Domingo, 20 de enero de 2008 | Hoy
BUFANO
Sergio Bufano y un libro de cuentos que evocan los vínculos íntimos y políticos de los años ’70.
Por Claudio Zeiger
Harpías y Nereidas
Sergio Bufano
Losada
165 páginas
El trabajo de evocación empieza como un hilo de agua que gota a gota y con un rumor creciente y sordo deviene torrente imparable. El agua desborda texto a texto y luego, no sin plasticidad, vuelve a su cauce. Se enciende y se aplaca. Crece y muere. Y si el subtítulo explícito de Harpías y Nereidas (Pasiones y muertes en los setenta) llama la atención en un libro de cuentos, la mención a “los setenta” entremezclada con la sangre y la violencia plurales, actúa a modo de alarma súbitamente encendida en medio de la noche. “Un hilo de sangre que no lo abandonará jamás”, se condensa promediando el libro. Espejo estallado. Recuerdo mutilado. ¿Quién dejó la canilla abierta de la memoria? ¿Quién “olvidó” cerrarla?
La mención a “los setenta”, en literatura, cine, documentales y testimonios, suele abrirse hacia dos direcciones y/o posturas básicas a) sacralización de la memoria; b) desacralización del testimonio. Sergio Bufano, periodista y escritor que actualmente codirige una publicación de título también bastante explícito, Lucha Armada en la Argentina (dedicada especialmente a los documentos históricos de las organizaciones militantes de los ’70) encuentra en estos cuentos algunas líneas intermedias o al menos no asimilables al debate político estético sobre la memoria; encuentra varias líneas de fuga a las opciones binarias. Aquí, la memoria es inevitable. Ni buena ni mala; ni necesaria ni trivial. El pasado nunca es sólo patrimonio colectivo o generacional, tierra edénica de la utopía que no fue o devino pesadilla. El pasado también es intransferible experiencia personal. Por eso hay historias de militantes en crisis (en especial la inolvidable Eva de “Basta saber que la manzana cae a tierra”) con la estructura partidaria; por eso hay chispazos de recuerdos que se activan porque sí, por la asociación de unos objetos que se cruzan, o por la única línea (te amo) que encabeza una carta que nunca se escribió y aparece misteriosamente entre las páginas de un libro de Octavio Paz (“Intrusa”).
Podrían enumerarse los rigores de la escritura y los aciertos narrativos de casi todos los cuentos –los largos y los cortos– de este volumen, pero quizá sea preferible focalizar la atención en el conjunto (en la contratapa, Roberto Raschella habla de virtual novela “de un tiempo sujeto a la evocación de muertes y pasiones todavía activas y palpitantes en la sociedad”), ya que el aludido subtítulo sella la indisoluble línea que conecta a los relatos entre sí. El interés por la anécdota particular (notable en textos como “Viva La Pepa” y “Morocho”) queda sin embargo por detrás del interés que suscitan el clima de inminente desastre, el miedo, la asfixia apenas punteada por algunos sorbos de libertad, del conjunto. Hay en estos cuentos un puñado de hombres y mujeres a los que, da la sensación, se hubiera soltado en un territorio hostil a luchar por la supervivencia. Lo cierto es que si bien los cuentos desgranan esos destinos individuales, la conciencia que narra, la conciencia que mira, es una sola y está lúcida y dolida. Pero se contiene tanto en la expresión del sentimiento como en la evaluación de la derrota.
Textos austeros, precisos. Aquí hay Rulfo, hay Conti, hay Tizón, hay Pavese, hay Fogwill; y todos (aquellos que realmente inspiraron a Bufano, y aquellos que lo influyeron sin quizá saberlo él mismo) fueron bien leídos, leídos para algo y pensados en función de una reflexión genuina sobre la relación de la literatura y la política.
Los textos de Harpías y Nereidas parecen responder al gesto meditativo y hondo de quien pensó noches y más noches acerca de esa relación, y luego tomó aire (bastante aire), sacó lápiz y papel, tecleó, se largó a escribir.
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