con la realeza, venerado y plagado de ínfulas que lo van tallando como un personaje oscuro y blanco, como sólo puede ser un aristócrata que se dedica a los deportes prístinos (incluso con una relación posible, aunque atravesada por la época que lo vio nacer, con Carlos Wieder, el poeta aéreo de Estrella distante de Bolaño, o con Bobby Crawford, el profesor de tenis y cerebro de Noches de cocaína, de Ballard).
El florete, galardonada con una Mención de Fomento a la producción Literaria del Fondo Nacional de las Artes en 2005 y finalista del Premio de Novela Clarín en 2006, es una novela cinematográfica y se detiene con destreza y ahínco en los ambientes, cualesquiera sean éstos. Habrá centellas de alto impacto, tormentas marinas, niebla enredada en las piernas; también, diálogos detenidos sobre la reina Victoria entre Acosta y el heredero del trono inglés, un escaneo de la embajada argentina en París en las primeras décadas del siglo pasado y un recorrido por espacios y escenas de la fiesta que allí se celebra. Cada personaje, además, traerá consigo una historia con alusiones más y menos directas al contexto candoroso en el que estamos zambullidos. Podría ser el caso de la aparición del anarquista Silvano Cavaltorta, mozo de la fastuosa tertulia y fuerza de choque de la Cellula Anarchista Tomaso Cansini, encargado de enfatizar tanto otra de las características del trasfondo político de la época como la opacidad al estilo del film noir que puede observarse en otros momentos de la novela.
Entre el sobrevuelo político-social de la época y un ancla muy argentina en su trama –transcurra donde transcurra–, la novela tiene la particularidad de poder alcanzar al mismo tiempo y de una forma extraña y admirable un desapego por lo real en beneficio de un torrente de palabras y construcciones sinuosas y autosuficientes. Además, aparece muy lubricado eso de complejizar de a ratos una historia principal simple y atractiva, regada por adyacencias igual de amigables, en un camino que es llevadero y a la vez contundente.
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