Domingo, 20 de enero de 2008 | Hoy
DOCAMPO
La visión fragmentada de una hija recompone la novela familiar.
Por Verónica Bondorevsky
El molino
Mariana Docampo
Bajo La Luna
128 páginas
El molino hace un zoom en la mirada de una niña y también de una joven nacida en el seno de una familia numerosa y católica, cuya infancia transcurre fundamentalmente en Zárate por el trabajo de su padre a fines de la década del setenta y comienzos del ochenta. Y la visión de esta niña es singular, ya que mira desde un ojo excéntrico, es decir, fuera del foco de atención para el resto de la familia, y también —ése es el gran arte de esta novela— en muchos casos para el lector, al que desubica y sorprende sutil pero persistentemente.
Juana, la protagonista, repasa los hitos cotidianos del entorno familiar. Sin embargo, hilados todos en una novela de tiempo descuajeringado como es El molino, que salta y mezcla el pasado con el presente, termina por construir una atmósfera de tensa calma: tranquila en lo que se cuenta; inquietante —con mayor o menor efectividad— en cómo se lo reconstruye.
Muchos de los sucesos personales están enmarcados por epígrafes extraídos de textos bíblicos. Con este procedimiento, la protagonista parecería desarticular los discursos religiosos familiares cotidianos en función de la propia identidad y del uso que de éstos hace en tanto narradora.
La novela se centra en la sexualidad de Juana (cuando no, ligada a la propia historia familiar). Hay una fauna somática, metafórica, dominada por gatos que la familia mata ya que son plaga, y ratas que aparecen imprevistamente. Esa atención puesta en los animales es distinta para el entorno que para la protagonista. Por ejemplo, Juana estrecha por primera vez su mano cómplice y serena con Inés, su mejor amiga de la niñez, mientras todos los demás se movilizan espantados por la presencia de un roedor.
A su vez, el sexo no consentido, como violación o forma de someter a la mujer, sobre todo en sus primeras experiencias, está presente en las páginas de El molino. También el respeto por temor o indefensión, hasta finalmente la autodeterminación, no sin huellas o nostalgias.
Por otro lado, hay un aire de clase –dominado por la familia tradicional argentina: numerosa, unida y católica– que ayuda a construir esa aparente liviandad de los recuerdos. En un ambiente de madre, padre y hermanos que luego de la misa dominical van a descansar a un estanque con molino, éste, a la distancia, parecería ser el verdadero refugio y santuario (alternativo, sin estridencia) de la interioridad de la protagonista. El Rosebud sagrado de su infancia frente a la gran religión familiar.
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